lunes, 24 de junio de 2013

In medias res II J'ai fait une promesse(parte VII)

Al día siguiente, tuve la oportunidad de que Tobías me concediera una entrevista en su casa. Se le notaba cansado y aturdido, pero en ese momento lo achaqué a las emociones que debía estar viviendo. Supongo que el hecho de que te publiquen una novela debe ser algo digno de celebración, y más cuando has estado toda tu vida persiguiendo ese sueño. A pesar de su avanzada edad, Tobías me parecía esa clase de hombre vivaz que no se dejaba amedrentar por las tesituras del momento. No dejaba que las noticias le afectaran lo más mínimo, aunque en ello pudiera influir el hecho de que no veía la tele. Al menos eso fue lo que me dijo cuando le pregunté por las críticas. Tobías no era un hombre que se tomara demasiado bien las críticas, y mucho menos aquellas que le acusaban de haberse comercializado al pasarse de la poesía a la narrativa. Tobías le dedicó a esa gente unas palabras que no llegué a plasmar en el artículo final por respeto a su memoria, a pesar de que aquello me habría encumbrado. Dijo que la gente que le acusaba de aquellas falacias debería buscarse algo a lo que llamar trabajo de verdad, en vez de gastarse el dinero que ganaban de forma viperina en pañuelos multicolores y en pipas para fumar. Tobías debió enfrentarse a muchos críticos a lo largo de su vida, y, a pesar de que había estereotipado al gremio, sabía de qué palo cojeaban, y los toreaba con una habilidad envidiable.
-Bien, Tobías, para acabar, me gustaría que dedicaras unas palabras a nuestros lectores.
Tobías meditó durante unos instantes, en una imagen que me pareció entrañable. Un hombre en el término de su vida, luchando por mantenerse en la ola de la vida, dando consejos a gente mucho más joven que él y que ya pedía una segunda entrega a su novela. Por supuesto, ese caso nunca se daría, pero es cierto que su novela dejaba ganas de más. Y dejaba con ganas de más poque era él mismo el protagonista, en una obra que rozaba la autobiografía. Los ejemplares se estaban vendiendo como las barras de pan, y era increíble cómo Tobías era capaz de mantener su talante y su humildad. El consejo que dio a sus jóvenes no se me olvidará jamás, por mucho que envejezca, y por mucho que pase por situaciones comprometidas. Era algo… honesto.
-Le diría a todos los lectores de tu semanario que persigan siempre sus sueños, y que jamás se dejen asustar o amedrentar por la gente que les diga que no podrán cumplirlos. Porque sólo tú eres capaz de ponerte tus límites, y tus límites serán siempre ficticios y te impedirán disfrutar de la vida. Mi personaje lo hizo, y, a pesar de que no acaba bien, no se arrepiente de lo que hace, porque decide vivir. Decide vivir la aventura de la vida, y desde aquí os animo a ello.
Para cuando publiqué la entrevista, Alberto ya me había contado la situación.

Aquella misma tarde, Tobías se dirigió al lago. Se sentó en una roca y esperó pacientemente, mientras los jilgueros se posaban en sus brazos y los ciervos acariciaban sus dedos. Las hojas se mecían de forma acompasada, creando una melodía deliciosa de paz y tranquilidad. La luz del atardecer creaba líneas rosadas y violáceas al contactar con las nubes, siempre esponjosas y solemnes. La luna ya se vislumbraba, con toda la plenitud que puede mostrar cuando está llena, y la brisa traía el olor de la tierra mojada contigua al lago. Tobías cogió una piedra y la contemplo. Pensó en lo que debía sentirse al ser una forma inerte de vida, pero recordó que para poder sentir, debes estar vivo. Y lo más importante, debes ser. A su mente vinieron los primeros compases de su canción favorita. Miles Davis siempre le había parecido un genio, y Boplicity era su canción favorita. Siempre que podía, invertía unos minutos en escucharla. Aquello lo calmaba, y realmente echaba en falta aquella canción en ese momento. De pronto, vino a su mente la conversación que había tenido con Alberto por la mañana tras mi marcha.
