jueves, 25 de abril de 2013

In Medias Res II: J'ai Fait une Promesse(parte III)


-Triste mortal, acurrucado en tus propios sentimientos, agotado por la fatiga de una vida llena de humillaciones y degradaciones a tu propia moral. ¿Esperabas encontrar las respuestas que buscaste durante tu miserable vida?¿Esperabas encontrar algún tipo de revelación que te hiciera comprender el mundo que te rodea? Lo siento mucho. Este no es el libro que buscas. Este libro no va a ayudarte a retomar tu vida. Este libro no va a darte las respuestas para comprender por qué el mundo se ha desarrollado de esta manera y no de otra. Este libro es mucho más que todo eso. Este libro va a mostrarte una nueva forma de ver la humanidad, la naturaleza, y hasta tu propia vida. La constitución de la anarquía es la metáfora del sabio, pero también puede ser la oportunidad de oro del ignorante. Este libro puede ser interpretado como la máxima expresión de la ambición y de la libertad, a pesar de que ambas palabras puedan ser antónimas. Sin embargo, este libro no busca expresar eso. Busca dar a conocer al lector lo que puede ocurrir el día de mañana, si el contenido de este libro cae en malas manos. Léelo. Y si no lo vas a leer, dáselo a alguien que si esté pensando en ayudarse a sí mismo de una manera ajena a lo espiritual.
El poeta se echó los dedos pulgar y corazón de la mano derecha al puente de la nariz y ejerció una presión media mientras trataba de asimilar lo que acababa de leer. Las arrugas de su poblada frente parecían alisarse conforme se marcaban las venas que pasaban por allí, símbolo de la extrema concentración a la que se sometía el poeta en aquellos instantes. El caos que comenzaba a poblar su cabeza hacía tiempo que se había marchado. Por desgracia, esa ausencia parecía haberse convertido en vacaciones. Ahí estaba, sentado en la silla de su escritorio, con la mano cubriéndole el rostro, mientras imágenes bélicas venían a su anciana cabeza y perturbaban sus pensamientos tan livianos. Ese dichoso libro había venido para acabar con la paz que se había instalado en aquella casa hacía ya mucho tiempo. Y no pensaba permitirlo.
Volvió a leer aquel párrafo, y hubo algo que le llamó la atención: “Y si no lo vas a leer, dáselo a alguien que si esté pensando en ayudarse a sí mismo”. Definitivamente, si alguien de fiar se presentaba ante él como una posibilidad para deshacerse de ese maldito libro, no lo dudaría ni un solo instante. Sólo debía esperar. Y mientras esperaba, podría seguir leyendo el libro, por si por algún casual cambiaba de idea, algo que le aterraba.

Permanció en esa posición pensativa mucho tiempo, hasta que un día alguien llamó a la puerta. Aquel anciano poeta mantuvo la esperanza de que aquella incómoda visita se fuera por donde había venido, pero no fue así. Aquella persona llamó a la puerta de forma insistente durante minutos. El anciano decidió ir a ver de quién se trataba, y cuando abrió la puerta, sus temores se deshicieron durante unos instantes. Era su editor.
-Tobías, amigo mío… He venido a verte, no dabas señales de vida y tenemos cuantiosos contratos que firmar…
-Pasa, hablemos tranquilamente. No he tenido unos días muy buenos… Pero ya he completado la novela.
-Te noto cansado… Como si no hubieras dormido en días. ¿Qué ocurre? Me tienes preocupado.
-No es… nada. Simplemente he estado mucho tiempo despierto terminando la novela. Pasa.
El editor entró en la morada del poeta, y se acomodó en uno de los sillones que colindaban con la chimenea. Tras azuzar un poco el fuego, llegó el poeta con unas tazas de café. Aquel hombre de negocioa miró a Tobías, agotado, extenuado y sin asear. Abrió con parsimonia su carpeta, mientras examinaba una y otra vez a su viejo amigo. Rebuscaba en su carpeta como si tuviera un ojo más, y finalmente encontró lo que buscaba. Extrajo de su portapapeles una pila pequeña de hojas y, tras dejar a un lado la carpeta, se dispuso a buscar los contratos. El poeta tampoco quitaba ojo al editor, pero se preocupaba más de tratar que no se notara su cansancio que de intentar sacar conclusiones a las acciones de aquel hombre.
-Bien, Tobías, vamos a hablar un poco de tu novela.Quedamos en que tú le pondrías un nombre con gancho, algo comercial que llamara a los adolescentes. Te escucho.
-J’ai fait une promesse.
-Interesante, muy interesante… Creo que si los de marketing no tiran tu propuesta abajo, este será el nombre definitivo. Me gusta mucho que sea en francés, la lengua del amor…
-La lengua del amor no existe. Sólo existen palabras vacías para expresar de forma vaga una idea. Sólo debes ser tú del que te sirvas para expresar tus sentimientos. Tan romántico puede ser un alemán como un francés.
Aquel editor se sorprendió ante la tajante respuesta de Tobías. Sin embargo, prefirió no darle respuesta, y le dijo que, antes de firmar nada, debía ver el resultado de su trabajo. El poeta se levantó y fue a su escritorio, y vino con una pila de papeles, llenos de anotaciones, de poemas, y, coronando aquella pila, una memoria en la que se encontraba la novela.
-Aún me queda decidir qué poemas entrarán en el contenido final.
-Por eso no te preocupes. Los que se queden fuera serán editados en otro libro posterior. Voy a ver…
El editor se quedó mirando algunos, pero se detuvo principalmente en uno que le llamó la atención demasiado. Tobías cerró los ojos un instante, mientras el editor recitaba en alto aquel poema:

