martes, 19 de marzo de 2013

Sin Nombre. Capítulo IX


28 de Julio. 10:00.

Ya habían pasado 21 días dentro del búnker. Desde la última conversación en la que Bucher explicó gran parte de lo que sucedía, nadie había vuelto a mencionar el tema. Ramón estaba absorto en sus propios pensamientos y en sus propias cábalas, ajeno a lo que los demás podían pensar de él. Trataba de intentar hilar las ideas que el general le había aportado, trataba de encontrar alguna conexión a lo acontecido antes de la entrada al bunker y a lo ocurrido después. Ni tan siquiera él se podía hacer una idea de por qué las cosas se habían desarrollado de esa manera. Ni sus ejemplos tan manidos de diplomacia histórica podían valerle en estos momentos. Tal vez era el momento de usar la imaginación.
Allí se encontraban, apoyadas en una pared, las armas que habían quitado a Bucher y al resto de soldados. Increiblemente habían conseguido arrebatarles las armas a unos miembros de cuerpos de élite, y eso era algo que no podía pasar por alto. Es posible que la suerte jugara un papel fundamental, y que jugaran con ventaja al tener un lugar donde refugiarse. Pero ni todo ello es suficiente para explicar la masacre que evitaron. ¿Desde cuando sabía Verónica manejar un arma? ¿Por qué había dejado a su hermana sóla? Y lo que le inquietaba más: ¿Por qué Bucher le había hecho aquello a Pablo? Todo era extraño, y tenía claro que no iba a quedarse de brazos cruzados esperando a que las respuestas le llovieran del cielo. Sólo tenía que esperar el momento adecuado…
Y la llegada de ese momento pasaba por sincerarse él mismo. Aunque aún no hubiera llegado ese momento.
Por su parte, Bucher disfrutaba del mundo dentro del búnker con la comodidad que le aportaban las ataduras a la silla. Lo que más disfrutaba era la vida sin la mordaza. Después de dos semanas amarrado, por fin podía disfrutar de una conversación inteligente más allá de lo que los veinte minutos de comida diarios le permitían. Y lo que era mejor, ahora podía participar en la conversación y dar su punto de vista, por mucho que al resto de los allí presentes no le importara. Pero también tenía algo muy claro: si Ramón jugaba con la ventaja de poseer las claves de salida de aquel sitio, él podría jugar con la información que aún le quedaba. Tal vez podría usarla como moneda de cambio por las claves, hacerse fiable delante de las muchachas, y después, cuando le soltaran, matar a Ramón y a Carlos con las armas que ellos mismos le habían robado. Podría cobrarse su venganza y reponerse de la humillación que había sufrido. Y todo ello pasaba por la niña.
Bucher tenía muy claro que la niña podría ser la clave de todo esto. Era la mente que más facilmente podría moldear para su propio beneficio, y la idea de conseguir que la niña le escuchara y que incluso le llegara a aceptar como a uno más le motivaba para seguir con sus alucinaciones ambiciosas. Pero también le disgustaba sobremanera la idea de que toda su suerte y todas sus esperanzas residieran en lo que una niña de 5 años pudiera hacer. Era algo muy arriesgado, pero era lo único que podía hacer en esa situación. Por lo menos, era lo único que se le ocurría.

Carlos permanecía inmóvil la mayor parte del tiempo. Era Ramón el que se encargaba de darle de comer, y Carlos se limitaba a escupirle a la cara todo lo que éste le daba. Por tanto, sólo comía las veces que Verónica le daba algo a escondidas, siempre cuando los demás dormían y en el más riguroso silencio. Carlos siempre le agradecía de una manera o de otra el gesto a la chica, ya fuera asintiendo, con un beso en la ropa o con una mirada de complicidad. Ella trataba de ayudar en todo lo que podía, pero no podía soltarle. Al menos, no de momento. Carlos ya había dejado de observar a Bucher, porque se sentía más indefenso que él. Se sentía un peldaño por debajo que él. Al menos, el general podía hablar. Y Carlos no olvidaba que si no fuera por su arreglo, aquel refugio se habría venido abajo hace días. Sin embargo, poco a poco, Verónica conseguía hacerle entrar en razón.