Tobías se preparaba para marchar al lago, donde le esperaba Ántimo para acabar con todo. Llevaba puestas las mejores galas que puede permitirse un labrador que vive de sus escritos y de su granja, por lo que sus ropas eran más bien humildes. Una camisa gris a cuadros color crema tenue, un pantalón que parecía un chino, pero no llegaba a ser tal, con un cinturón recién estrenado para la ocasión, y unos zapatos a juego con el pantalón. Durante horas había pensado en su ropa. No quería parecer costumbrista, pero se dijo que una vez muerto, a todo el mundo le iba a dar igual cómo fuera vestido. Cuando se disponía a salir por la terraza, vio el coche de Alberto aproximarse por la hera, por lo que se detuvo para despedirse de su amigo.
Alberto tenía otros planes. Después del encuentro con Ántimo, no se había separado de Tobías, y se había convertido en una prolongación de su sombra, saliendo sólo en ocasiones puntuales como aquella. Tenía miedo de que Tobías cometiera lo que a su juicio era una locura. Para Tobías, sin embargo, aquella “locura” era lo inevitable. Por ello las discusiones podían prolongarse durante horas sin solución alguna. Tobías tenía claro que si de él iba a depender la permanencia del ser humano, no iba a interponerse, y se quitaría de inmediato. Si sólo necesitaban un cuerpo, no iba a ser él el que lo negase.
Alberto bajó con el coche casi en marcha, se deslizó por encima del capó y agarró del brazo derecho a Tobías, que lo miraba divertido y sorprendido a la vez, con una sonrisa en la cara entrañable, y contagiosa. Alberto respiró para coger aire, y comenzó la discusión.
-¿No pretenderás ir al lago? – Dijo con una preocupación que iría in crescendo a medida que avanzara la conversación.
-Ántimo está esperándome en el lago. Me dio tiempo para que pensara, y dijo que me esperaría a las ocho de la tarde. Y he decidido que debo ir. No voy a suponer un estorbo para nadie.
-Pero, ¿por qué tienes que ser tú?
-Es sencillo: ahora mismo yo soy una figura mediática, y Ántimo sabe que a él le harán más caso con mi cuerpo que con el tuyo.
-Pero es que sigo sin saber cuales son sus planes, y tú… - Alberto no pudo hablar. Se le hizo un nudo en la garganta. Los pensamientos no le llegaban, y era como si se hubiera roto la conexión con la torre central. Finalmente, recurrió a lo primero que se le ocurrió – Y tú estás incumpliendo tu contrato. ¡La editorial te denunciará!
-Ántimo encontrará la forma de pagar la multa que me pongan. Sed buenos y acomodadle en mi casa, y mostradle las novedades de la era de la información.
-¿Información? ¡Voy a darte información! ¡El rey ha muerto! ¡Le han disparado en la cabeza!
Tobías se quedó petrificado. ¿El rey? ¿Quién podía atentar contra el propio rey de España? ¿ETA? No podía ser, los medios decían que ya no suponían una amenaza. ¿Quién?
-Y ha explotado el avión presidencial.
Eso ya era demasiado. No había ni rey, ni presidente. Sus mayores miedos estaban empezando a hacerse realidad, y La Constitución de la Anarquía comenzaba a tomar forma. Por lo menos, su visión de ella. Pero aquello no hacía más que refutar su teoría: la humanidad le necesitaba, y si debía morir para que gente como su hija no pasara penurias, lo iba a hacer sin dudarlo ni un solo segundo. Pero ahora, el germen de la curiosidad estaba carcomiendo su estado de ánimo, y comenzó a pensar en la posibilidad de aplazar el encuentro con Ántimo para saber quienes eran los culpables.

Alberto le contó todo: el rey se encontraba inaugurando un hospital en Palma de Mallorca, y nada más cortar la cinta, un disparo le atravesó la cabeza, sembrando el caos en aquel acto. Inmediatamente se desplegó un cordón de seguridad como nunca antes se vio en España, y a los asistentes se les metió en el hospital para que estuvieran a salvo. Alberto le contó que no habían sido capaces de encontrar al posible culpable, pero que se había encontrado un rifle de francotirador ruso. Alberto no se atrevía a decir que el terrorista fuera ruso, dado el gran tráfico de armas que hay en el planeta. Pero Tobías se había quedado petrificado. En alguna conferencia había coincidido con el rey y había podido intercambiar algunas palabras, llenas de respeto y cordialidad.
-Pero eso no es todo. – Alberto le sacó de su letargo. – Nada más enterarse de lo ocurrido, el presidente ha volado a Palma para dar el pésame, y…
-¿Y? – Preguntó nervioso Tobías.
-Cuando el avión se disponía a aterrizar, una serie de bombas han destruido por completo el avión presidencial. No se conserva nada de la tripulación. Tan sólo un diente.
