domingo, 9 de diciembre de 2012

Sin Nombre. Capítulo 4.


Cierra los ojos un momento, después de leer las indicaciones que me gustaría que siguieras para sentir lo que yo siento escribiendo esto. Cierra los ojos. Imagina unos campos verdes, que se extiendan hacia más allá del horizonte en cualquier dirección a la que mires. Amapolas, rosas, margaritas abundando en el paraje. Imagina ese campo, ni una sola imperfección. Incorpórale ahora un lago, un pequeño estanque, con una orilla sobre la que tumbarte y estar con tu familia, amigos o pareja. Imagina ese mundo ideal. Los patos protegiendo a sus crías y navegando por el estanque en fila india, los cisnes sobrevolando el estanque cortejando a las hembras, algunos gatos trepando a la copa de los árboles. Incorpora si quieres algún otro elemento, unas montañas al fondo, alguna nube en el cielo, o que sea un atardecer. Podemos añadir también elementos de un picnic, bajo la sombra de un chopo. Quizá… podríamos añadir a esta utopía alguna de tus canciones favoritas de fondo, que relajen aún más si cabe el ambiente. Piensa en una canción que te guste y sea relajante. Incorpórala a ese marco de relajación y máximo disfrute. Nada que nos preocupe, ni gobiernos, ni deportes, ni crisis, ni miedo. Simplemente piensa en ello. Manten la imagen de ese paisaje ideal por unos 30 segundos. Y después abre los ojos.

Maravilloso, ¿Cierto? Cualquiera de nosotros daríamos cualquier cosa por estar allí, ¿Verdad? Ajeno a preocupaciones, a quehaceres, sólo tu disfrute será tu preocupación. Por favor, tras leer las nuevas indicaciones, cierra los ojos. Sigue un orden estricto. Imagina que a este mundo ideal Llega una tormenta. Un pequeño incidente que estropea el día más maravilloso de nuestras vidas. Imagina que esa tormenta haga caer truenos, y que uno de ellos fulmine el árbol bajo el que te refugiabas, y así en todos los árboles de alrededores, uno por uno, incendiando todo el bosque. Imagina que ese césped se vuelve seco de repente, sin ninguna explicación. Comienzas a correr huyendo del fuego, pero al fondo ves que esas montañas que divisabas comienzan a desmoronarse, y se provoca una avalancha. Comienza entonces a correr hacia el lago, y contempla como no queda ni un solo animal. Todos tus parientes, pareja o amigos se han ido, se han olvidado de ti. Estás sólo en un mundo que se desmorona por completo. El miedo se comienza a apoderar de ti, y comienzas a desconfiar de cualquier cosa de tu alrededor. Comienzas a correr sin rumbo aparente, huyendo del fuego y de la avalancha, de los truenos que intentan fulminarte, sabiendo que no puedes parar por ese riesgo. Contempla entonces como el nivel del agua del estanque comienza a subir alarmantemente, y comienzan a crearse una serie de pequeños riachuelos. Incorpora a esta amenaza el miedo a la inundación. Corres por intentar salvar tu vida, aún a sabiendas de que cualquier esfuerzo es inútil. Contempla cómo unos aviones a lo lejos descargan su contenido, como te echan hacia atrás por su velocidad varios metros, y cómo ese paisaje de lo más paradisíaco se ha convertido en un mundo devastado, lleno de fuego, rocas, agua contaminada y humo. El silencio se apodera de todo el espacio. Comienzas a levantarte y a caminar lentamente, con varias magulladuras. Llegas a lo que parece el fin, pero miras hacia abajo y contemplas una colina empinada por la que tendrás que bajar, y al fondo un poblado en llamas. Comienzas a bajar lentamente, y llegas al poblado.

La destrucción se ha apoderado del poblado, y al fondo ves una pila de cadáveres, entre los que comienzas a vislumbrar las caras de tus mejores amigos, de tus padres, de tus hermanos, de tu pareja, de tus mascotas si tienes. Lo has perdido todo. Nota como la angustia de haberlo perdido todo y estar en la más absoluta soledad se apodera de ti. Nota como los ojos comienzan a humedecerse, nota como comienza a entrecortarse tu respiración. Continúas vagando por ese paraje inóspito hasta que la muerte por inanición se apodere de ti.