Verónica era consciente de la tensión que había en aquella casa: Entre Bucher y Carlos, entre Carlos y Ramón, entre Bucher y Claudia… Y tampoco olvidaba lo que decía Carlos acerca de las miradas del militar a su hermana. ¿Y si ese hombre quería hacer daño a su niña? Ella prefería evitar ese tipo de pensamientos, hablando con Claudia sobre momentos fuera del búnker, pero cuando no podía evitar pensar en ello, se volvía muy irascible, y trataba de quedarse sóla en la habitación de las camas, para que nadie la viera llorar. A pesar de que sabía que Ramón no dejaría que le pasara nada a la niña, no tenía claro si podía confiar en él. A fin de cuentas, Bucher no era un personaje mediático, y Ramón lo conocía. ¿De qué, y por qué? Aunque conocía de antes a Ramón, sentía que sus mayores aliados dentro del refugio eran Claudia y Carlos.
Cada vez que se acercaba a darle de comer a escondidas, Carlos pedía una y otra vez que tuviera vigilada a la niña, y que no se dejara convencer por Bucher. Ella le pedía silencio y decía que le creía, y que lo tendría en cuenta. No tenía motivos para dudar de él. Al menos él no había mentido aún. Sólo le hacía desconfiar la razón por la que había abandonado a su mujer y a su hijo ante todo aquello, si es que tenía alguna. Quizá no había podido avisarles, quizá todo pasó muy deprisa, o quizá su mujer y su hijo ya estaban a salvo. Lo extraño era que las dos semanas que había pasado sin ataduras, evitaba siempre hablar de su familia. Y ella lo tenía en cuenta, y Ramón también.
Claudia se limitaba a molestar todo cuanto podía a Bucher. Trataba de hacerle entrever que fuera era un militar de alto grado, pero allí dentro valía menos que las bolsas de desechos que se apilaban en una de las paredes. Realmente era el único entretenimiento que tenía allí dentro, y, os lo puedo asegurar, Claudia disfrutaba con todo aquello. Muchas noches se daba cuenta de que Verónica daba de comer a Carlos, y no decía nada, aunque era algo que podría provocar un problema si Ramón se enteraba, porque la comida comenzaba a escasear, al igual que el agua. Ella miraba hacia otro lado, esperando el momento en el que se pudieran quedar solas las dos amigas.

Aquella mañana Ramón se levantó de una de las camas, y se fue a la otra habitación dejando en la otra cama a Verónica y a Laurita dormir. Allí estaba Claudia subida a horcajadas sobre Bucher, pintándole con un eding esvásticas y penes por la cara y el cuello. Había amordazado al general para que no hiciera ruido, y Carlos parecía disfrutar con aquella imagen, a pesar de no decir nada por cuestiones obvias. Ramón se echó una mano a la entrepierna, y mientras se rascaba, increpó a Claudia.
-No creo que le vaya a sentar bien a Bucher cuando despierte lo que acabas de hacer.
-Si nadie se va de la lengua, tendremos diversión por unos días.
            -Nos interesa tenerle de buenas para que nos dé información, así que límpiale.
            -No tiene porque enterarse de que…
            -Límpiale ahora mismo la cara.
            -Pero…
            -¡Hazlo!
            Claudia se quedó mirando durante unos instantes a Ramón, con una cara de perros. La cara de Carlos tampoco variaba mucho. El grito que había pegado Ramón despertó al propio general, que, al ver a Claudia subida encima suyo, comenzó a gritar y a maldecirles a todos. Claudia volvió a reirse y comenzó a susurrarle al oido cosas ininteligibles. Ramón se sentó en el suelo mientras Claudia limpiaba a base de escupitajos sobre Bucher las manchas que le había dejado. Realmente esa chica se estaba ganando el infierno, pero al menos eso les aseguraba unos cuantos días de broma.El problema lo tendría cuando Bucher estuviera suelto, pero para eso aún quedaba tiempo.
