jueves, 6 de septiembre de 2012

Preludio III: Día de San Valentín(parte III)


-Hola, madre. Ha pasado ya su tiempo, supongo. Te llamo para decirte que Ángela ha… muerto. No quiero que me devuelvas la llamada. Supongo que si me ha saltado el buzón es porque aún no estás preparada para hablar conmigo. Dile a padre qué… que a pesar de todo… Aún le quiero. Y a ti también te quiero. Supongo que nunca es tarde para pediros disculpas por todo. Dedidle a mi hermanita que echo mucho de menos su sonrisa. Quiero pensar que esto no es un mensaje de despedida, pero… ya no sé ni que pensar. Ya lo sabéis, he vuelto a caer. Y esta vez nadie me va a ayudar. Ni siquiera yo quiero ayudarme. Ya no me queda nada por lo que luchar. Sólo quería que… bueno, que lo supiérais. Os quiero.

Stefano colgaba el teléfono mientras rompía a llorar. Su familia, a la que había dado la espalda, no le volvería a ver. Tenía muy claro lo que quería hacer desde ese preciso instante. Quería acabar con todo, volver con el cuerpo de aquella persona que le marcó tanto. Miraba la foto. La luz de sus ojos cada vez se hacía más fuerte. ¿Por qué la persona que desea la muerte sigue viviendo, y las personas que desean más la vida mueren?¿Por qué este mundo es así de injusto? Todas estas preguntas rondaban su cabeza. Su marchita cabeza… Decidió darse una última cena. Comenzó a limpiar la pila de platos que contenía el fregadero, uno por uno, hasta que comenzó a notar un mareo. La cabeza se le iba, y la imagen de sus ojos se movía de un lado a otro. Finalmente, acabó desmayándose.

14 de febrero de 1005. Buenos Aires, Argentina.

Abrió los ojos. Por un instante no se podía creer lo que veía. No podía ni tan siquiera imaginar que todavía seguía vivo, en aquella cocina mugrienta. Un charco de sangre proveniente de sus orificios nasales manchaba toda su ropa y pelo, pero la hemorragia había cesado. El olor a sudor que su ropa desprendía no hacia otra cosa que acrecentar su miseria. Se tumbó bocarriba, se echó las manos hacia arriba… y rompió a llorar. Tan sólo ocho días habían pasado desde la muerte de Ángela, y su autodestrucción se aceleraba cada vez más, como un tren sin freno abocado a una parada en el centro de un abismo. Stefano intentó levantarse, pero las piernas no le respondían. Tras un esfuerzo sobrehumano de brazos consiguió, apoyándose en una silla y en la encimera, levantarse a pulso, hasta que las piernas comenzaron a reaccionar. Tras un grito desgarrador, dio sus primeros pasos, y se dirigió al calendario de la pared. 14 de febrero… El día de San Valentín.

Para Stefano, San Valentín eran todos los días de su vida desde que había conocido a Ángela. Se desvivía por ella. Y ella por él. Eran uno. A la más mínima mueca de uno, ahí etaba el otro para escuchar y apoyarle en todo cuanto quisiera. Siempre había sido así. Stefano tenía la costumbre de colmar de sorpresas y de regalos a su amada, como tonterías inútiles que no usarían jamás, simplemente para demostrar su amor. Incluso había llegado a componer una balada de amor sólo para ella. Todos los martes iba a recogerla al trabajo y la llevaba a las praderas de las afueras, donde se tumbaban y contemplaban las horas muertas hasta el amanecer. Siempre había sido así. Ángela le comentaba una por una el nombre de las estrellas del firmamento, y las constelaciones. Y él, hacía siempre las mismas preguntas, con la misma curiosidad y atención que el primer día. Y nunca, nunca pensó en abandonar a Ángela, porque era su bien más preciado. Su único bien. Ella le ayudó a encontrar el trabajo en la sucursal, a dejar la adicción a la heroína… Y no estaba agradecido, se había convertido voluntariamente en su siervo, su siervo del amor más profundo que un ser humano puede llegar a sentir hacia un igual. Y soñaba con pasar tan sólo una hora más con ella. Un simple beso, que le daba la vida. Una simple mirada, que le quitaba el aliento. Una voz que estremecía cada músculo de su cuerpo al unísono.

