jueves, 13 de septiembre de 2012

Preludio III: Día de San Valentín(parte IV)


Helena abrió la puerta, canturreando una canción. “Y dejar de lado la vereda de la puerta de atrás, por donde te vi pasar…” Al entrar, su imagen no pudo ser mejor. Todo había sufrido un cambio radical. Toda la ropa había desaparecido del salón, y se encontraba en el cesto de la ropa sucia. Las colillas habían desaparecido, al igual que las manchas pegajosas, las pelusas y los charcos de agua. La planta comenzaba a mostrar algo de vida, se la había regado. La mesa estaba puesta con todo lujo de detalles. Una vela presidía la mesa, y la cubertería, regalo de la boda de Ángela, estaba colocada de forma muy minuciosa. En el marco de la puerta reposaba Stefano, vestido con una americana y una corbata, una camisa a rayas y unos pantalones vaqueros negros. Por fin, por fin sonreía. Helena se mordía el labio inferior, intentando disimular la felicidad de volver a ver a su amigo así. Helena se acercó a Stefano, y ambos se abrazaron. Stefano la dio un profundo beso en la mejilla, mientras la daba las gracias por todo. Helena esta vez sontó una risita, y ambos se dejaron llevar. Tras un instante mirándose, sus labios se encontraron, en un instante que para Stefano supuso una eternidad de felicidad, de esperanzas que volvían, de sueños que reaparecían. Otro beso más, y Helena se lamía el labio superior, esperando un tercero. Stefano complació los deseos de su amiga, esta vez con lengua. Poco a poco, las mejillas de Helena se comenzaron a enrojecer por la emoción. Acabó soltando las bolsas, agarrando así el pelo de Stefano. Tras unos cuantos besos más, Helena puso una mano entre el torax de ambos, y se separó levemente.

-No deberíamos estar haciendo esto. Ramón llegará mañana, y tú…
-No, tú. Tú me has devuelto la vida, las ganas de luchar por todo. Me has devuelto la esperanza. Ahora lo tengo claro. Si te perdí fue porque querías que cambiara, no porque me dejaras de amar. Y lamento darme cuenta 6 años tarde. Mira, sé que no volveremos a ser lo que éramos nunca. Sé que jamás volveremos a dirigirnos la palabra tras esta noche. Sólo sé, que si me concedes la oportunidad de nuevo, de demostrarte lo que soy capaz de hacer, no te arrepentirás.
-No tienes nada que demostrarme. Hoy has hecho mucho más que todo esto. Me has demostrado que eres capaz de sobreponerte a todo. A partir de hoy, vas a comerte el mundo.
-¿Para qué comerme el mundo si puedo comerte a ti a besos?
-Stefano…
-Sólo una noche, por favor. Y después no tendrás por qué preocuparte de mí de nuevo. Saldré adelante, te lo prometo. Pero esta noche te necesito. Por mí, por ti. Por los dos.

Los dos se quedaron mirando a pocos centímetros el uno del otro. Los besos volvieron tras unos instantes de tensión. Stefano posó las manos sobre la cintura de Helena, que respondía colgándose de los hombros del italoargentino. La cena sobraba. Las manos de Stefano comenzaron a subir poco a poco por debajo de la camisa de Helena, que comenzó a desabrocharse poco a poco. La noche de pasión había comenzado.

15 de febrero de 2005. Buenos Aires, Argentina.

La ropa se repartía por todo el pasillo del piso. La vela de la mesa se había consumido casi en su totalidad, y la vajilla seguía intacta sobre la mesa. En la habitación, la luz entraba de forma tenue a través de una rendija entre las cortinas, iluminando la cara de los dos amados. Abrazados, entregados al sueño profundo de una esperanza nueva por parte de ambos. Quizá aún era demasiado pronto, pero había que volver al mundo real. Y sonó el despertador. Helena abrió los ojos de forma leve, y se apartó el pelo con una mano, mientras con la otra tanteaba la mesilla para apartarlo. Tras conseguirlo, comenzó a juguetear con Stefano. Tras susurrarle al oido que ya era de día, comenzó a recorrer con sus labios la parte trasera de la oreja, y a base de lamidas tímidas, el cuello. Él no respondió. Se quedó inmóvil mirando al techo.

-Ya ha llegado, ¿cierto?
-Debería ir a buscarle al aeropuerto, si. Escucha, lo de esta noche ha sido genial, pero no debe repetirse.
-Descuida, sé cual es mi lugar en todo esto. Además, fui yo el que te puso entre la espada y la pared. Simplemente… no me olvides, ¿De acuerdo? Sería muy duro para mí saber que no signifiqué nunca nada para ti.
-Sabes que eso no es así. Eres, has sido y serás una persona muy importante en mi vida. Tú me enseñaste a amar, Stefano. Las cosas no salieron quizá como deseábamos. Pero jamás te olvidaré, porque sería injusto. Prométeme que tú tampoco me olvidarás.
-Te prometo, Ángela, que por mi salud mental y física… trataré de hacer todo lo posible por olvidarte.
-No te entiendo.
-No voy a volver a colarme por ti. No quiero que me des la espalda, pero no quiero que esto vuelva a pasar. Esto era simplemente una despedida. Y ahora deberías irte a por el cornudo de tu amado.
-Eres un cerdo.
-Fuera de aquí.

Helena recogió su ropa de forma brusca y se fue dando un portazo. Stefano comenzó a caminar hacia el salón, donde contempló la vajilla intacta. Comenzó a caminar por la casa, tratando de saber qué demonios iba a hacer ahora. Volvió a entrar en su cuarto, y se puso a rebuscar en su mesilla sin ningún tipo de objetivo. Tras unos minutos se detuvo, y miró la mesilla de Ángela. Se preguntó a sí mismo si era moralmente aceptable rebuscar entre los objetos de su difunta esposa, pero en las últimas 24 horas había hecho cosas un poco peores, así que abrió el primer cajón. Allí encontró un sobre. Un sobre cerrado, en el que ponía: Stefano.

Stefano lo abrió con rapidez, y se dispuso a leer con detenimiento. Al finalizar, comenzó a acalorarse. Se levantó, con el rostro pálido, mientras que las piernas comenzaban a fallar de nuevo. Las lágrimas caían de su rostro, mientras la sangre volvía a brotar de sus fosas nasales. El mareo volvía a instalarse en su cabeza, al igual que los vaidos de su vista. Finalmente cayó inconsciente en el suelo. La carta cayó al suelo también, y quedó reflejada en el espejo. No es importante este hecho. Quizá si sea importante el hecho de que en esa carta había tres palabras marcadas en rojo: dame tu fe, abrázame.

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