11 de febrero de 2005. Buenos Aires, Argentina.
Stefano se levantó de la cama tras oir el timbre de la
puerta. Un nuevo día afloraba. Un nuevo día, sin ella. Se puso los
calzoncillos, contempló por un momento la ventana y, arrastrando los pies, se
dirigía a la puerta. Contempló por la mirilla, y tras un hondo suspiro, se
apoyo en la puerta. Balbuceó una palabras, que fueron respondidas con un
alegre: “abre ya, no seas bobo!” Stefano no vio otra alternativa, y acabó
abriendo la puerta. Era Helena.
-¿Puedo pasar? Me gustaría hablar contigo.
-Adelante. Es tu casa.
Helena entró a la morada del italoargentino, y contempló
toda la casa destrozada. Los platos estaban rotos por el suelo. Las pelusas
tapaban la capa pegajosa que la coca cola deja. Un charco de agua estaba
peligrosamente cerca de las lámparas. La persiana estaba medio caer, y la ropa de
Stefano estaba desperdigada por todo el salón. Lo único decente era el sillón
de cuero heredado y la mesita donde descansaba la foto. Helena se asustó por el
estado de todo, mientras Stefano fue a la cocina a por dos cervezas. Tras
volver, Helena se hizo un hueco en el sillón, y comenzó a hablar.
-Stefano, entiendo como te sientes. Hace poco he discutido
con Ramón, y no estamos muy bien.
-Discutir con ese gilipollas no te hace entender para nada
como me siento ahora mismo.
-Lo sé, y sé lo que me quieres decir, pero…
-No, tú no sabes nada.
El silencio se hizo en la habitación. Helena miraba medio
indignada a Stefano, que no apartaba la mirada de la foto. Helena miró a
Stefano de arriba abajo con una mueca de asco, hasta que se fijó en el brazo.
-¿Has vuelto a consumir?
-No es asunto tuyo.
-No, hace tiempo dejó de serlo, pero eres mi amigo después
de todo, han pasado ya 6 años desde que te dejé. Me prometiste que lo dejarías.
Incluso le prometiste a Ángela que lo dejarías.
-Juro que lo dejé, pero ese puto cáncer… 7 meses, me ha
quitado lo que más quería en tan sólo 7 meses. Sólo en la última fase de la
enfermedad he vuelto a consumir. ¿Crees que estoy orgulloso de recaer? No, pero
es lo único que me hace olvidarme de la mierda de mundo que me rodea. Ni tan siquiera
la lectura me ayuda a desconectar.
-No debes volver a esos mundos, Stefano. ¿Recuerdas lo que
te costó salir de la heroína?
-Mejor que nadie, pero en ese momento aún tenía algo por lo
que vivir.
-¿Sabes lo que pasará si se enteran los de la sucursal de
que has vuelto a caer?
-Que me echen, así sólo adelantarán mi caida. Bueno, sólo
acercarán lo inevitable.
Volvió el silencio. Helena estaba al borde del llanto, al
igual que Stefano, que comenzaba a sangrar por la nariz. Sacó un pañuelo de su
chándal, y se tapó el agujero izquierdo. Cerró los ojos y respiró hondo,
buscando algo de aire puro. No lo encontró. Al abrir la cabeza vio a Helena
contemplar el reguero de sangre que caía de su nariz.
-Mírame, Helena. Estoy muerto. Ese puto quirófano se llevó lo
único que me ataba a este mundo. Mi actitud misántropa me ha llevado a esto. No
encajo en el mundo de la élite, al consumir lo prohibido. Y tampoco entro en el
mundo de los marginados, al saber lo prohibido. Ella era la única persona de
este podrido planeta que me mantenía a la vida. Y ahora ya no me queda nada.
-Hay muchas cosas por las que vivir, Stefano.
-Sí, Ramón…
-He venido a consolarte, no a que te rías de mí.
-Parece que quién necesita el consuelo eres tú, y no yo.
Tienes la puerta para irte cuando quieras, si no te gusta mi actitud. Pero
antes, en mi cuerto hay un regalo para Ramón. Cuando te vayas, no te olvides de
llevarlo contigo.
-¿Qué es?
-Es un libro. Hace unos años, un hombre francés predijo
muchas de las calamidades que han ocurrido. Ramón se entretendrá identificándolas.
-¿Por qué haces esto?¿A qué viene el regalo?
-Porque a pesar de que me quitó lo que más quería en su
momento, acepto la derrota, y reconozco su amistad.
-Un poco tarde…
-Soy un hombre derrotado. Esto y la nada es lo mismo. Me
puedo permitir este tipo de detalles. Helena, ya no creo en nada. Ni en esta
soledad, ni en esta sensación de vacío abandonada.
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