domingo, 23 de septiembre de 2012

Preludio III: Día de San Valentín(parte VI-Final)



-Bueno, Stefano. Me temo que debo darle malas noticias. He decidido dar parte al departamento de politoxicomanía de la comisaría. Tiene antecedentes de consumo, así que es probable que acabe en la cárcel. Eso sería cierto, si no fuera porque la muerte de su esposa le ha sumido en una depresión que le ha llevado al consumo de nuevo de heroína. Añadido a esto, en cuestión de dos semanas ha estado al borde del colapso en dos ocasiones. Su cuerpo se consume rapidamente y usted no quiere hacer nada para evitarlo. Por si esto fuera poco, fuma, teniendo asma, y se pasa varios días sin comer, negándole al cuerpo lo que tanto pide. Se está dando una eutanasia forzada. No voy a obligarle a comer, si quiere morirse allá usted con su conciencia. Tiene el alta hospitalaria. Ya puede volver a matarse. Pero este hospital se niega a hacerse cargo de usted. Buenas tardes.

El doctor salía de la habitación de Stefano, con un rostro muy serio, a la vez que de preocupación. Helena le abordaba en el pasillo.

-¿De verdad cree que así reaccionará?
-Mire, ese hombre está medio muerto. La heroína y el tabaco le han consumido hasta un punto en el que probablemente una dosis más lo mate. Si no se le habla claro, probablemente no reaccionará nunca. Y así debe hablarle usted. Déjele las cosas claras, y así aún tendremos la esperanza de salvar su alma. Pero no le rían las gracias. Buenas tardes.

Helena dejaba caer alguna lágrima por su mejilla, mientras miraba al enfadado doctor bajar por las escaleras. Estaba confundida, desolada, pero tenía que hacerlo. Sino, Stefano probablemente nunca reaccionaría. Así que entró a la habitación de Stefano.

-El doctor me ha hechado una buena bronca. Supongo que me está bien empleado. Bueno, este hospital no quiere hacerse cargo de mí, así que tendré que ir a morirme a otro lado.
-No voy a volver a consolarte.

Stefano levantaba la mirada de forma fulminante a Helena. Esta no se atrevía a mirarle a los ojos.

-¿Perdón?
-Que ya no voy a consolarte más. Me vuelvo a España. Si quieres matarte, hazlo. Pero no vuelvas a amenazar con ello. Si vas a hacerlo, hazlo en serio.
-No voy a suicidarme.
-Quizá sea lo mejor para todos. Rehaz tu vida, y cuando te veas con fuerzas, llámanos. Nos encantará saber que nuestro amigo sigue vivo.
-Helena…
-Me tengo que ir. Nuestro avión parte en unas horas. Llamaremos cuando lleguemos. Por cierto… Ramón me ha pedido matrimonio. Y he aceptado. Simplemente quería… que lo supieras.
-Me alegro mucho por vosotros. Se lleva a una gran mujer. Por favor, acuérdate de darle el libro.
-Se lo daré. Probablemente en nuestra luna de miel. ¿Te gusta Paris?
-Adoro Paris. Un buen destino. Disfrutad de vuestras vidas.

Helena asentía compadeciéndose de su amigo, y abandonaba la sala sin mediar palabra. Ambos sabían que esa era la última vez que se veían, pero ninguno iba a dar su brazo a torcer. Al salir de la sala, Helena rompió a llorar en los brazos de Ramón, con una intensidad que se oía hasta en la habitación de Stefano, al cual se le caía alguna lagrimilla por el rostro. Stefano volvía a estar sólo.

20 de febrero de 2005. Buenos Aires, Argentina.

Por la avenida principal un Chrysler Pacífica blanco pasaba. Sin pausa, pero sin prisa. Sin rumbo fijo, da a parar en los arrabales, punto de partida de nuestro relato. Allí, varios hombres rodeando una hoguera se acurrucan comiendo lo poco que el supermercado ha descatalogado ese día. La noche de febrero es muy apacible allí en el otro hemisferio. El Chrysler se para delante del grupo de hombres, y uno de ellos se acerca.

