domingo, 23 de septiembre de 2012

Preludio III: Día de San Valentín(parte VI-Final)



-Bueno, Stefano. Me temo que debo darle malas noticias. He decidido dar parte al departamento de politoxicomanía de la comisaría. Tiene antecedentes de consumo, así que es probable que acabe en la cárcel. Eso sería cierto, si no fuera porque la muerte de su esposa le ha sumido en una depresión que le ha llevado al consumo de nuevo de heroína. Añadido a esto, en cuestión de dos semanas ha estado al borde del colapso en dos ocasiones. Su cuerpo se consume rapidamente y usted no quiere hacer nada para evitarlo. Por si esto fuera poco, fuma, teniendo asma, y se pasa varios días sin comer, negándole al cuerpo lo que tanto pide. Se está dando una eutanasia forzada. No voy a obligarle a comer, si quiere morirse allá usted con su conciencia. Tiene el alta hospitalaria. Ya puede volver a matarse. Pero este hospital se niega a hacerse cargo de usted. Buenas tardes.

El doctor salía de la habitación de Stefano, con un rostro muy serio, a la vez que de preocupación. Helena le abordaba en el pasillo.

-¿De verdad cree que así reaccionará?
-Mire, ese hombre está medio muerto. La heroína y el tabaco le han consumido hasta un punto en el que probablemente una dosis más lo mate. Si no se le habla claro, probablemente no reaccionará nunca. Y así debe hablarle usted. Déjele las cosas claras, y así aún tendremos la esperanza de salvar su alma. Pero no le rían las gracias. Buenas tardes.

Helena dejaba caer alguna lágrima por su mejilla, mientras miraba al enfadado doctor bajar por las escaleras. Estaba confundida, desolada, pero tenía que hacerlo. Sino, Stefano probablemente nunca reaccionaría. Así que entró a la habitación de Stefano.

-El doctor me ha hechado una buena bronca. Supongo que me está bien empleado. Bueno, este hospital no quiere hacerse cargo de mí, así que tendré que ir a morirme a otro lado.
-No voy a volver a consolarte.

Stefano levantaba la mirada de forma fulminante a Helena. Esta no se atrevía a mirarle a los ojos.

-¿Perdón?
-Que ya no voy a consolarte más. Me vuelvo a España. Si quieres matarte, hazlo. Pero no vuelvas a amenazar con ello. Si vas a hacerlo, hazlo en serio.
-No voy a suicidarme.
-Quizá sea lo mejor para todos. Rehaz tu vida, y cuando te veas con fuerzas, llámanos. Nos encantará saber que nuestro amigo sigue vivo.
-Helena…
-Me tengo que ir. Nuestro avión parte en unas horas. Llamaremos cuando lleguemos. Por cierto… Ramón me ha pedido matrimonio. Y he aceptado. Simplemente quería… que lo supieras.
-Me alegro mucho por vosotros. Se lleva a una gran mujer. Por favor, acuérdate de darle el libro.
-Se lo daré. Probablemente en nuestra luna de miel. ¿Te gusta Paris?
-Adoro Paris. Un buen destino. Disfrutad de vuestras vidas.

Helena asentía compadeciéndose de su amigo, y abandonaba la sala sin mediar palabra. Ambos sabían que esa era la última vez que se veían, pero ninguno iba a dar su brazo a torcer. Al salir de la sala, Helena rompió a llorar en los brazos de Ramón, con una intensidad que se oía hasta en la habitación de Stefano, al cual se le caía alguna lagrimilla por el rostro. Stefano volvía a estar sólo.

20 de febrero de 2005. Buenos Aires, Argentina.

Por la avenida principal un Chrysler Pacífica blanco pasaba. Sin pausa, pero sin prisa. Sin rumbo fijo, da a parar en los arrabales, punto de partida de nuestro relato. Allí, varios hombres rodeando una hoguera se acurrucan comiendo lo poco que el supermercado ha descatalogado ese día. La noche de febrero es muy apacible allí en el otro hemisferio. El Chrysler se para delante del grupo de hombres, y uno de ellos se acerca.

-Blanco.
-Stefano, te pedí que no volvieras por aquí. Ahora la poli te vigila.
-Venía para despedirme. Matías, eres el único tío que ha sido capaz de comprender mi problema y me ha dado mercancía a un precio medianamente asequible. Sólo quiero dos cosas. La primera, que te olvides de mí. Nunca debes decirle a nadie sobre mí.
-Descuida.
-Y la última, dame una última dosis. Una dosis que sea letal.
-Mierda, Stefano. No te preocupes, no te delataré. Eso sería delatarme a mí también. Vale, aquí tienes una dosis. No te matará en el acto, pero si no recibes una rápida ayuda sí que puede darte un paro cardiaco. Tío, y aunque sobrevivas, no quiero volver a verte. Si vuelves a aparecer por aquí te pegaré un tiro.
-Quizá eso sea más rápido.

