11 de febrero de 1830. Tesalónica.
-Bien, Nikola – dijo Gregor con la voz temblorosa – cuando
entremos ahí… deberá olvidar todo cuanto conoce. El demonio tratará de
confundirnos, de hacernos mostrarnos débiles de cara a él… o incluso podrá
intentar separarnos. Si eso ocurre, trate siempre de buscar la salida de la
sala. Pero bajo ningún concepto deje que el demonio entre en su cuerpo. No le
garantizo que salgamos con vida. No le garantizo que salvemos a Ántimo… pero
debemos intentarlo. No le mire a los ojos. No le escuche. Trate de evitar cualquier
contacto físico con el sujeto. Y bajo ningún concepto trate de actuar por su
cuenta. Siga mis órdenes como si fuera lo único que le salvara de la muerte…
Probablemente eso será lo único que nos salve. ¿Entiende?
-Entiendo, diácono. ¿Está todo preparado?
-Si, me he adelantado y lo he preparado todo. Simplemente
recuerde lo que le pedí: un crucifijo y agua bendita. Antes de que entremos, me
gustaría decirle que pase lo que pase, habrá sido un placer trabajar con usted
en la salvación de un alma impura. Entremos.
Gregor y Nikola miraron la puerta tras la que se ocultaba el
arzobispo. Quedaron así unos instantes contemplando de forma silenciosa la
puerta, y una sensación de nostalgia se apoderó de Gregor, como si ya la
hubiera tenido antes. La puerta comenzó a tornar la forma lentamente, hasta dar
paso a la boca de una criatura maligna, que sonreía y mostraba su satisfacción
ante la dura prueba que debían superar. Gregor no podía apartar la mirada de la
puerta, y comenzó a caminar lentamente, y a recitar unos versos, que suponía
que frenarían las ansias de los demonios.
El Señor es mi pastor, nada me falta.
En prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo.
Al terminar de recitar el último verso, contempló el rostro
de Nikola, desencajado por el horror que le suponía oir esas palabras del
diácono. Nunca había oido ese salmo con tanto terror. Siempre había sido él el
que lo recitaba, en ceremonias como entierros. Por tanto, había asociado la
recitación de ese salmo con la muerte. Ahora sí que no tenía ningún tipo de
esperanza de sobrevivir. Gregor lo miro, y secó de sus coloradas pupilas las
lágrimas que le caían. Sabía perfectamente lo que pasaba por la cabeza de
Nikola, y debía consolarle, pero… ¿Cómo? Volvió a recitar el salmo, y a la
mitad Nikola le acompañó, como si haciendo eso se sintiera más seguro, más
protegido por su Señor y por el diácono.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
Me preparas un banquete
en frente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu amor y tu bondad me acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
Finalmente ambos reemprendieron la marcha y comenzaron a
caminar hacia la sala, donde se encontraba Ántimo. Primero entró Gregor, y tras
unos instantes le hizo un gesto a Nikola para que entrara. Al entrar la imagen
se volvió mucho más dura de lo que esperaba: la sala estaba completamente
cerrada, incluidas ventanas. La única iluminación provenía de unas lámparas de
aceite colocadas en estanterías de forma estratégica, para que los puntos más
conflictivos se encontraran iluminados. Una gran cruz de madera presidía la
sala, adornando una de las paredes. Justo enfrente, un espejo reflejaba la
cruz. Y en el centro, justo en el centro, se encontraba ántimo, tumbado en el
colchón, atado de pies y manos y amordazado, intentando revolverse mientras
sollozaba e intentaba gritar algo que por la mordaza de cuerda no se entendía. La
pared en la que Ántimo había escrito con su propia sangre, había intentado ser
limpiada, pero sólo habían movido la sangre. Aún así, los versos escritos se
podían leer con claridad. Gregor abrió la Biblia mientras le quitaba la mordaza
de la boca a Ántimo.
-“En medio del desierto hay un oasis con una gran fuente de
agua. Fuera, la arena abrasa, pero a la sombra de las palmeras crece la hierba.