-Blanco.
-Stefano, te pedí que no volvieras por aquí. Ahora la poli te vigila.
-Venía para despedirme. Matías, eres el único tío que ha sido capaz de comprender mi problema y me ha dado mercancía a un precio medianamente asequible. Sólo quiero dos cosas. La primera, que te olvides de mí. Nunca debes decirle a nadie sobre mí.
-Descuida.
-Y la última, dame una última dosis. Una dosis que sea letal.
-Mierda, Stefano. No te preocupes, no te delataré. Eso sería delatarme a mí también. Vale, aquí tienes una dosis. No te matará en el acto, pero si no recibes una rápida ayuda sí que puede darte un paro cardiaco. Tío, y aunque sobrevivas, no quiero volver a verte. Si vuelves a aparecer por aquí te pegaré un tiro.
-Quizá eso sea más rápido.

Los dos echaron a reir timidamente. Matías se pasaba la mano por la nariz

-¿Coca?
-Mierda buena. Venga, vete ya.

Los dos chocaban las manos, y tras una última mirada, Stefano arrancaba el coche. Tras callejear un poco por si los policías le seguían, decidío emprender la marcha a la bahía. Tras media hora llegó a la autopista, y tras ello, un viaje plano hasta la bahía. Eran las 4 de la madrugada, y decidió dormir. Dormir… Sólo había un pensamiento que le rondaba la cabeza: la salvación está en mis propias manos, y no soy capaz de tomar la decisión correcta. No soy capaz de tomarme la puta dosis. ¿Le tengo miedo a la muerte?¿O tengo miedo a encontrarme con ella arriba y demostrar que no he tenido las pelotas de seguir adelante?

11 y media de la mañana. Martes 20. Y nadie por la playa. Ramón encendió su cigarrillo, su último cigarrillo. Tras disfrutar la última bocanada, agarró la urna con los restos de Ángela, y salió del coche. Tras cerrar, y meterse la dosis en el bolsillo, comenzó a caminar a la orilla del mar. Se descalzó, y metió sus pies en el agua. Miró al cielo nublado, que amenazaba con tormenta. Tras respirar hondo, dijo algunas palabras.

-Ángela, ¿Puedes oirme? Supongo que este es el último momento en el que tú y yo estaremos juntos… En estas dos semanas han pasado muchas cosas… Le regalé a Ramón mi libro de Nostradamus. ¿Te acuerdas las tardes muertas riéndonos de ese tipo? Si… Bueno, y Helena vino a verme. Intentó consolarme, pero falló…

Su voz se entrecortaba cada vez más, conforme avanzaba en su discurso.

-Te echo de menos. En estas dos semanas me he autodestruido de tal manera que el seguir con vida a morir es algo que me da igual. He decidido acabar con todo, pero, aún si siguiera con vida, mi familia sigue sin hablarme. Mis amigos me han abandonado, y Matías ya no me fía. El doctor no me deja volver al hospital, y ya no sé qué hacer. ¿Por qué me has dejado sólo?¡Demonios, yo te amaba, Ángela!¡Cerda egoista!

Stefano rompía a llorar de nuevo, y pegaba un grito al aire. Ya no se controlaba, comenzó a dar puñetazos a la arena de la playa sumergida mientras lloraba y lloraba. La nariz no sangraba, pero a Stefano eso le daba igual. Se rasgó los pantalones a la altura del tobillo, y, tras unos instantes, recobró la cordura. Las cenizas se estaban saliendo de la urna, así que recogió la urna con rapidez y se abrazó a ella. Prosiguió angustiado