Los dos echaron a reir timidamente. Matías se pasaba la mano por la nariz

-¿Coca?
-Mierda buena. Venga, vete ya.

Los dos chocaban las manos, y tras una última mirada, Stefano arrancaba el coche. Tras callejear un poco por si los policías le seguían, decidío emprender la marcha a la bahía. Tras media hora llegó a la autopista, y tras ello, un viaje plano hasta la bahía. Eran las 4 de la madrugada, y decidió dormir. Dormir… Sólo había un pensamiento que le rondaba la cabeza: la salvación está en mis propias manos, y no soy capaz de tomar la decisión correcta. No soy capaz de tomarme la puta dosis. ¿Le tengo miedo a la muerte?¿O tengo miedo a encontrarme con ella arriba y demostrar que no he tenido las pelotas de seguir adelante?

11 y media de la mañana. Martes 20. Y nadie por la playa. Ramón encendió su cigarrillo, su último cigarrillo. Tras disfrutar la última bocanada, agarró la urna con los restos de Ángela, y salió del coche. Tras cerrar, y meterse la dosis en el bolsillo, comenzó a caminar a la orilla del mar. Se descalzó, y metió sus pies en el agua. Miró al cielo nublado, que amenazaba con tormenta. Tras respirar hondo, dijo algunas palabras.

-Ángela, ¿Puedes oirme? Supongo que este es el último momento en el que tú y yo estaremos juntos… En estas dos semanas han pasado muchas cosas… Le regalé a Ramón mi libro de Nostradamus. ¿Te acuerdas las tardes muertas riéndonos de ese tipo? Si… Bueno, y Helena vino a verme. Intentó consolarme, pero falló…

Su voz se entrecortaba cada vez más, conforme avanzaba en su discurso.

-Te echo de menos. En estas dos semanas me he autodestruido de tal manera que el seguir con vida a morir es algo que me da igual. He decidido acabar con todo, pero, aún si siguiera con vida, mi familia sigue sin hablarme. Mis amigos me han abandonado, y Matías ya no me fía. El doctor no me deja volver al hospital, y ya no sé qué hacer. ¿Por qué me has dejado sólo?¡Demonios, yo te amaba, Ángela!¡Cerda egoista!

Stefano rompía a llorar de nuevo, y pegaba un grito al aire. Ya no se controlaba, comenzó a dar puñetazos a la arena de la playa sumergida mientras lloraba y lloraba. La nariz no sangraba, pero a Stefano eso le daba igual. Se rasgó los pantalones a la altura del tobillo, y, tras unos instantes, recobró la cordura. Las cenizas se estaban saliendo de la urna, así que recogió la urna con rapidez y se abrazó a ella. Prosiguió angustiado

-Pero esto no es culpa tuya. Los dos hemos luchado por un esfuerzo vano, y ahora ya no estás conmigo… Si tú no estás, para mí nada de esto tiene ningún sentido, y sólo quiero reunirme contigo. Pero, ¿Estarás enfadada conmigo? Te he fallado, no he sido capaz de rehacer mi vida, ¡porque tú eras mi vida! Y ahora ya no tengo nada… Nada. Sin ti… me es imposible respirar, las horas no quieren marchar, no me queda guerra en la cual luchar. He perdido, lo he perdido todo. Te amo, siempre te amaré, no importa si me da el colapso ahora mismo, porque sé que pase lo que pase me estarás esperando, mi vida, mi sueño… Voy a cumplir tu voluntad, y voy a acabar con todo esto.