            Al oir el grito, Verónica y Laura se despertaron y acudieron rápido a la sala donde se encontraban los demás. El gesto de Ramón, repleto de indiferencia y frialdad, no auguraba nada bueno. Había tomado unas determinaciones que iba a hacer públicas en ese preciso instante, con todo lo que ello conllevaría. Para ello, debía tener a todos sentados, escuchándole.
            -Verónica, necesito que Laura y tú os sentéis. Tengo que haceros unas preguntas a todos, y os pido calma. Llevo pensando en esto mucho tiempo y creo que ya es hora de que nos sinceremos. Y sé que aunque no confiáis en mí, tenéis motivos para no hacerlo. Por tanto, si me dais cierta información todos, yo me sinceraré con todos vosotros, y podremos comenzar de nuevo la convivencia en los pocos días que nos quedan aquí dentro.
            Nadie respondió. Las miradas se cruzaban entre todos tan rápidas como un tornado que arranca una casa de madera. Nadie se atrevió a decir ni una sóla palabra. Tal vez por miedo a encontrarse con la verdad, por miedo a sacarla a la luz, o por miedo a darse cuenta de que las sospechas de cada uno podían ser ciertas. Nadie se atrevió a decir ni una sóla palabra, excepto Ramón.
            -Bien, comenzaré por ti, Verónica, dado que eres la chica con la que más confianza tengo.
            -No sé qué quieres saber… - Dijo Verónica con un tono que claramente mostraba hostilidad.
            -¿Por qué te presentaste en mi casa sin tu hermana?¿Dónde estaba?¿La habías perdido?¿La habías abandonado? – Se adelantó a preguntar un desafiante Ramón. Verónica no respondió al instante, ya que le sorprendió de forma muy desagradable las preguntas de Ramón, y más teniendo en cuenta que su hermana estaba delante. Verónica comenzó a ponerse nerviosa. Comenzó a acalorarse aún más si cabe, con los nervios por encima del sofoco del ambiente. Sus manos comenzaron a sudorar, sensación que notó Laura, que rapidamente se soltó de la mano de Verónica, lo que puso más nerviosa a su hermana. – Verónica, te he hecho una pregunta.
            -No… No abandoné a mi hermana… No sé ni cómo puedes hacerme esa pregunta… Me ofendes, Ramón. Ya me conoces, y sabes lo mucho que quiero a mi hermana…
            -No me estás respondiendo. – Dijo tajantemente Ramón. Verónica le fulminó con la mirada, pero finalmente sucumbió al llanto.
            -Decidimos ir al aeropuerto, para irnos del pais. El destino nos daba igual, siempre que no fuera muy caro… No tenía dinero, ni trabajo, sólo una beca que no me cubría nada… Y estaba desesperada. Estaab intentando mostrarme fuerte, hacer que Laura tuviera el menor miedo posible, y al ver que el caos se había apoderado del aeropuerto… Me entró el pánico. Intenté arrancar, pero la gente nos rodeó. Comencé a gritar, a llorar, mientras mi hermana se escondía debajo del salpicadero. Y, no recuerdo como, volví a la carretera. No recuerdo cómo fue…
            -¿Recuerdas si alguien os salvó?¿Recuerdas cómo saliste de allí?