Stefano recordaba cada momento con Ángela como si se tratara del ayer. Lo atesoraba absolutamente todo. Cada gesto, cada riña, cada reconciliación. Lo había perdido todo. Su mente difusa se encargaría de emborronar todos esos recuerdos. La dependencia a esa maldita droga se encargaría del resto. Y no quería seguir adelante. Sin ella, no. A pesar de que reenganchándose traicionó su confianza. Se arrepentía de cada dosis consumida, de cada grito efectuado, de cada mal gesto. Pero ya daba igual. Ella ya no estaba, y jamás tendría la oportunidad de disculparse, por su soberbia, por no ser justo, por su maldito orgullo. Y ahora era el ser más desdichado de la Tierra. Estoy muerto, se decía a sí mismo. Sólo le quedaba efectuar el paso.

Sonó el timbre. Stefano levantaba la mirada, indefenso. Comenzaba a andar apoyado tan sólo de la encimera, apoyándose posteriormente en el marco de la puerta y finalmente abriendo la puerta. Era Helena de nuevo. Helena quedó horrorizada ante la vista que Stefano mostraba. Medio lado de la cara estaba cubierto por sangre reseca, al igual que toda su nariz y gran parte de su ropa y pelo. Las piernas le temblaban debido al esfuerzo que le suponía mantenerse en pie. Los ojos continuaban llorosos, y las ojeras estaban muy marcadas. Estaba consumido debido a la falta de alimentos ingeridos. Por si fuera poco, la barba no estaba controlada debido a la falta de higiene. Helena ayudó a Stefano a sentarse en el sofá, y se sentó en el sillón.

-Stefano, no sé en qué estás pensando… Pero no puedes seguir así. Ella ya no está, pero hay más gente que sigue aquí, y debes comprenderlo.
-Mi familia me ha dado la espalda… No, se la di yo a ellos. Tú volverás en breves a España, a donde yo no puedo volver. Mírame. No, por favor, mírame. ¿Sabes qué día es hoy?
-Stefano…
-Para mí todos los días eran San Valentín. Viví estos seis años de forma que cada día fuera más emocionante que el anterior, porque ella se lo merecía. Yo no soy nada, soy un despojo, ni una sombra de lo que fui. Y tú lo sabes.
-Si…
-Lo peor es que nunca más podré sentir la sensación de viveza en mis entrañas. Esa… esa puta sensación de vacío vuelve a mí tras 7 años, Helena. Pero esta vez, no va a haber nadie que recoja su relevo.
-Stefano…
-¿Sabes cuando hablé por primera vez con ella? Yo iba… perjudicado. Iba muy mal. Acababas de dejarme, y me había bebido media botella de tequila de un trago. Además, me tomé una dosis bastante fuerte. Iba dando tumbos por la acera, hasta que llegué a la estación. Allí, una mujer lloraba bajo la lluvia. Estaba empapada. Su novio en aquel momento había muerto por un accidente de tráfico al ir a buscarla. Me ayudó a ir a su casa, donde pasé la noche. Nunca se cansaba de recordarme ese momento. Cuando desperté a la mañana siguiente, me dolía muchísimo la cabeza. Intenté buscar mi tabaco, pero se me debió caer en algún momento de la noche. Y allí estaba ella, con un camisón rosado, y su maquillaje de ojos corrido por toda la cara debido a las lágrimas. Pensaba que había muerto, porque en un momento se me debió parar el corazón. Ella estuvo toda la noche pendiente de mí, y cuando desperté… se abrazó a mí, y permanecimos llorando los dos durante horas. Esas horas pasaron a ser días, y nos convertimos en amigos muy rápido. Pero cuando menos lo esperas, esa amistad se convierte en algo más. Y te niegas a ti mismo la posibilidad de que esté pasando, pero, amiga mía, esas cosas pasan, y lo peor es que no podemos controlarlas. Ella me confesó que estaba loca por mí desde el día en que me vio dar eses por la calle. Lo mío fue posterior, pero igual de intenso. Me prometí a mí mismo que dejaría la heroína por ella. De hecho, lo conseguí. Me prometí que nuestra ruptura no me afectaría, Helena. Y lo conseguí. A los 4 meses te había olvidado, y podía entregarme de nuevo a una persona. Y esa persona resultó ser la persona más importante de mi vida. El amor de mi vida. Y me ha abandonado.
-No te ha abandonado, sigue aquí, con nosotros. Stefano, todo lo que sientes por ella, ese recuerdo que tienes, es lo único que va a mantenerla viva. La ternura con la que hablas de ella, es su voz. Y la mirada melancólica que pones cuando hablas de ella, es su alma en simbiosis con la tuya. Stefano, mírame ahora. Hay mucha gente ahí fuera que desea que salgas de aquí, te pongas de nuevo tu traje y salgas adelante. Ramón está de camino, tu amigo viene a apoyarte. ¿No es fantástico?