Stefano se ponía de pie de nuevo, y agarraba con las dos manos la urna. Había algo en su desdichado ser que le impedía soltar las cenizas que quedaban. Quizá el sentimiento de pertenencia, pues ella era suya, y jamás, jamás se perdonaría el hecho de deshacerse de su bello cuerpo, que ahora era un montón de cenizas. Quizá era el hecho de despedirse para siempre de aquella persona que había sido capaz de amarle con todos sus defectos y con todas sus virtudes. O quizás el hecho de que si se deshacía de ella, él se iría con ella, y no se atrevía a afrontar la muerte. Finalmente… lanzó sus cenizas al mar. De un impulso lanzó lejos de la orilla la urna, y se arrodilló impotente en el mar. Sus recuerdos se desvanecían, como el papel que arde. Sus paseos por la playa, las noches en las que nunca durmieron, las veces en las que Ángela le susurraba al oido que le amaría siempre, las noches en las praderas divisando las estrellas, las cenas románticas, las escapadas al interior, todo… Y como un corazón que nunca fue amado, su alma se resquebrajaba en mil pedazos, mientras en su interior los sentimientos asesinaban a quemarropa a la razón. La pasión y el amor habían sido ahogados con una almohada, y en su interior se instauraba la diarquía de la ira y la agonía. El dolor y el miedo serían sus guías a partir de ahora. La esperanza se fue para no volver, cerrado por falta de liquidez, recaba aquel cartel.

-Dame tu fe, abrázame.

Los ojos de Stefano se abrieron con furia. Rapidamente giró la cabeza y allí le vio. Con su gabardina negra, su sombrero, y su pipa. No había duda. Jean Marville.

-Salut! Je suis Jean Marville, comment ça va?

Stefano se levantó rapidamente, apoyándose en el agua, aunque se volvió a caer por no apoyarse bien. Marville le observaba atentamente. Finalmente, Stefano se puso en pie.

-¿Quién eres y qué coño quería de ti mi esposa?
-Bien, no quieres andarte con rodeos. Ante todo mi más sincero pésame.

Stefano agarraba del cuello a Marville sin más contemplaciones, mientras este mantenía la calma.

-Su esposa se puso en contacto con nosotros a través de internet. Nos pidió ayuda y nosotros se la dimos. Trabajo para la CIA.
-¿La CIA?¿Me está tomando el pelo?
-Verá, hace unas semanas dijo en su facebook que conforme la enfermedad avanzaba tenía cada vez sueños más extraños. Tras pedir ayuda al gobierno para facilitarle la eutanasia, decidió, en un claro caso de desesperación, dirigirse a la CIA y catalogar su caso como “agonía forzada” para que el gobierno estadounidense moviera sus hilos para que Argentina le ofreciera una muerte rápida.

Stefano se calmaba y escuchaba con atención.

-Recuerdo que me mencionó levemente esos sueños, pero nunca me dijo de qué se trataban.
-A mí si que me lo mencionó. Nos costó que se abriera a un organismo mundial que no le ofrecía ninguna salida, pero aceptó. Sus sueños eran a cada cual más extraño. En el primero, contemplaba un sacrificio humano. Parecía una pirámide, que por su descripción rapidamente asociamos a la Huaca del sol de Moche. Ella se acercaba, y se veía como el chamán arrancaba el corazón de la joven, y tras morderlo, lo hacía caer escalinata abajo. Lo curioso es que, tras acercarse a ver el rostro de la víctima, se dio cuenta de que era ella misma la sacrificada. No supimos qué decir. Probablemente querría decir que no estaba contenta con su entorno, y que por eso ansiaba la muerte, lo cual no era difícil de deducir debido a su estado. En el 2º sueño, se encontraba en un campo de amapolas, junto a su amado. Pero no era usted, era un novio antiguo suyo, que nos dijo que murió en un accidente de tráfico cuando iba a buscarla.

A Stefano se le partió el corazón en ese preciso instante, pero hizo porque no se le notara.

-La dijimos que quizá eso significaba ansias de volver al pasado, pero aún volviendo al pasado y aún remediando la muerte de su novio, no podría evitar el cáncer. Su 3º sueño era el más extraño. Era una ciudad. Una ciudad hermosa tal como la describió. Muy hermosa. Edificios de cristal, abundancia de alimentos, amantes furtivos por doquier… Y de repente, un cataclismo ocurría. La ciudad caía en el fondo del mar, para no volver a despertar nunca. Eso provocaba un movimiento de las placas tectónicas y… se creaba el actual estado de la Tierra. Obviamente era un sueño, y el proceso se aceleraba, pero nos dio que pensar. Una sociedad, que se hundió en las profundidades y que se ha mitificado…
-La Atlántida…
-Y queremos que nos ayudes.
-¿Qué conexión hay entre mi esposa y todo esto?
-Verás, tenemos un problema. En 7 años, la Tierra sufrirá otro cambio radical. La NASA así lo ha confirmado. No podemos decir aún cómo, sólo sé que el 21 de diciembre de 2012 la Tierra sufrirá un cataclismo. Lo predijeron los mayas. Lo predijeron los templarios. Y lo predijo Nostradamus. Este cataclismo podría llevar a la destrucción de la raza humana. Nuestra intención es enviar a la luna un contingente de diez personas, cuatro hombres y seis mujeres de diferentes edades, justo antes de que ocurra el cataclismo y, cuando La Tierra lo permita, bajar de nuevo.
-¿Qué pinto yo en todo esto?
-Sé que amabas a Ángela, y ella te amaba a ti. Y sabemos que no puedes seguir adelante sin ella. No te culpo, yo perdí a mi esposa hace años. Es a lo que te arriesgas siendo un agente de la CIA. Y sé lo que estás pasando. No te prometo recuperarla, eso es imposible. Pero te prometo algo mejor: empezar de cero.
-¿De qué me hablas?
-Transhumanización.