Abre los ojos. Mira a tu alrededor. Sal de tu habitación y abraza a tus padres, o llámales al trabajo y diles cuánto les quieres y lo agradecido que estás por haberte traido a este maravilloso mundo. Todo lo que acabas de vivir ha sido una pesadilla, un mal trago. Pero no es imposible. Mira de nuevo a tu alrededor. Contempla todas tus posesiones. Al final eso no te servirá de nada. Por favor, reflexiona durante unos segundos en todo lo que has podido perder si esa suposición que he planteado fuera real.

Y os preguntaréis a qué viene esto. Es sencillo de explicar. Ahora mismo los seis protagonistas se encuentran encerrados en el búnker sin el más mínimo contacto con el exterior. No saben si su familia está viva, o muerta. Lo han perdido todo: posesiones materiales, familia, amigos… En un caos del cual no saben practicamente nada.
“Bucher no quitaba la mirada de Ramón, que le sonreía. Bucher bajaba el arma finalmente, y aceptaba las condiciones de Ramón. El otro militar cesó en la lucha, y comenzó a gritar a Bucher, ¡Pero este sin más contemplaciones le disparó en la garganta! ¡Y después disparó al militar que se hallaba en el suelo, disparado en un hombro, y le disparó en la tripa! Bucher entraba en el bunker, mientras Carlos y Ramón cogían las armas, y Verónica vigilaba a Bucher. Ramón metió las armas, cuando comenzó a ver una gran cantidad de aviones. Ramón se metió en el búnker e introdujo la clave en una de las puertas, y la cerró. ¡Después hizo lo propio con la otra, y sonó la explosión!
Un estruendo terrible, que hizo pasar la vida por delante. Ramón comenzó a recordar desde su tierna infancia, como sus padres no le hacían apenas caso por problemas de trabajo, como pasó su adolescencia hasta que conoció a Helena en su graduación, sus años en la universidad, sus primeros trabajos como profesor, sus viajes con su chica a Buenos Aires, su matrimonio con Helena, su luna de miel en París, su regalo del nostradamus… ahí se quedó pensando, mientras una voz le decía: piensas más en ese libro que en mí, ¿Qué tiene ese libro? Me arrepiento de haberlo comprado.
Ramón vio como el libro se abría, y comenzaba a señalar profecías cumplidas, comenzando por la llegada, ascenso y caida de Hitler, las torres gemelas, la 2º guerra mundial, la muerte de Juan Carlos I, el golpe de Estado… y se quedó con una estrofa:

Habrá una gran sequía y se producirá un gran hambre
mundial. Habrá tanta que el hombre se volverá antropófago. El comportamiento
del ser humano se asemejara al de los animales y lucharan por su presa,
compartida por varios devoradores a la vez. El tiempo de duración de la
vida humana quedara reducido casi igual al de los cerdos. Grandes enfermedades,
pestes y cataclismos torturaran la vida en la tierra. ”

La vida de los seis allí reunidos pasaba ante sus ojos, y veían como podía esfumarse sin hacer nada por evitarlo. Para ellos, el tiempo se había parado. Algo tan artificial como puede ser el tiempo, no servía de nada allí donde se encontraban, porque sólo podían desquiciarse viendo las horas pasar, sin poder salir de allí. Un montón de pensamientos pasaban por sus cabezas ahora mismo. El miedo se apoderaba de todos ellos. Ramón había conseguido salvarles in extremis, pero no sabían si el búnker aguantaría mucho tiempo. Ramón cayó contra el suelo con mucha violencia, debido a la explosión. En esa caida veía toda su vida pasar, y a lo único que atinaba era a cubrirse las manos con la cabeza. Ya es más de lo que haríamos muchos. Ese instinto de supervivencia fue lo que le volvía a salvar. Verónica y Claudia contemplaban a Ramón caer contra el suelo, y al sentir la explosión se agacharon protegiendo a la niña, que no paraba de gritar y de llorar. Carlos instantaneamente se colocó con ellas, intentando tapar la mayor parte de ellas, o, por lo menos, que no se llevaran la peor parte de un posible impacto. Coll Bucher, sentado en un sofá contemplaba a Carlos y a las chicas, y al sentir la explosión se tumbó en el sofá, esperando una onda expansiva.