-Pero esto no es culpa tuya. Los dos hemos luchado por un esfuerzo vano, y ahora ya no estás conmigo… Si tú no estás, para mí nada de esto tiene ningún sentido, y sólo quiero reunirme contigo. Pero, ¿Estarás enfadada conmigo? Te he fallado, no he sido capaz de rehacer mi vida, ¡porque tú eras mi vida! Y ahora ya no tengo nada… Nada. Sin ti… me es imposible respirar, las horas no quieren marchar, no me queda guerra en la cual luchar. He perdido, lo he perdido todo. Te amo, siempre te amaré, no importa si me da el colapso ahora mismo, porque sé que pase lo que pase me estarás esperando, mi vida, mi sueño… Voy a cumplir tu voluntad, y voy a acabar con todo esto.

Stefano se ponía de pie de nuevo, y agarraba con las dos manos la urna. Había algo en su desdichado ser que le impedía soltar las cenizas que quedaban. Quizá el sentimiento de pertenencia, pues ella era suya, y jamás, jamás se perdonaría el hecho de deshacerse de su bello cuerpo, que ahora era un montón de cenizas. Quizá era el hecho de despedirse para siempre de aquella persona que había sido capaz de amarle con todos sus defectos y con todas sus virtudes. O quizás el hecho de que si se deshacía de ella, él se iría con ella, y no se atrevía a afrontar la muerte. Finalmente… lanzó sus cenizas al mar. De un impulso lanzó lejos de la orilla la urna, y se arrodilló impotente en el mar. Sus recuerdos se desvanecían, como el papel que arde. Sus paseos por la playa, las noches en las que nunca durmieron, las veces en las que Ángela le susurraba al oido que le amaría siempre, las noches en las praderas divisando las estrellas, las cenas románticas, las escapadas al interior, todo… Y como un corazón que nunca fue amado, su alma se resquebrajaba en mil pedazos, mientras en su interior los sentimientos asesinaban a quemarropa a la razón. La pasión y el amor habían sido ahogados con una almohada, y en su interior se instauraba la diarquía de la ira y la agonía. El dolor y el miedo serían sus guías a partir de ahora. La esperanza se fue para no volver, cerrado por falta de liquidez, recaba aquel cartel.

-Dame tu fe, abrázame.

Los ojos de Stefano se abrieron con furia. Rapidamente giró la cabeza y allí le vio. Con su gabardina negra, su sombrero, y su pipa. No había duda. Jean Marville.

-Salut! Je suis Jean Marville, comment ça va?

Stefano se levantó rapidamente, apoyándose en el agua, aunque se volvió a caer por no apoyarse bien. Marville le observaba atentamente. Finalmente, Stefano se puso en pie.

-¿Quién eres y qué coño quería de ti mi esposa?
-Bien, no quieres andarte con rodeos. Ante todo mi más sincero pésame.

Stefano agarraba del cuello a Marville sin más contemplaciones, mientras este mantenía la calma.

-Su esposa se puso en contacto con nosotros a través de internet. Nos pidió ayuda y nosotros se la dimos. Trabajo para la CIA.
-¿La CIA?¿Me está tomando el pelo?
-Verá, hace unas semanas dijo en su facebook que conforme la enfermedad avanzaba tenía cada vez sueños más extraños. Tras pedir ayuda al gobierno para facilitarle la eutanasia, decidió, en un claro caso de desesperación, dirigirse a la CIA y catalogar su caso como “agonía forzada” para que el gobierno estadounidense moviera sus hilos para que Argentina le ofreciera una muerte rápida.

Stefano se calmaba y escuchaba con atención.