Stefano no daba crédito. Le estaban dando la oportunidad de empezar de cero. ¡A costa de un desconocido!

-¿De qué hablamos exactamente?
-Transplantar tu mente al cuerpo de otra persona. Y de hacerlo cuantas veces desees. En definitiva, serías un ser inmortal. Un alma inmortal. Pero necesitamos probarlo aún, por lo que antes tendrías que ayudarnos con una serie de misiones bastante arriesgadas.
-Me das la posibilidad de partir de cero mi vida, a cambio de arriesgar mi vida, que ahora mismo no vale nada. ¿Eres una especie de samaritano?
-Sólo soy un hombre que te está dando la posibilidad de seguir adelante y de, quién sabe, repoblar la Tierra. Si vienes, te esperan grandes cosas. Si no vienes, tendré que matarte por saber secretos de Estado.
-No tengo nada por lo que luchar, no tengo nada a lo que aferrarme, mis amigos piensan que estoy muerto y mi camello me ha amenazado de muerte. ¿Crees que rechazaría algo así? Dame tu fe, abrázame.
-Bienvenido al barco, Pierre Laval.

martes, 18 de septiembre de 2012

Preludio II: Long Beach(parte4-final)


26 de abril de 2011. Long Beach, California.

-Jeremy… no me ha llamado, Lilly. ¿Por qué lo preguntas?

Los ojos de Lilly comenzaron a llenarse de lágrimas poco a poco. Lilly sabía lo que eso significaba. No a ciencia cierta, pero sí sabía que eso no era nada bueno. Lilly comenzó a llorar timidamente, mientras le contó a John lo que Jeremy le dijo. Al oir las palabras de su chica, John y Lilly fueron corriendo bajo la lluvia al acantilado, en plena noche. La lluvia casi granizo golpeaba la cara de los dos amados, pero eso no importaba. Ahora algo más importante rondaba sus cabezas.

Al llegar a la bahía, un reguero de sangre recorría la arena hacia adentro. La casa abandonada se había reducido a cenizas, y sólo quedaba el sótano de la casa. A lo lejos, se veían olas grandes viniendo hacia la dirección de la pareja. Los truenos caían cada vez más cerca, y las aves huían lejos de la zona. Los dos se agarraron la mano. John estaba aterrado, pero quería mostrarse fuerte ante Lilly. Ella pretendía mantener la calma, sin sobresaltar a John más de lo necesario. Pero pronto se agarró a su brazo y lo empujó contra su pecho. Estaba aterrada. John la abrazó lo más fuerte que pudo, quiso fundirla en su cuerpo y no soltarla jamás. Mientras olía su pelo, la susurró al oido que todo iba a salir bien, y entonces divisió un cuerpo levantándose en frente de la puerta. Era Samuel.