Tras unos segundos, la honda expansiva llegaba a la zona, pero ellos no la notaron al estar bajo tierra, cubiertos, aunque de mala manera. Esos segundos esperando la honda expansiva fueron probablemente los más angustiosos de sus vidas. Es como el condenado a muerte que apura sus últimos minutos en la cárcel, recibiendo la extremaunción, como un perro al que acaban de deshauciar por problemas urinarios. El llanto se apoderaba de todos los presentes, salvo de Bucher, que se tapaba la cara con un cojín, y Ramón, que había perdido el conocimiento por el golpe. Al llegar la honda expansiva se quedaron en silencio y escucharon. Un estruendo tras otro, de las casas que se derrumbaban por la explosión. Todo el vecindario, todo el pueblo, y todas esas vidas habían sido destruidas.
Tras las explosiones reinó el silencio. Alguna biruta de tierra caía entre las paredes, pero nada importante. Todos se mantuvieron en la misma posición durante varios minutos, espeando algo, un derrumbe o una nueva explosión, pero no ocurrió nada. Nada, el silencio era lo único que reinaba en la zona. Los llantos, los gritos, los golpes, los disparos… habían cesado, sin contemplaciones. Mano dura excesiva para un pueblo que no lo merecía. Nadie hablaba, los sollozos cesaban poco a poco. Comenzaba a volver la calma allí. Col Bucher fue el primero en despertar de la conmoción. Se miró por todo el cuerpo, y al ver que no tenía ni un sólo rasguño se echó las manos a la cabeza, se sentó en el sofá y apoyó los codos en las rodillas, y comenzó a decir que todo esto era por su culpa. Carlos al oirle se abalanzó sobre él y le calló con dos puñetazos.
-Como vuelvas a asustar a la niña, te machaco. – Le decía Carlos. – Como traumatices aún más a la niña, te saco un pulmón a puñetazos. ¿Te ha quedado claro?
Bucher asentía y se quitaba a Carlos de encima, y se sentaba en el suelo alejado, mirando a Carlos de malas maneras. Resulta gracioso ver que aún en una situación así el ser humano es capaz de pensar en los más débiles, y en proteger su integridad mental, aquello a lo que muchos llamamos inocencia. Verónica y Claudia le tapaban los ojos a la niña, y miraban a Carlos con una mirada de agradecimiento, mientras las lágrimas no dejaban de caer de sus rostros. Carlos se acercaba a ellas, y con el dedo las quitaba parte de esas lágrimas, y se abrazaba a ellas. Lo que ocurría a continuación era indescriptible, algo realmente precioso, que dice mucho del comportamiento humano. La moral, la compostura de Carlos se desmoronaba. Abrazado a las tres chicas se sentía vulnerable. Ya no eran simples desconocidos, desde ese instante serían algo más. Carlos rompía a llorar, mientras las chicas no dejaban tampoco de llorar, y se intentaban consolar con frases del tipo “lo hemos conseguido, estamos vivos” y demás. Algo precioso de ver. Tras unos minutos Carlos se separaba de ellas y de rodillas las contemplaba a las tres, mientras ellas no le quitaban ojo. Unos ojos en los que no había esperanza, pero en los que había mucho más que eso: ansias de vivir. Ansias de salir adelante. Aunque fuera sin esperanzas, saldrían de allí. Ellos lo sabían.

