viernes, 2 de agosto de 2013

In Medias Res II: J'ai Fait Une Promesse(parte VIII-Final)

Alberto había decidido esperar en la casa de Tobías, sin saber exactamente qué era lo que tenía que esperar, mientras su viejo amigo se acercaba a la llamada de la muerte. Sus ojos, congestionados por la angustia de la despedida, todavía le escocían de una manera lacerante. Cuando llegó a la casa, decidió buscar papel de cocina, para limpiar sus fosas nasales, y cuando lo consiguió, no pudo evitar sentir un cierto alivio comedido.
Mientras esperaba, comenzó a ojear de nuevo la Constitución de la Anarquía. Ahora estaba vacía. Ni una sóla palabra destacaba dentro del fondo blanco del papel. Alberto lo tiró al suelo con rabia. Aquello podía significar que había perdido todos sus miedos, pero jamás significaría que había perdido su condición de ser humano. Él podría seguir sintiendo rabia, repulsión, angustia y nerviosismo, pero sabía que también podría seguir sintiendo cariño, compasión y amor. Y se dijo a si mismo que lo potenciaría.
Alberto decidió en ese momento agacharse a recoger el libro, cuando vio unas palabras que brotaron de la nada: Ántimo vive. De su boca brotó una risa nerviosa, mientras se alejaba del libro. Su risa incontrolable dominaba la silenciosa habitación, y pronto comenzó a sentirse un eco que, si bien ficticio, no dejaba a Alberto pensar con claridad. Alberto señalaba al libro mientras se alejaba, pero en un momento dado, sus piernas tropezaron con el andrajoso sillón, y Alberto acabó sentado contemplando aquel dichoso libro en el sillón al que Tobías tenía tanto cariño. Su risa nerviosa parecía cobrar vida y mayor volumen a cada segundo que pasaba, y el miedo aumentaba dentro de Alberto, como una daga que se introduce lentamente en tu esófago y no te deja respirar con soltura.
-Ese sillón tiene una historia. ¿Lo sabías?
Alberto se dio la vuelta a la mayor velocidad que pudo, cuando contempló el cuerpo de Tobías. El cuerpo de Tobías le miraba fijamente, con la boca entreabierta, mientras un reguero de saliva caía sobre su ya sucia camisa. Toda la solemnidad que aquel viejo poeta intelectual transmitía con tan sólo chasquear unos dedos, se había esfumado por completo. Ahora tenía ante si a la sombra de lo que había sido su gran amigo. Un cuerpo que comenzaba a mostrar rasgos de no poder más, con una mente que debió haber muerto ciento cincuenta años atrás. Albertó pensó durante un momento en lo irónico que era que, después de todo lo que decía la gente que se creía única, lo físico o lo superficial hubiera sobrevivido a la mente más lúcida que había conocido jamás. Todos aquellos filósofos de bar se equivocaban.
<<Y lo peor es que no me preocupa>> - se dijo a sí mismo.
-Tu amigo Tobías adquirió ese sillón hace unos meses. Estaba ultimando su novela cuando llegó a sus manos aquel sillón tan destrozado. Es un objeto que ha sobrevivido a varios dueños, pero uno de ellos era singular sin duda…
Alberto se estaba empezando a cansar de que alquel monje hablara siempre en clave.
-Hubo una vez un hombre. Se llamaba Stefano, y vivía en Buenos Aires. Era un adicto a la heroína, que poco a poco fue reinsertándose en la sociedad. Sin duda, una historia de superación.
Alberto se preguntaba cómo era capaz de conocer conceptos tan modernos, y comenzó a sospechar que Tobías le estuviera tomando el pelo.
-Ese hombre sufrió la perdida de su amada. En dos ocasiones. Y cuando ya no pudo más, cuando su alma estaba a punto de romperse en mil pedazos, hubo una persona que le dio una salida, una nueva oportunidad. Y entonces Stefano lo dejó todo para trabajar con él. Y nunca más volvió a llamarse Stefano.
-¿Cómo sabes todo eso?
-Tobías lo sabía en parte. Pero la mayoría lo sé por mis propias fuentes. El cuerpo de inteligencia para el que trabaja me da este tipo de secretos.
-¿Y en qué me beneficia a mi saber todo esto?
-Oh, créeme, esa información te salvará la vida en un momento dado, cuando te lo indique. Ahora debes tener fe ciega en mí, como yo la tuve en el Dios equivocado.
Alberto dudó. Miró fijamente lo que quedaba de su amigo Tobías. Una mirada que seguía manteniendo el magnetismo del anterior dueño, pero que realmente distaba mucho de ser el que era. El reguero de saliva llegaba ya al suelo, y ese defecto le hacía parecer un enfermo con deficiencia mental. Sopesó las posibilidades. Pensó en denunciar a la policia el asesinato de su amigo, pero la policía no le creería, porque Tobías aún se movía, aunque no fuera Tobías realmente. Pensó en contarlo a su amigo Jorge, pero tampoco le creería. Así que finalmente aceptó, a pesar de que nunca podría confiar del todo en Ántimo.
-Lo que voy a revelarte ahora no debe salir de aquí, Alberto. – Dijo Ántimo desde el cuerpo de Tobías. – el rey y el presidente de España están muertos.