-¿Samuel, eres tú?
-¡Tú! ¡El otro chico! Llegas tarde, se han llevado a Jeremy. Y no sé qué ha pasado con él. Intenté defenderle, intenté resistirme, pero esos hijos de puta del FBI se lo han llevado. Y me han quemado la casa. ¡Ya no tengo nada! Me prometieron riquezas, me prometieron poder… ¡Y no obtuve nada! Pues ahora pagarán su error.
-¿De qué demonios hablas?
-Hablo de que esta puerta ha sido abierta en muchísimas ocasiones en el pasado. Sólo sabemos de dos, pero muchas veces más se ha abierto. ¡Una de las veces se desató la Revolución Francesa! Esta puerta es la puta caja de Pandora, chico. Probablemente esta puerta produjo la desaparición de los atlantes, de los mayas, de los dinosaurios… ¡Todas las catástrofes de la historia! ¡Esta puerta representa el mal! ¡El mal en la Tierra!
-Un momento, me estás diciendo que todo lo que ha pasado ha pasado porque esta puertaha sido abierta… ¿Hay algún tipo de comprobación científica?
-¿Crees en Dios?
-Si…
-¿Y hay algún tipo de confirmación de que exista realmente?
-No…
-Hoy vamos a comenzar una nueva era. Vamos a abrir de nuevo la puerta. Y esta vez, la dejaremos abierta. Vamos a acabar con la raza humana.
-Espera… ¡¿QUÉ?!
-El ser humano ha causado mucho mal. El puto poder nos corrompe. Jesucristo murió a manos de su propio pueblo. Gente como Ghandi o Martin Luther King murieron por nada. Y no son nadie al final. Somos una lacra, y debemos acabar con nosotros mismos. Es lo que debemos hacer.
-Estás loco.
-Si. Pero los locos son los que pasan a la historia. Pronto, Samuel L. Stewart pasará a ser el redentor de la raza humana. Y tú decides si estás de mi lado o no. Mira… sé que todo esto es una locura. Jeremy no va a volver, hazte a la idea. Y a este planeta le queda muy poco. Tanto por cuestiones naturales, como políticas. El sol va a destruirlo todo en cuestión de un año. Y los gobiernos van a matarse entre ellos en breves. No es de extrañar que quiera salvar lo poco bello que queda. Al fin y al cabo, estamos condenados.
-¿Y las inscripciones de la puerta?
-Chica, esas inscripciones son señales. Esta puerta fue creada por extraterrestres.
-¿Extraterrestres?-Dijeron Lilly y John al unísono-Eso es una locura.
-Bueno, realmente no son extraterrestres. La hizo Dios.
-Vale, tío, ahora sí que estás loco. Y no sé cómo pudo creerte Jeremy.
-A veces, cuando estamos solos, y nadie nos cree, y nadie nos respeta, y nadie nos quiere, y nos sentimos incomprendidos, necesitamos atenernos a algo que nos mantenga con esperanzas. Unos optan por la religión. Otros optamos por revelar la verdad. John, estamos muy cerca. Si no lo haces por la raza humana, hazlo por Jeremy.

John lo comprendió por completo. Jeremy se sentía abandonado por su mejor amigo desde el momento en el que comenzó a salir con Lilly. No podía contarle esto a su familia, por eso recurrió a Internet. Y eso sólo empeoró las cosas. Y ahora Jeremy estaba desaparecido. Un cambio se produjo rapidamente en John, pero fue muy adelantado por…

-Si John no lo hace, lo haré yo.-Dijo Lilly decidida-Y si es nuestro destino destruir la raza humana, lo haremos.
-No la destruiremos.-Dijo Samuel-No si conseguimos sustituir el mal que provocaremos con un bien igual. Dos almas puras en simbiosis. Vosotros. No sé que hay dentro. No sé siquiera si funcionará. Pero debemos intentarlo. Ahora voy a abrir la puerta, escondéos detrás de mí. Estoy malherido, pero aún puedo abrirla. No os preocupéis por mí, yo ya estoy muerto.

Los dos jóvenes obedecieron. Se colocaron detrás de Samuel, que se acercó a la puerta, y en voz baja, comenzó a decir unas palabras:

-Los Sin Nombre que llegaron, a lomos de los corceles de metal, empuñando sus armas insondables, acabando con lo impuro, doblegando a los inciertos seres que habitan el nefasto mundo, dejaron esta puerta, a sabiendas de que sería descubierta, para dar testimonio de su presencia en este recóndito planeta. Volverán, y se llevarán a los puros. Dame tu fe, abrázame.

La puerta… se abrió. De repente, la gran piedra que parecía inamovible, se partió en dos, y un pequeño surco se abrió entre los dos trozos. Algo realmente hermoso. John y Lilly se miraron y, cogidos de la mano, entraron en la zona. John y Lilly… Adán y Eva.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Preludio III: Día de San Valentín(parte V)


16 de febrero. Hospital Italiano, Buenos Aires.

Stefano despertaba. El lugar le sonaba familiar de una forma un tanto extraña. En sus 33 años de existencia, nunca había sido ingresado, ni aún en su 1º época de adicción a la heroína. Sus ojos descansaban levemente, entrecerrados divisando el halo de luz que entraba entre las cortinas, que se encontraban entrecerradas. Un televisor apagado, un jarrón lleno de amapolas que reposaba sobre un estante, y en una silla… un hombre. Un hombre al cual Stefano conocía, y que no dejaba de mirarle de forma decepcionada.