-¿Y quién es esta preciosidad? – Preguntaba Carlos a la niña, mientras Verónica esbozaba una pequeña sonrisa.
-Di, soy la hermana de Vero, me llamo Laura. – Respondía Verónica emulando la voz de la niña. Carlos se reía, igual que Verónica, mantenían la mirada el uno hacia el otro por segundos, hasta que Claudia se preguntó por Ramón.
Carlos se levantó en el acto y comenzó a correr hacia la otra habitación. Y allí se hallaba Ramón, tumbado en el suelo, sin dar señales de vida. Carlos le volteó, y comenzó a aplicarle lo poco que sabía de primeros auxilios. Simplemente se limitaba a aplastar el torso de Ramón con las dos manos en el centro, sin conseguir ningún resultado satisfactorio. Verónica en ese momento comprobó si Ramón respiraba. Algo que resultó un alivio para todos, Ramón seguía con vida, aunque tenía dificultades para respirar por el polvo que había tragado. Un alivio para Carlos, dado que sólo Ramón sabía las claves a la hora de poder salir del búnker. Claudia llegaba a la habitación, y entre los dos le tumbaban en una cama. Le colocaban una sábana encima, y le dejaban descansando. Carlos y Claudia volvían a la otra habitación con el resto.
-Escuchad… Dado que entre nosotros no nos conocemos, y sólo tenemos en común a Ramón, lo mejor será que comencemos a conocernos, si es cierto que tendremos que pasar todo este tiempo en este lugar. – Decía Carlos, que ante la nula respuesta proseguía. – Bueno, yo me llamo Carlos Sánchez Goitisolo, y, hasta hace bien poquito dirigía mi propia empresa de ñapas. Ya sabéis, si necesitarais alguna ñapa en vuestras casas cuando salgamos de aquí no dudéis en llamarme, y os lo dejaré gratuito, os lo prometo. Por lo demás… tengo… tenía una mujer y una niña de cuatro años llamada Cristina… era preciosa… pero ahora… no tengo nada de ella, ni una sóla foto… sólo me quedan sus recuerdos… nunca me preocupé de conseguir una foto suya… y ahora está…
-Bueno, si necesitas tiempo, seguiré yo. – Respondió Verónica. – Yo soy verónica, y compartía piso con Claudia y dos compañeras más, y con mi hermana Laurita. Mis padres fallecieron en un accidente de coche hace dos años y desde entonces cuido de mi hermanita, ¿A que si? Me esfuerzo mucho para que pueda vivir tranquila, y sin miedo. Tengo 23 años, y hace poco salí de una relación larga.
-¿De Raúl hablas? – Dijo Claudia.
-Si, de Raúl. Será cretino… me dejó porque no quería cargar con la niña. Nadie le habría obligado, no sé si pretendía que malgastara mi juventud casándome con él, aún me quedan muchas cosas por vivir, a la vista está, sino, no estaríamos aqui. Esta es mi hermanita, Laurita. Tiene 5 añitos, y va al colegio, ¿A que si? Saca muy buenas notas, ¿Verdad? Y bueno… ahora estamos aquí… encerrados… sin saber nada del exterior…
-No te martirices ahora, Vero – le dijo Claudia – no tiene sentido. Ya habrá tiempo para desesperarse, ahora debemos mantener la calma. Voy a hablar yo. Yo me llamo Claudia, tengo 23 años también y estudiaba fisioterapia en la Universidad Complutense. Supongo que… ahora no… - Claudia soltaba una risa mezclada entre el sarcasmo y la situación de nerviosismo en la que se encontraba. – Bueno, realmente yo no he salido de ninguna relación larga, porque he vivido mucho tiempo sin esa necesidad de sentir nada hacia nadie. Quizás ahora me arrepienta viendo la situación…
-Claudia, - Verónica agarraba la mano de Claudia con dulzura. – No creo que hayas hecho mal tomando esa postura. Te has ahorrado muchos malos momentos, aunque entiendo cómo te sientes… - Ahora miraba a Carlos, que no apartaba el ojo de la niña. – Creo que con esto es suficiente, para empezar…
-Si, creo que si – Respondió Carlos, que volvía a mirar a los ojos de Verónica.