-Recuerdo que me mencionó levemente esos sueños, pero nunca me dijo de qué se trataban.
-A mí si que me lo mencionó. Nos costó que se abriera a un organismo mundial que no le ofrecía ninguna salida, pero aceptó. Sus sueños eran a cada cual más extraño. En el primero, contemplaba un sacrificio humano. Parecía una pirámide, que por su descripción rapidamente asociamos a la Huaca del sol de Moche. Ella se acercaba, y se veía como el chamán arrancaba el corazón de la joven, y tras morderlo, lo hacía caer escalinata abajo. Lo curioso es que, tras acercarse a ver el rostro de la víctima, se dio cuenta de que era ella misma la sacrificada. No supimos qué decir. Probablemente querría decir que no estaba contenta con su entorno, y que por eso ansiaba la muerte, lo cual no era difícil de deducir debido a su estado. En el 2º sueño, se encontraba en un campo de amapolas, junto a su amado. Pero no era usted, era un novio antiguo suyo, que nos dijo que murió en un accidente de tráfico cuando iba a buscarla.

A Stefano se le partió el corazón en ese preciso instante, pero hizo porque no se le notara.

-La dijimos que quizá eso significaba ansias de volver al pasado, pero aún volviendo al pasado y aún remediando la muerte de su novio, no podría evitar el cáncer. Su 3º sueño era el más extraño. Era una ciudad. Una ciudad hermosa tal como la describió. Muy hermosa. Edificios de cristal, abundancia de alimentos, amantes furtivos por doquier… Y de repente, un cataclismo ocurría. La ciudad caía en el fondo del mar, para no volver a despertar nunca. Eso provocaba un movimiento de las placas tectónicas y… se creaba el actual estado de la Tierra. Obviamente era un sueño, y el proceso se aceleraba, pero nos dio que pensar. Una sociedad, que se hundió en las profundidades y que se ha mitificado…
-La Atlántida…
-Y queremos que nos ayudes.
-¿Qué conexión hay entre mi esposa y todo esto?
-Verás, tenemos un problema. En 7 años, la Tierra sufrirá otro cambio radical. La NASA así lo ha confirmado. No podemos decir aún cómo, sólo sé que el 21 de diciembre de 2012 la Tierra sufrirá un cataclismo. Lo predijeron los mayas. Lo predijeron los templarios. Y lo predijo Nostradamus. Este cataclismo podría llevar a la destrucción de la raza humana. Nuestra intención es enviar a la luna un contingente de diez personas, cuatro hombres y seis mujeres de diferentes edades, justo antes de que ocurra el cataclismo y, cuando La Tierra lo permita, bajar de nuevo.
-¿Qué pinto yo en todo esto?
-Sé que amabas a Ángela, y ella te amaba a ti. Y sabemos que no puedes seguir adelante sin ella. No te culpo, yo perdí a mi esposa hace años. Es a lo que te arriesgas siendo un agente de la CIA. Y sé lo que estás pasando. No te prometo recuperarla, eso es imposible. Pero te prometo algo mejor: empezar de cero.
-¿De qué me hablas?
-Transhumanización.

Stefano no daba crédito. Le estaban dando la oportunidad de empezar de cero. ¡A costa de un desconocido!

-¿De qué hablamos exactamente?
-Transplantar tu mente al cuerpo de otra persona. Y de hacerlo cuantas veces desees. En definitiva, serías un ser inmortal. Un alma inmortal. Pero necesitamos probarlo aún, por lo que antes tendrías que ayudarnos con una serie de misiones bastante arriesgadas.
-Me das la posibilidad de partir de cero mi vida, a cambio de arriesgar mi vida, que ahora mismo no vale nada. ¿Eres una especie de samaritano?
-Sólo soy un hombre que te está dando la posibilidad de seguir adelante y de, quién sabe, repoblar la Tierra. Si vienes, te esperan grandes cosas. Si no vienes, tendré que matarte por saber secretos de Estado.
-No tengo nada por lo que luchar, no tengo nada a lo que aferrarme, mis amigos piensan que estoy muerto y mi camello me ha amenazado de muerte. ¿Crees que rechazaría algo así? Dame tu fe, abrázame.
-Bienvenido al barco, Pierre Laval.

No hay comentarios:

Publicar un comentario