Tobías en ese momento habría querido gritar. ¿Qué estaba pasando? ¿Se estaba volviendo todo el mundo loco?
-Y ahora mismo… - Alberto contempló a Tobías, que se apoyaba en el capó del coche, y tras ayudarle a sentarse, continuó. Un general ha tomado el congreso de los diputados, y está matando a todos los diputados uno a uno.
Alberto rapidamente encendió la radio del coche. Aquello era demencial. Julia Otero trataba de calmar los ánimos en una mesa de debate improvisada, mientras trataba de calmar a la población. Las informaciones que le llegaban no eran esperanzadoras: los aeropuertos estaban colapsados, hasta el de Castellón, y las aerolíneas se habían negado a volar hasta que se aclarara la situación. Tanto Francia como Gibraltar habían cerrado sus fronteras, y en otra cadena, Iñaki Gabilondo comentaba lo poco sorprendente que sería si Portugal, Italia y Marruecos hacían lo propio. A cada nueva ola de información, los corazones de ambos daban un vuelco sideral, saliendo de sus cajas torácicas para instalarse de nuevo, un poco más hoscos y vulnerables.
-Tobías, tengo un amigo. Se llama Jorge Ramírez. Estudió periodismo, pero en su último año lo dejó para enfrentarse junto con su novia a un cáncer que se la llevó a la tumba. Tenía sólo 23 años, y Jorge ya no se repuso de aquello. Tú perdiste a tu esposa con muchos años más, y parece que no lo has superado aún. De hecho, parece increíble que quieras reunirte tan pronto con ella.
Tobías miró a Alberto, sorprendido por las palabras que acababa de decir, y se incorporó.
-¿Qué intentas decirme, editorzucho de tres al cuarto?
-Intento decirte que no sólo tú lo estás pasando mal. ¡Estamos al borde de una guerra civil! ¡Y tú sigues anclado en la muerte de una mujer que te abandonó hace años! ¡No sólo no has superado su pérdida, sino que te aislas de la realidad en este bosque de mierda! ¡Tu hija está preocupada por ti! ¡Eve te necesita, inútil! ¡Y todo el amor que no le has dado al no poder soportar la pérdida de tu hijo, vas a devolvérselo matándote por las palabras de un sacerdote que murió hace doscientos años! Y no sólo pierdes el poco tiempo que te queda de vida, ¡Has escrito un libro en el que pareces querer borrar a tu esposa! ¡Porque eres demasiado débil para sentir el dolor de la perdida de nuevo!
Tobías asestó un puñetazo a Alberto en el entrecejo, de manera que éste cayó de espaldas, haciéndose varios rasguños en los brazos y en la nuca. Al levantarse, vio a un Tobías congestionado por la ira, con unos ojos que emanaban lágrimas de sangre, y con un cuerpo que supuraba sudor dorado. Tal vez era su imaginación, tal vez Ántimo estaba haciendo de las suyas, pero esa imagen era demasiado solemne como para ponerla en duda.
-Nunca me juzgues, Alberto. – Tobías era un manojo de emociones, a pesar del puñetazo que había propinado. – Tú no sabes NADA sobre mi vida. Y no pienso dejar que un desagradecido como tú me de lecciones de moral. Tengo más años que tú, soy mucho más sabio y tengo mucha más experiencia que tú. Tú no sabes lo que es perder a un ser querido, porque nunca has experimentado lo que es sentirse querido. Has jugado con la confianza que te he dado intentando dañarme. Bien, lo has conseguido. Espero que estés orgulloso de lo que has conseguido.
-Tobías, yo no…
-Todo lo que está ocurriendo me da la razón. El mundo necesita un mártir, porque somos tan estúpidos que nos dejamos engatusar por la televisión, y no hemos visto venir nada de lo que ha pasado. La nación se desmorona, pero eso dejará pronto de ser problema mío…
La voz de Iñaki Gabilondo pronto cortaba la locución de Tobías. Y todo se tornaba mucho más negro.
-Nos informan desde un blog de internet que Alemania ha decidido declarar la guerra a Austria, a esperas de una rendición diplomática sin ningún tipo de condición. Esta violación de las condiciones de la ONU se suma a la realizada por Corea del Norte al declarar la Guerra a Corea del Sur y Japón, y a la de Gran Bretaña invadiendo Irlanda del Norte. Por su parte, ya tenemos el nombre del militar que ha levantado en armas a todo el ejército contra la clase política. Se trata de Nicolás Figueras Bucher, cargo máximo del ejército de tierra, que cuenta con el apoyo de marina y aire. Ahora mismo lleva en su cuenta de asesinatos la cúpula dirigente del PSOE, así como el líder de la oposición, don Mariano Rajoy Brey, además de los diputados Gaspar Llamazares, Cayo Lara, Rosa Díez y José Antonio Durán y Lleida. Seguiremos informando.