La habitación volvió a quedarse en silencio. Carlos no hacía más que mirar a Bucher al fondo de la habitación, deseando un momento de estar a solas con él y dejarle las cosas bien claras. Por otro lado, contemplaba la fisura en el búnker que había reparado no hace mucho, y miraba si el yeso tenía algún problema. Le alivió ver que superficialmente todo estaba en orden. En cualquier caso, se convenció a si mismo de que el tema de la fisura no debía salir de entre Ramón y él, para no asustar más a las chicas. Su máxima preocupación ahora era resolver muchas dudas de su cabeza. ¿Por qué hizo Bucher todo eso? ¿Cómo había llegado a esa situación? Las dudas corrían por su cabeza, e intentaba ordenarlas bajo un criterio, pero estaba muy nervioso por lo reciente de la explosión, y aparte, tenía miedo por un posible derrumbe. Se decía a si mismo que debía ser optimista, alegrar la cara, pero la explosión había sido muy reciente. Aún le pitaban los oidos por la explosión, sabía que esa noche nadie pegaría ojo, quizá la pequeña Laura, pero por agotamiento.

-Somos… somos muchas personas aquí, y no tenemos suficientes provisiones para estar aquí los cuarenta días que dure la radiación… por tanto, debemos alargar lo más posible los intervalos entre las comidas… - comentaba Carlos – obviamente la niña debería comer más que el resto, y Bucher y yo los que más tardaríamos en comer, dado que Verónica y Ramón están heridos, y Claudia debería mantenerse fuerte. Creo que es lo equitativo y lo justo… creo que una comida cada dos días sería lo conveniente para Bucher y para mí, Claudia con comer una vez al día bastaría, Ramón y Verónica dos diarias, y Laurita tres. Por otro lado tenemos… el problema del agua. No podemos beber agua potable, y por lo que pude contar anoche sólo disponemos de treinta litros en garrafas de agua mineral, por tanto tocamos a cinco litros en cuarenta días cada uno… ese es nuestro mayor problema… deberíamos alargar lo máximo posible nuestra próxima bebida, salvo la niña y Vero y Ramón que están heridos… Decidme si lo veis bien…

Claudia y Verónica asintieron pareciendo estar de acuerdo. Carlos clavaba su mirada en Bucher, que asentía debilmente. El silencio volvía a dominar la zona. A lo lejos se oían ligeramente algunos derrumbamientos, pero las voces, los disparos, los llantos… habían desaparecido. Nunca un silencio había sido tan angustioso. A todos les pitaban los oidos, lo que provocaba dolores de cabeza y jaquecas. Pero no les preocupaba aquello, en unos días se pasarían los efectos auditivos. Carlos no quitaba ojo al apaño que había hecho a la pared. Carlos comenzó a buscar con la mirada la radio que usaba Ramón, para ver si se podía sintonizar alguna cadena de radio. Laurita comenzaba a cabecear dando síntomas de que se iba a dormir, y Verónica la cogió en brazos y se la llevó a la otra habitación, y la acostó en la cama restante.
-Por otro lado está el tema de las camas… sólo hay dos, y somos seis… - decía Verónica.
-No hay problema, creo que una sería para Laura y Verónica, por si la niña tiene miedo, y la otra nos la turnaríamos, cuando Ramón se recupere del golpe. – Respondía Carlos, que parecía haber sufrido una de estas, y no dudaba. – Otro tema es el de los deshechos… siento decirlo así, pero aquí no hay baños, y sería muy arriesgado aún así usar uno. Por tanto, a parte de no haber duchas, el otro tema es que tendremos que hacerlo todo en bolsas. Es desagradable, pero no nos queda otra…
No, si tienes razón… - respondía Claudia. – si hay que hacerlo se hace, lo malo serán los olores y las posibles infecciones…
Volvió a reinar el silencio. Claudia esperaba una respuesta, que no llegó. Se tumbó en el suelo pensativa, mientras Bucher se quitaba el chaquetón del uniforme. Los chorretones de calor le recorrían su arrugada piel, pero su entereza era envidiable. Había sufrido un momento de flaqueza, pero se mantenía en calma. Verónica se sentó al lado de la cama de Laura, contemplándola. Carlos seguía sin quitar ojo a la grieta, y mientras Ramón continuaba inconsciente, sólo él sabía lo que pasaba por su cabeza. La tranquilidad reinaba en el búnker. Poco tiempo después fueron cayendo en el sueño todos menos Carlos, que se mantenía inmóvil en el lugar donde se sentó, sin mover ni un solo músculo, escuchando el silencio que venía del exterior. El silencio…