            -No… Lo único que recuerdo es que me quedé sin gasolina a mitad de trayecto, a la altura de Torrelodones en la A6… Y tuvimos que ir andando. Tardamos horas en llegar, y tuvimos suerte. Con el aviso de la bomba, los militares habían comenzado a asesinar a gente en las calles. Los pelotones de fusilamiento se podían oir a kilómetros. Los buitres sobrevolaban las pilas de cadáveres recién asesinados, y otras pilas ardían. Vi niños, Ramón. ¡Niños! Esos cabrones estaban matando a niños… Puede que lo que yo te diga no te valga demasiado, pero te juro… ¡Te juro que aquello era cierto! A cada paso que daba mi mundo se desmoronaba… El miedo no me dejaba pensar con claridad, y cuando vi aquel tanque derribar aquella iglesia… La gente se había refugiado allí dentro. Fue ahí cuando me di cuenta de que ni tan siquiera la fe podría salvarnos. Y por fin robé un coche, metí a Laura en él, y vine. Pedí a Laura que se quedara en el coche, y entonces Raúl…
            -No… - Se limitó a decir Claudia, con lágrimas en los ojos.
            -Me pidió que me fuera con él, que le acompañara, que sabía cómo salir de aquí… Pero yo no quería irme con él. No quería dejar a mi hermana sóla… ¡Y me pegó! ¡Me pegó, como tantas otras veces! ¡Ese hijo de puta me puso la mano encima! Y sonaron disparos muy cerca. Raúl paró al instante, y se asomó a la calle a ver. En cuanto su pie pisó el asfalto, una bala le atravesó el cráneo. Yo me escondí entre los arbustos del jardín, aterrada por lo que acababa de ver. Los soldados me habían oido gritar, y entraron al jardín. Gracias a Dios, no me encontraron… Y pude escapar. A mi no me vieron… Pero a Laura si. Se llevaron a Laura y no la pude ver.
            Verónica no pudo continuar. Un nudo se le hizo en la voz, y las lágrimas caían por sus mejillas. Sus manos agarraban con furia su camiseta, mientras sus dientes rechinaban de la rabia que tenía. Estaba a punto de estallar.
            -¡La busqué por todos lados! Por la calle, en el coche donde la había dejado… ¡Hasta en mi propia casa! ¡Pero esos militares ya habían estado allí antes! Me acurruqué debajo del sillón y lloré una hora entera, hasta que decidí pedirte auxilio. Por suerte, me había tranquilizado lo suficiente…
            Bucher no daba crédito a lo que acababa de oir. Estaba tan sorprendido como todos los que estaban allí. Había estado en operaciones militares, pero nadie había sido capaz de relatar con tal crudeza lo que pasaba en una guerra. Estaba lejos de llorar, pero ese momento le hizo sentir más humano. Claudia era un manto de lágrimas abrazado a su amiga Verónica, que lloraba con más fuera aún. Laura estaba entre las dos, sollozando, a pesar de no entender la situación. Hasta Carlos mostraba debilidad con alguna lágrima. ¿Debilidad? La debilidad no le corresponde al hombre que es capaz de soltar alguna lágrima con lo que le aterra o lo que le hace daño. Debilidad es no ser capaz de afrontar tus miedos, victimizarte con tus propios errores y culpar de tus problemas a otro. Eso es ser débil, y os puedo asegurar que Carlos era de todo menos débil.
            Ramón se había quedado petrificado. No era capaz de apartar la vista de Verónica, pero aún con todo, no era capaz de decir absolutamente nada. A su mente venían un montón de recuerdos difusos, imágenes que veía como lejanas, y que rapidamente se agolparon en su cabeza. Una bahía, y él arrodillado en la orilla, sollozando, con todo perdido. Se veía a sí mismo disparando un arma a una diana. Pero no era él. Era otra persona a la que él veía como suya. No se parecían en nada, pero él se identificaba con ese desconocido como si fuera él mismo. En ese momento, todos esos momentos se esfumaron, y como un sueño al despertar, desaparecieron ante la nueva pregunta.
            -¿Y tú, Ramón, eres quién realmente dices ser? – Dijo el general intrigado por la reacción del profesor.
            -Creo… que ya es suficiente por hoy. Perdonad por la pregunta.
            Ramón no habló en una semana.