Las ovejas comen alimento tierno, beben agua en abundancia y sestean al fresco.
Más tarde se ponen en camino por las sendas que el pastor conoce bien, porque
las ha recorrido muchas veces. Así, hace honor a su nombre de pastor. Tienen
que atravesar un desfiladero entre las montañas y se hace de noche. Las ovejas
avanzan seguras, porque pueden escuchar el sonido del bastón del pastor, que
golpea rítmicamente el suelo al andar. Si una de ellas se desvía, el pastor
acude solícito en su búsqueda, y con unos toques del cayado sobre los lomos, la
devuelve al camino justo. Si acuden lobos u otras alimañas para atacar el
ganado, el pastor defiende su rebaño a bastonazos.” ¿Podría continuar la
dicción de la prosa?
-¿Me están sometiendo a una especie de exorcismo? ¿Qué
demonios significa esto? ¡Suéltenme ahora mismo, se lo ordeno! Soy el arzobispo
y…
-¡Cállese, Ántimo! Esto sólo empeorará las cosas. Continúe
la dicción.
Ántimo contempló a Gregor con una mirada desafiante, que
hizo a Gregor sentir un escalofrío por todo el cuerpo. Realmente el demonio
estaba dentro de él.
-“Por el mismo desierto, una persona intenta huir de sus
enemigos, sin ninguna posibilidad de sobrevivir. De repente, divisa a lo lejos
el campamento de unos beduinos. Lo alcanza y, poco tiempo después, llegan
también sus perseguidores. No pueden hacerle nada, porque la ley de la
hospitalidad considera sagradas a las personas acogidas bajo una tienda. El
jefe del campamento, no sólo le acoge en la suya, sino que, además, le ofrece
agua abundante para calmar su sed, le prepara un banquete para que tome fuerzas
y le unge con aceites perfumados para sanar las quemaduras del sol y
refrescarle. Estas imágenes sirven para hablar de nuestra relación con Dios:
Nos guía, nos protege, nos alimenta... Si ya en esta vida podemos hacer unas
experiencias tan fuertes del amor de Dios, el orante confía en que su salvación
no tendrá fin, y podrá habitar en la Casa de Dios por toda la eternidad”. ¿Eso
era lo que quería oir? ¡Ahora suélteme!
Nikola comenzó a mirar estupefacto a Ántimo, que había
respondido a la perfección. Pero Gregor se mostraba más escéptico. Comenzó a
mesar su barba con la mano y a moverse de un lado al otro, mientras murmuraba
en latín. Ántimo seguía retorciéndose, cada vez con menos fuerza, y, tras
muchos ademanes, consiguió dar la vuelta y dar la espalda a los dos exorcistas.
-Ha defendido a capa y espada su declaración, tanto a Nikola
como a mí. No la ha variado ni un ápice. Eso nos da motivos para creer que dice
la verdad. Pero el contenido de la historia no nos inspira confianza.
-Sé perfectamente lo que vi. ¡No estoy loco! ¡Ellos me
invitaron a la estructura y me enseñaron esas atrocidades! ¡Y ahora nosotros
debemos salvar a la humanidad con la confesión que nos hicieron!
-¿Qué le hace pensar que le dijeron la verdad, y que no
querían manipularle?
-Su… Su mirada era pura. Ajena de cualquier tipo de pecado.
Nunca había contemplado tanta belleza en una mirada. El ancho mar, los
frondosos bosques… Son simplemente una mofa del auténtico significado de la
belleza. Jamás podría explicar con exactitud lo que esa mirada transmitía.
-Basta de tonterías. Procederemos al siguiente paso, debido
a que esto no ha surtido efecto.
-Se acercan.
El silencio se hizo de nuevo en la sala. Nikola estaba
aterrorizado, no sabía qué hacer, mientras que Ántimo y Gregor se miraban de
una forma más que desafiante. Nikola abrió lentamente el agua bendita, porque
algo le decía que la situación se estaba volviendo cada vez más peligrosa.