-Jorge Ramírez, - dijo Alberto repuesto del golpe – se dedicó tras la muerte de su novia a hackear páginas gubernamentales y de bancos. Actúa de forma anónima, pero tiene un blog en el que expone toda la información que saca a los gobiernos. Como wikileaks, pero a la española, más cutre y pequeño. Toda la información que han dado, la sabía Jorge hace dos horas. Es increíble ese muchacho. Y siguió adelante, Tobías. Y sé que tú podrás. No quiero herirte, quiero que recapacites. Porque eres mi amigo, y hay gente que no soportará tu pérdida. Y, ya que vamos a morir todos, o eso parece viendo que el planeta quiere matarse entre si, por lo menos vamos a morir juntos. Porque Eve te necesita, te necesita más que nada en este mundo. Tiene una niña, y un marido que la ama, pero que nunca está en casa. Se siente sóla, y tú podrías llenar el hueco que dejaste vacío hace mucho. Si, es tarde para ejercer de padre, pero… no es tarde para ejercer de abuelo con tu nieta, y no es tarde para ejercer de amigo con tu hija.

En aquella roca, todo parecía tan fácil… Era inevitable que las lágrimas brotasen, viendo a todo a lo que iba a renunciar. A una nieta, a su hija, a un suculento contrato, a ver cómo la humanidad trataba de autodestruirse por medio de excusas baratas… Pero nadie comprendía su punto de vista. Nadie era capaz de darse cuenta de que si Ántimo estaba en lo cierto, sólo él podría ayudarles. Tobías no hacía todo eso por miedo, lo hacía porque quería demasiado a su hija, y la única forma de recompensar su frialdad con ella era tratando de evitar su muerte. Si Ántimo podía evitar su muerte, aunque fuera haciéndose pasar por él mismo, no habría nada que le hiciera cambiar de opinión. Por lo que se abrazó a Alberto, lloraron juntos, se llamaron estúpidos durante horas, y después decidió marchar al lago.
Lo cierto es que nunca fue tan difícil. Iba a renunciar a tantas cosas, que la agonía se había instalado en su garganta como una espina de pescado que no salía, y podía notar como su glotis se cerraba cada vez más dificultando el paso de oxígeno, y disminuyendo la secreción de saliva. La cabeza parecía estallarle de todo el dolor que sentía, y sus ojos, aquellos que desde hacía años parecían siempre cansados, ahora eran lagos, lagos en los que su mente bailaba con la nostalgia al ritmo de los recuerdos de su borrosa mente. Tobías se maldijo una y otra vez, mientras se autocompadecía de todo lo que había sufrido en la vida y por todo el daño que había hecho. La muerte de su hijo le impidió querer a su hija, y ésta se sintió siempre una sombra de su hermano. Y a la muerte de su esposa, jamás pudo querer a nadie más, y se aisló hasta de su propia hija. Ahora se arrepentía de todo lo que había perdido por no saber olvidar, por no saber perdonarse a si mismo. Las arrugas de sus manos parecían multiplicarse por momentos, como si el castigo mental al que se estaba sometiendo le hiciera envejecer un año por lágrima vertida. Podía sentir como su alma se rompía en mil pedazos, y se recomponía, para volver a romperse de nuevo una y otra y otra vez. Y llegaron las 20:00.
Una suave brisa acunó a Tobías encima de la roca, señal de lo que iba a ocurrir.
-Tobías, ¿Estás preparado?
-Lo estoy, Ántimo. Pero quería pedirte una cosa antes de hacerlo.
-Te lo debo. Dime. – Su voz era cálida y envolvente.
-Dile a mi hija que la quiero, y por favor, trata de que no la pase nada malo.
-Te aseguro que así será. ¿Algo más?
-¿Podrías responderme a una última pregunta?
-Por supuesto.
-¿Cómo son aquellos que pueden disponer del 100% de su cerebro?
Ántimo reflexionó durante unos instantes, que se hicieron eternos ante los ojos de Tobías.
-Son los seres más desdichados del universo.