No hubo respuesta. Stefano agachó la cabeza, probablemente arrepentido por todo lo ocurrido entre ellos 3. Respiró hondo, pero con miedo por si la nariz volvía a sangrar. Se había deshaogado, y se sentía menos compulgido. Quizá lo que necesitaba era eso, abrirse al mundo y expulsar todo lo que le comía por dentro. De hecho, la sensación que le producía la necesidad de droga no estaba. Había desaparecido. ¿Era eso una señal? Quizá era pronto para saberlo.

-Aunque no te lo creas – Dijo Helena – estaremos aquí, después de todo, para ayudarte. Porque no lo has perdido todo. Y nosotros vamos a enseñarte de nuevo todo lo que la vida puede depararte. Te enseñaremos lo bello, te enseñaremos lo bonito que podemos encontrar en… la sonrisa de un niño, podremos volver a ver una comedia y volveremos a reirnos, volveremos a escuchar música y volveremos a sentir como se erizan los pelos de los brazos al escuchar una sinfonía de Chopin. Volverás a vivir, Stefano, y te darás cuenta de que a partir de ahora, sólo te sucederán cosas.

Helena miró a Stefano. Esbozaba una sonrisa sarcástica. Había comenzado su lucha interior. Helena agarró la mano de Stefano. Ya tenía un motivo para sonreir. Su amigo comenzaba a reaccionar, comenzaba a debatirse entre las dos soluciones inevitable, y eso la tranquilizaba. Contempló su brazo, aún con marcas de inyecciones, pero ninguna reciente. Helena expulsó una lagrimilla, y se abrazó a Stefano. Comenzó a decirle al oido lo importante que era para ella, mientras que este devolvía el abrazo, cada vez de una manera más intensa. Stefano volvía a sentir el calor humano, volvía a sentir el aprecio. Se dejó llevar, a base de besos en el cuello de Helena, mientras notaba como todos los pelitos del cuello se erizaban poco a poco. Helena expulsó un tímido gemido, seguido de una frase: me haces cosquillas con la barba. Los dos rompieron a reir, y se apartaron el uno del otro. Se quedaron los dos mirándose mutuamente, como si el tiempo se parase en ese preciso instante. Helena soltó finalmente la mano de Stefano, y dijo alegre:

-Anda, date una ducha. Voy a por algo de cenar. Al fin y al cabo, es una noche especial. Venga, recoge un poco. Tardaré en llegar.

Stefano volvía a sonreir.

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