-Ramón… ¿Qué haces aquí?
-Stefano, amigo mío… Llegamos a tu casa, y te vimos lleno de sangre, con los ojos fuera de sí, y con mucha fiebre. Te llevamos lo más rápido que pudimos al hospital, y sólo así salvamos tu vida.
-Gracias… supongo.
-¿Supones?
-Quizá mi destino era haberme quedado ahí tirado. No merezco seguir aquí, después de haber leido esa carta.
-Esa carta… No la debiste leer entera.
-¿Importa acaso? Leí lo más importante, su última voluntad, y he fallado a lo que más he amado en esta miserable vida.
-Aún estás a tiempo. De salir, de cumplir su voluntad…
-Déjame la carta. Quiero leerla.
-No la vas a leer, en cualquier caso, la leeré yo. “Ahora quiero que te dirijas a la bahía y esparzas mis cen…”
-No, desde el principio, por favor.

Ramón miró a los ojos de su amigo. A pesar de todo lo que había pasado entre ellos, Ramón sentía que Stefano le había perdonado, y que quizá, sólo quizá, podría volver a retomar la amistad, una amistad que perdieron hace 6 años. Pero Stefano estaba destrozado, tanto por dentro como por fuera. Quizá era el momento de tragarse el orgullo, a pesar de que el momento pasó hace mucho tiempo. Quizá era hora de reescribir la historia, de vivir el presente, de pasar página, o de cambiar directamente de libro. Por ello, lo hizo. Comenzó  leer esa dichosa carta.

“Querido Stefano:

Supongo que si lees esto es que ha ocurrido lo inevitable. Lo siento mucho. Te he fallado, no he sido lo suficientemente fuerte para permanecer a tu lado, aún a sabiendas de lo mucho que me querías. Siempre estuviste a mi lado, no importó lo lejos que tuviéramos que ir, o lo complicado de nuestras rutinas, porque siempre tuviste una sonrisa para mi. Escribo esto porque sé que no me queda mucho tiempo, y que preferirás darme un último beso antes que oir de nuevo mis lamentos. No mereces sufrir lo que has sufrido por mi culpa. Y por ello deseo con todas mis fuerzas que rehagas tu vida, que no me olvides, pero que consigas hacer que mi recuerdo no te duela. Los dos sabemos lo que es perder a un ser querido, y los dos nos hemos recuperado. Quiero que, por favor, no recaigas, que seas fuerte, y que te enamores otra vez. Será difícil, lo sé, pero necesito creer que podrás hacerlo, que estarás bien… sin mí.

Tengo miedo. Mañana puede ser el último día que nos veamos, y la angustia de saber que yo me voy y que esta vez no puedes venir sin mí me consume aún más rápido. Quiero que, antes de que me pongan la anestesia, me acuerde de todos los rasgos de tu preciosa cara. Tus ojos, siempre pensativos. Tu sonrisa entrecortada y llena de vergüenza y de inseguridad, tu forma de decirme al oido que no me soltarías nunca y que, pasara lo que pasara, siempre estarías ahí… Llora lo que tengas que llorar. Que nadie te diga que sigas hacia adelante si tú no quieres. Tienes todo el tiempo del mundo para recuperarte. Y cuando lo hagas, piensa en mí no como aquella chica que te hizo perder la mitad de tu vida, sino como aquella chica que te dio todo el amor que había en ella.

Ahora quiero que te dirijas a la bahía. Esparce ahí mis cenizas mientras cantas nuestra canción, y permanece ahí unos minutos. Me gustaría que cada día a las 12 del mediodía te acercaras. Probablemente habrá alguien esperándote. Quiero que le conozcas. Responderá al nombre de Jean Marville. Lo sé, no entiendes nada de todo esto. Pero, si has seguido leyendo, es porque tanto tú como yo sabríamos que ibas a recaer. Quiero que sepas que no te juzgo, y que no me siento decepcionada por ello. Pero también sé que no vas a seguir tu vida, y él te ofrecerá la posibilidad de tener la cabeza ocupada. Llevará una gabardina negra y un sombrero, y probablemente una pipa de fumar. Cuando veas a alguien así, para iniciar contacto, sólo dile 4 palabras:

Dame tu fe, abrázame.”