Comenzó a caminar lentamente hasta Ántimo… ¡Y comenzó a rociarle con el agua
bendita! Tras varios impropierios de Nikola, cesó, y vio que Ántimo simplemente
se había mojado, que no había ocurrido nada como así esperaba. Gregor lo miró
enfadado, y corrió hacia él. Con un empujón derribó a Nikola y le hizo chocar
con una pared, y tras abofetearle, comenzó a gritarle.
-¡Qué demonios acaba de hacer! ¡Le dije que siguiera a
rajatabla mis órdenes!
-¡Sólo quería ayudarle! ¿No ha visto cómo le miraba?
-Debió haberme consultado. ¡Así sólo entorpece la operación!
Comienzo a cuestionar realmente si era la persona correcta para ayudarme…
-¡Estaba aterrorizado! ¡Nunca he practicado un exorcismo!
¡Es una locura!
-¡Una locura es lo que usted acaba de hacer!
-¡YA VIENEN!
Los dos párrocos comenzaron a mirar a Ántimo, que se había
quedado quieto en el suelo. Gregor comenzó a caminar hacia él, con mucha
tranquilidad y seguridad. No así Nikola, que no se movió del suelo, y se tapo
la cara con las manos para no ver lo que podía pasar.
-Ántimo, ¿podría decirme quienes son las personas que
vienen?
-No tienen nombre… ¡No son de este mundo! ¡Y cada vez están
más cerca! Suéltenme por favor…
-¡No puedo soltarle hasta que no tenga la certeza de que no
intentará nada extraño!
-¡Me aseguraron que jamás me creería nadie! ¡Me dijeron que
dentro de mi ser se encarnaba la maldición de Cassandra!
El silencio volvió a hacerse en la sala, sólo interrumpido
por los llantos del arzobispo. Nikola era presa del pánico, y comenzó a repetir
una y otra vez: “ya basta”. El ambiente se enrarecía por momentos, y Gregor no
se sentía cómodo, de hecho… De hecho no sentía nada. Algo le nublaba la mente y
no le dejaba pensar con total claridad. Ni siquiera Ántimo trataba de demostrar
su inocencia. Todo era muy extraño. Las ventanas comenzaron a tambalearse. Los
maderos que las cubrían comenzaban a dejar caer virutas al suelo, mientras que
Ántimo comenzó a escupir de la boca un grito sordo que avisaba de lo que venía.
Ya estaban aquí.
Los maderos comenzaron a caer uno a uno con cierta
violencia, mientras que por los huecos comenzaba a entrar una luz cegadora.
Finalmente, el último madero cayó, y Gregor se colocó de rodillas, mientras
mentalmente se maldecía por su poca fe. Ántimo parecía en shock, y Nikola no
dejaba de decir las dos palabras antes mencionadas. Tras unos instantes, un sonido
ensordecedor comenzó a surgir de la luz cegadora, mientras Ántimo comenzaba a
gritar que tenía razón, y que su alma estaba salvada. Unos minutos después, que
para los tres se hicieron eternos, el sonido cesó. El silencio se apoderó de la
sala, y finalmente… un hombre con un yunque entró por una ventana, al igual que
la mujer de ocho brazos.
-¿Q… quienes sois?
-Dame tu fe, abrázame, Gregor.
-¿Cómo demonios sabéis mi nombre?
-Nosotros lo sabemos todo. Dame tu fe, abrázame.
-¡Nikola, debemos salir de aquí y avisar a toda Tesalónica!
-Ántimo tenía razón… ya no creo en nada.
-¡Sal de aquí, nos van a matar!
-Gregor, prefiero morir… a vivir una mentira.
Los ojos de Gregor se dirigieron con una velocidad
supersónica al rostro de Nikola, totalmente empapado por las lágrimas. Sus ojos
mostraban la total decepción de una vida dedicada a una completa farsa, al
cansancio de una vida dura, en la que apenas recoges frutos… Nikola se había
rendido a su propio ser, se había convertido en un alma condenada, pero pura.