-Eso ya lo sé – Dijo Alberto con inquina.
-Todos los diputados han muerto a manos de ese asesino.
Aquello cogió de sorpresa a Alberto. Jamás pensó que un militar podría llegar tan lejos. Sabía que los aeropuertos habían prohibido las salidas de aviones, que los paises fronterizos habían cortado las comunicaciones con España, pero pensó que con esa actitud, quizá Bucher se daría por vencido. No era así.
-En Libia se ha visto a un hombre recubierto de metal disparar desde sus brazos a gente inocente, en un lugar donde antes había explotado un elemento explosivo.
-Una bomba. – Corrigió Alberto. – ¿Hablas de robots?
-Aún no estoy familiarizado del todo con la nomenclatura de este momento, pero pronto saldremos de dudas. Muchos paises están atacando a sus vecinos, y el presidente de las Américas…
-De los Estados Unidos.
-Ha declarado que si Bucher no para la masacre lanzará cuatro bombas sobre España. Creo que estamos lejos de su trayectoria, pero aún así debemos ser rápidos.Nos iremos a Valencia, donde nos esperan unos amigos míos. Pero deberemos ser cautos. Tú dejarás de llamarte Alberto, y no volverás a hablar de tu pasado. A nadie. Ahora vas a llamarte el Rey sin Reino.
-¿Qué clase de estupid…?
-El Rey sin Reino. Es un nombre en clave, pero nunca deberás dar tu verdadero nombre. Siempre deberán referirse a ti como alteza. Si, te tomarán por loco, pero precisamente eso nos salvará a los dos. Mi objetivo no es fácil, pero con los adeptos que se nos unan tendré la campaña más fácil. Sólo deberás hacer lo que te diga. Yo estaré en la sombra, porque la toma de este cuerpo… - titubeó. - no ha salido todo lo bien que hubiera esperado.
-Salta a la vista. – Dijo Alberto con algo de sorna. - ¿Qué pasó?
-Tardamos demasiado en terminar la trasposición de almas – dijo Ántimo solemne, como si Alberto debiera saber lo que aquello significaba. – No hay tiempo que perder si queremos empezar a trabajar. Te revelaré mi misión por el camino, pero ahora es mucho más fácil. Con todo lo que está ocurriendo, pasaremos algo más desapercibidos. No podremos parar la guerra, pero podremos parar el fin de la raza humana.
-Nos estamos autodestruyendo… - Dijo Alberto con una pena que ensombreció su rostro.
-No, amigo mío. – Dijo Ántimo, saltando casi como un resorte. – Llevamos años autodestruyéndonos. A nosotros mismos, a los que nos rodean, y a todos los que nos rodean. Nuestro instinto de supervivencia se convirtió pronto en una carrera por la supremacía sobre las otras especies animales, y esa carrera prontó se convirtió en un acto de soberbia constante, desde que Ellos nos dieron esto. – Ántimo se señaló la cabeza. – Nuestra capacidad de razocinio ha sido la mayor de nuestras condenas. Nos dimos cuenta, o eso quisimos ver, de que no sólo éramos mejores que el resto de seres vivos de este planeta, sino que además podíamos hacer con ellos lo que quisiéramos. Y así están las cosas, con miles de razas de animales y de plantas únicas extinguidas. Animales que nunca volverán a poblar estos lares. Pero no nos contentamos sólo con la caza indiscriminada o con la tala imparable de árboles. – Ántimo se arrodilló con un crujido sonoro de sus rodillas. – También creamos materiales nocivos para estos seres, con tal de autodestruirnos. Experimentamos con ciertos animales “débiles” para poder crear cosméticos que nos hagan más hermosos, sin querer darnos cuenta de que todos tenemos nuestra propia fecha de caducidad. Y eso podría aplicarse también a…
-La industria farmacéutica. – Acotó Alberto, como si pudiera leerle el pensamiento.
-Medicamentos que nos alargan un poco más nuestra vida, acabando con la de millones de animales. Otros que nos curan una gripe, manchada con las vidas de miles de plantas. No, amigo. El hecho de que ahora los seres humanos vayan a aniquilarse entre ellos es lo mejor que le podría pasar a La Tierra. Cuando no quede un solo hombre en pie, la Tierra podrá descansar.
-Pero, sin embargo, vamos a intentar salvarles. – Respondió dubitativo Alberto.
-Si, pero no a cualquiera. Y por supuesto no para volver aquí. Ellos ya cometieron el error una vez, con las dos extinciones anteriores.
-¿Dos?
-La primera fue la de sus primeras creaciones, aquello a lo que vosotros habéis denominado “dinosaurios”. La segunda fue la de ellos mismos. Pero, al igual que no todos los dinosaurios están muertos, y quedan algunos herederos en la Tierra, tampoco todos Ellos murieron, y vigilan decepcionados a sus herederos aquí. No van a dejar que os extingáis, y os guiarán como un hermano mayor. Pero tendremos tiempo de hablar de ello, y volver y volver. Tengo la sensación de que no eres el único que busca respuestas desesperadamente para entender esta maraña esotérica.Sólo debo pedirte paciencia, y que nos pongamos en marcha. Nos esperan en Valencia para comenzar con el plan.