-No tengo sus cenizas, Ramón. Le dije al doctor encargado de su operación que se deshiciera de ellas.
-No te preocupes. Hablé con él. Ángela le pidió que a pesar de todo las guardara, porque leerías la carta. Una chica muy lista.
-Demasiado. A veces me asombraba su perspicacia en ciertos asuntos. Era capaz de saber exactamente lo que me pasaba con tan sólo un movimiento de mi ceja. Cuando me den el alta, saldré de aquí, y cumpliré su última voluntad. Y después, acabaré con todo esto.
-Ramón, no…
-Es mi decisión. Vuestra vida debe seguir, pero la mía se detiene aquí. Veré qué me ofrece el señor Marville, y si no me convence, acabaré con todo esto. Ramón, mírame. Los dos sabemos que esto no acaba aquí. No llores. Quiero que salgas a la sala de espera, y abraces muy fuerte a Helena. Quiero que hagas de ella la mujer más feliz de la Tierra, porque se lo merece. Y quiero que no la abandones jamás. Prométeme que no vas a renunciar a aquello a lo que renuncié yo por mi forma de ser. Prométeme que te casarás con ella. Prométeme que envejeceréis juntos, al igual que Ángela y yo lo habríamos hecho. Prométeme que cumplirás todos estos sueños por mí. Y por último, prométeme que mi recuerdo te servirá. No quiero que me recuerdes como el modelo de cómo no deben hacerse las cosas, sino como aquel hombre desquiciado que por su cabeza nerviosa lo perdió todo, hasta bailar al borde de la locura.
-Supongo que es definitivo…
-No se lo cuentes a Helena, por favor. No lo soportará. Haz todo lo posible para que no intente contactar conmigo.

Ramón se acercó a Stefano, que le tendía la mano.

-Te perdono, amigo mío.

Ramón rompía en un llanto desconsolado. Se arrodillaba al borde de la cama y, con las manos en el rostro, se maldecía a sí mismo por lo imbécil que había sido. Había renunciado a un amigo por una chica, la chica por la que su amigo estuvo colado 3 años. Renunció a una amistad de la infancia, y ahora su amigo se iba a suicidar. La vida puede llegar a ser muy injusta a veces. Stefano se incorporó en la cama, y agarró del brazo a Ramón, y en un gesto de la máxima ternura, abrazó a su viejo amigo. Reminiscencias de un pasado que ahora se hacía presente. Los dos chiquillos que paseaban por la cañada en aquellas tardes, aquellos niños que se separaron tan pronto por el Corralito, aquellos niños que, a pesar de todo, se reencontraron en dos ocasiones… Ramón no debajaba de llorar, parecía que su cara se derritiría poco a poco con el pasar de los minutos, mientras las amapolas dejaban caer sobre la repisa los primeros pétalos, metáfora de una vida que se marchita… Una vida marchita…

jueves, 13 de septiembre de 2012

Preludio III: Día de San Valentín(parte IV)


Helena abrió la puerta, canturreando una canción. “Y dejar de lado la vereda de la puerta de atrás, por donde te vi pasar…” Al entrar, su imagen no pudo ser mejor. Todo había sufrido un cambio radical. Toda la ropa había desaparecido del salón, y se encontraba en el cesto de la ropa sucia. Las colillas habían desaparecido, al igual que las manchas pegajosas, las pelusas y los charcos de agua. La planta comenzaba a mostrar algo de vida, se la había regado. La mesa estaba puesta con todo lujo de detalles. Una vela presidía la mesa, y la cubertería, regalo de la boda de Ángela, estaba colocada de forma muy minuciosa. En el marco de la puerta reposaba Stefano, vestido con una americana y una corbata, una camisa a rayas y unos pantalones vaqueros negros. Por fin, por fin sonreía. Helena se mordía el labio inferior, intentando disimular la felicidad de volver a ver a su amigo así. Helena se acercó a Stefano, y ambos se abrazaron. Stefano la dio un profundo beso en la mejilla, mientras la daba las gracias por todo. Helena esta vez sontó una risita, y ambos se dejaron llevar. Tras un instante mirándose, sus labios se encontraron, en un instante que para Stefano supuso una eternidad de felicidad, de esperanzas que volvían, de sueños que reaparecían. Otro beso más, y Helena se lamía el labio superior, esperando un tercero. Stefano complació los deseos de su amiga, esta vez con lengua. Poco a poco, las mejillas de Helena se comenzaron a enrojecer por la emoción. Acabó soltando las bolsas, agarrando así el pelo de Stefano. Tras unos cuantos besos más, Helena puso una mano entre el torax de ambos, y se separó levemente.