Gregor no lo comprendió, no lo comprendería nunca. Se negaba a aceptar que todo
lo adorado podía ser una farsa completa. Nikola se acercó lentamente al hombre
con el yunque, y le miró a la cara, difuminada por la luz cegadora. Nikola
comprendió la belleza del ser que le observaba, y lentamente se dejó caer sobre
el suelo. El hombre del yunque agarró su martillo, y tras un vistazo a su
alrededor, buscó la aprobación de la mujer de ocho brazos… y comenzó a golpear
la cabeza de Nikola en repetidas ocasiones. La sangre comenzó a brotar de la
cabeza de Nikola, que moría en el acto. La cavidad craneal se deformaba
conforme se repetían los golpes, hasta que reventó, dejando volar al libre
albedrío los pedazos de la cabeza. Gregor observó aterrorizado la escena,
mientras Ántimo no pestañeaba. El hombre del yunque limpió con su mano la cara,
y se alejó por la ventana. La mujer de ocho brazos miraba ahora a Ántimo, que
se levantaba, y procedía a hablar.
-Ahora has visto lo que le sucederá a toda la raza humana.
Las cabezas pensantes caerán una a una mientras la sociedad sigue debatiéndose
entre la oscuridad del dinero o la dualidad entre el alma y el ser. Al
contrario de lo que piensan todos los ilustrados del momento, en ningún momento
las diferentes culturas del planeta adoraron a dioses falsos. Siempre han
adorado a los mismos seres con diferentes nombres. Siempre han estado con
nosotros, observándonos, como parte de su creación. Nunca nos han abandonado, y
cuando lo han hecho, siempre nos han ocurrido calamidades. El ser humano es un
animal que no puede valerse por sí sólo aunque lo parezca. El ser humano es un
ser autodestructivo. Y sus ansias de poder obligaron a esta gente a
abandonarnos hace 1800 años, cuando su último enviado murió crucificado de la
forma más cruel posible. Hoy, el ser humano sufrirá la condena a la que
estábamos avocados, pero podríamos habernos salvado. Ahora, nuestras almas
están condenadas. Y tú has perdido tu oportunidad, Gregor.
Ántimo finalizó su discurso, y se fue acompañado de la mujer
de ocho brazos hacia la luz cegadora. Gregor se vio sólo, y mientras la luz
cegaba, comenzó a gritar y a maldecirse por su falta de fe. Cuando se dio
cuenta, las ventanas se encontraban en perfecto estado. Los maderos estaban
colocados perfectamente, y la sala parecía intacta. En un lateral estaba
Ántimo, inmóvil, con los labios amoratados, al igual que el resto de su frío
cuerpo. Desprendía un olor de putrefacción, por lo que pudiera parecer que
llevaba días allí fallecido. El cuerpo de Nikola seguía igual que cuando la luz
cesó: sin cabeza. Gregor observó los versos pintados en la pared, que parecían
más claros que antes. Contempló la sala,
y después salió.
Al salir, decidió ir a la biblioteca del monasterio, y
recoger todos los textos apócrifos que habían pasado por las manos de Ántimo.
Tras recogerlos, se dirigió al claustro, donde encendió una hoguera, y los
quemó todos. Después contempló que la mejor opción era quemar también los
cadáveres de Nikola y de Ántimo, y culpar a este último del asesinato de Nikola
y su suicidio durante el exorcismo. Pero al volver a la sala… contempló algo
que no esperaba. Los cadáveres habían desaparecido. La pintada de la pared
también había desaparecido, al igual que los crucifijos y el espejo. Todo
parecía en orden, como si nada hubiera pasado. Gregor comenzó a ponerse muy
nervioso y a gritar barbaridades sobre el infierno y los demonios, hasta que
contempló el techo. Allí se contemplaba una pintada muy reciente, que decía:
“¿Realmente podemos contemplar la mente como un instrumento
lúcido y transparente?¿Quién es realmente el equivocado?¿Quién está realmente
endemoniado?¿Cómo crees que puedo hablarle un Dios que nunca se dignó a dar la
cara?¿Por qué nunca volverá tu mente a reaccionar después de leer tu propio
epitafio?”
Gregor fallecía días después en la horca por doble
homicidio. Nunca nadia volvería a saber de la existencia de “ellos”.