Tobías.
Tobías se quedó en aquel lago.
No se volvió a saber nada de su alma. Pero al menos Ántimo se encargó de que sus últimos instantes fueran memorables.
Tras decirle que los seres que pueden usar toda la capacidad de su cerebro son desgraciados, comenzó la transhumanización de Ántimo al cuerpo de Tobías. El alma de Tobías moriría en ese momento, pero aquello no le importaba. Iba a encontrarse por fin con su difunta esposa y con su arrebatado hijo, y aquello le daba el calor y las fuerzas suficientes para continuar. Lo que sintió a continuación fue extraño: vio un rayo, del que salieron unas sombras extrañas, que no alcanzó a distinguir. Una silueta femenina llevaba un carcaj, otra silueta parecía tener la cabeza de un pájaro, y otra silueta llevaba algo parecido a un arpa, y recitaba versos ininteligibles. Pero Tobías estaba tranquilo. Ántimo le introdujo en un sueño profundo, en el que se vio recorriendo praderas interminables cogido de la mano de su esposa y de su hijo, y con su pequeña hija subida en sus hombros. Los cuatro caminaban con el ritmo acompasado y con una alegría que parecía innata hacia un castillo de cristal, resguardado por una muralla de nubes y unos soldados que por armadura llevaban un libro y por arma un bolígrafo. Desde allí se podía mirar hacia abajo y se podía ver la condena de su especie, amarrados a la televisión, negándose a si mismos lo que Ellos les habían otorgado: la capacidad de pensar.



Al entrar en aquel castillo, los manjares más exquisitos que pudo degustar en vida se aparecieron. Tobías sabía que aquel era su particular paraiso. En ese momento se dio cuenta de que ya no estaba vivo, pero eso no le importaba. Después de mucho tiempo, por fin era feliz, a pesar de que aquello era probablemente sólo un sueño.
Pero, ¿Por qué contentarnos con un paraiso predefinido para todos?
¿No podría existir la posibilidad de que, después de que todo acabe, cada uno tuviera su propio paraiso?¿Su propia realidad distorsionada a la enésima potencia? Simplemente, ¿Para que nuestra alma fuera finalmente feliz?
Mira a tu alrededor y cuestiónate si eres realmente feliz. Mira a tu alrededor y cuestiónate si no puedes hacer nada por cambiar el mundo que te rodea, aunque sólo sea un poco. Las grandes historias no empezaron nunca desde lo alto, y ahora es tu oportunidad de aportar tu granito de arena para salvarte. Para salvarnos a todos.
Porque cuando me enteré de lo que había pasado, ya era tarde para salvar a Tobías, pero no para honrar su memoria. Y lo hice. Lo alabé tanto como jamás pudieras imaginar, porque cuando su alma se durmió, allí pereció el último ser humano que merecía la pena que se salvara.
No le dio miedo la muerte, porque cuando se imaginó en aquel paraiso, se sintió como un Dios en aquel lugar. Y vio que era bueno. Sus remordimientos y su angustia desaparecieron cuando murieron, así que tómate la vida un poco menos en serio, y recapacita sobre tus acciones. Cambia lo que no te pegue del todo, y mantén a quienes te hacen bien.

Tobías murió allí, no así su obra, que seguirá en todos nosotros a través de este relato. Y mientras yo he honrado su memoria de esta manera, Alberto lo hará de otra, estoy casi seguro de ello. No quiere despedirse este bloggero anónimo sin reconocer que lo que realmente calmó a Tobías no fueron las promesas de una vida más allá, ni de la reunión con sus seres queridos, que él ya creía imposible aún con la muerte. No, lo que le tranquilizó fueron aquellas hipnóticas palabras por las que cayeron Nº8, Stefano, Ántimo y ahora Tobías: Dame tu fe, abrázame.