-No deberíamos estar haciendo esto. Ramón llegará mañana, y tú…
-No, tú. Tú me has devuelto la vida, las ganas de luchar por todo. Me has devuelto la esperanza. Ahora lo tengo claro. Si te perdí fue porque querías que cambiara, no porque me dejaras de amar. Y lamento darme cuenta 6 años tarde. Mira, sé que no volveremos a ser lo que éramos nunca. Sé que jamás volveremos a dirigirnos la palabra tras esta noche. Sólo sé, que si me concedes la oportunidad de nuevo, de demostrarte lo que soy capaz de hacer, no te arrepentirás.
-No tienes nada que demostrarme. Hoy has hecho mucho más que todo esto. Me has demostrado que eres capaz de sobreponerte a todo. A partir de hoy, vas a comerte el mundo.
-¿Para qué comerme el mundo si puedo comerte a ti a besos?
-Stefano…
-Sólo una noche, por favor. Y después no tendrás por qué preocuparte de mí de nuevo. Saldré adelante, te lo prometo. Pero esta noche te necesito. Por mí, por ti. Por los dos.

Los dos se quedaron mirando a pocos centímetros el uno del otro. Los besos volvieron tras unos instantes de tensión. Stefano posó las manos sobre la cintura de Helena, que respondía colgándose de los hombros del italoargentino. La cena sobraba. Las manos de Stefano comenzaron a subir poco a poco por debajo de la camisa de Helena, que comenzó a desabrocharse poco a poco. La noche de pasión había comenzado.

15 de febrero de 2005. Buenos Aires, Argentina.

La ropa se repartía por todo el pasillo del piso. La vela de la mesa se había consumido casi en su totalidad, y la vajilla seguía intacta sobre la mesa. En la habitación, la luz entraba de forma tenue a través de una rendija entre las cortinas, iluminando la cara de los dos amados. Abrazados, entregados al sueño profundo de una esperanza nueva por parte de ambos. Quizá aún era demasiado pronto, pero había que volver al mundo real. Y sonó el despertador. Helena abrió los ojos de forma leve, y se apartó el pelo con una mano, mientras con la otra tanteaba la mesilla para apartarlo. Tras conseguirlo, comenzó a juguetear con Stefano. Tras susurrarle al oido que ya era de día, comenzó a recorrer con sus labios la parte trasera de la oreja, y a base de lamidas tímidas, el cuello. Él no respondió. Se quedó inmóvil mirando al techo.

-Ya ha llegado, ¿cierto?
-Debería ir a buscarle al aeropuerto, si. Escucha, lo de esta noche ha sido genial, pero no debe repetirse.
-Descuida, sé cual es mi lugar en todo esto. Además, fui yo el que te puso entre la espada y la pared. Simplemente… no me olvides, ¿De acuerdo? Sería muy duro para mí saber que no signifiqué nunca nada para ti.
-Sabes que eso no es así. Eres, has sido y serás una persona muy importante en mi vida. Tú me enseñaste a amar, Stefano. Las cosas no salieron quizá como deseábamos. Pero jamás te olvidaré, porque sería injusto. Prométeme que tú tampoco me olvidarás.
-Te prometo, Ángela, que por mi salud mental y física… trataré de hacer todo lo posible por olvidarte.
-No te entiendo.
-No voy a volver a colarme por ti. No quiero que me des la espalda, pero no quiero que esto vuelva a pasar. Esto era simplemente una despedida. Y ahora deberías irte a por el cornudo de tu amado.
-Eres un cerdo.
-Fuera de aquí.

Helena recogió su ropa de forma brusca y se fue dando un portazo. Stefano comenzó a caminar hacia el salón, donde contempló la vajilla intacta. Comenzó a caminar por la casa, tratando de saber qué demonios iba a hacer ahora. Volvió a entrar en su cuarto, y se puso a rebuscar en su mesilla sin ningún tipo de objetivo. Tras unos minutos se detuvo, y miró la mesilla de Ángela. Se preguntó a sí mismo si era moralmente aceptable rebuscar entre los objetos de su difunta esposa, pero en las últimas 24 horas había hecho cosas un poco peores, así que abrió el primer cajón. Allí encontró un sobre. Un sobre cerrado, en el que ponía: Stefano.

Stefano lo abrió con rapidez, y se dispuso a leer con detenimiento. Al finalizar, comenzó a acalorarse. Se levantó, con el rostro pálido, mientras que las piernas comenzaban a fallar de nuevo. Las lágrimas caían de su rostro, mientras la sangre volvía a brotar de sus fosas nasales. El mareo volvía a instalarse en su cabeza, al igual que los vaidos de su vista. Finalmente cayó inconsciente en el suelo. La carta cayó al suelo también, y quedó reflejada en el espejo. No es importante este hecho. Quizá si sea importante el hecho de que en esa carta había tres palabras marcadas en rojo: dame tu fe, abrázame.