Corazón fiero

Miro a Parsimonia a los ojos, ¿Quiere
Recompensarme por todo lo que he hecho?
Mi esperanza es como una flor que muere.

Ojos cansados, dolor en mi pecho,
Flores muriendo, corazón sin calma,
Mi idea de ella muere sobre un lecho.

Pero no esperaré a que muera mi alma
Si he de enamorarme, lo haré sin miedo
Como aquel que toda la noche empalma.

Y si no recuerdo, será que puedo
Comenzar de nuevo, empezar de cero
Encontrar otra chica en el viñedo
Tumbada, viendo mi corazón fiero.
El editor miró a Tobías, que abrió los ojos al finalizar el poema. Esbozó una sonrisa de agradecimiento, mientras le extendía al anciano una pluma y el contrato. El poeta quería mostrarse satisfecho, quería mostrar agradecimiento a la editorial por volver a confiar en él y haberle prometido un libro más. Pero no podía. La constitución de la anarquía le estaba comiendo la moral poco a poco. Ese dichoso libro acabaría por matarle, lo sabía.
Y lo peor era que el editor también lo sabía.

miércoles, 17 de abril de 2013

In Medias Res II - J'ai Fait Une Promesse(parte II)


-No entiendo lo que me pasa, Andrés. Hay veces que sólo con pensar en ella me sonrojo y sonrío como un estúpido, y hay otras que sólo con pensar en que está lejos de mí me deprimo y suspiro.
-Tengo la sensacíon, amigo mío, de que te estás enamorando.
-Eso no puede ser… Aún no conozco esa sensación. Jamás he llegado a querer a una mujer como si fuera mía, y me aterra la idea de empezar a depender de otra persona.
-Bien, veamos… ¿Cuándo piensas en ella sientes como cada pelo de tu piel se eriza?
-Si…
-¿Y cuando estás con ella comienzas a sudorar?¿Te pones nervioso y no controlas el habla?
-Si…
-¿Y cada vez que te toca la mano sientes el deseo de apartarla, pero a la vez sientes el deseo de agarrarla fuerte?
-Si…
-Tobías, amigo mío… Te has enamorado. Pero no te preocupes, eso no es malo. De hecho, es la mejor sensación del mundo. Ahora vas a verte mucho más guapo, vas a creerte con la suficiente fuerza como para poder con todo lo que te echen encima, y vas a sentir la necesidad de demostrarlo, porque ella está a tu lado. Porque la necesitas. Y, aunque no te lo creas, probablemente ella te necesite a ti.
-Pero, ¿Y si ella no siente lo mismo por mi?
-¡Has aceptado tu enamoramiento! Pensé que me lo pondrías más difícil. Ella probablemente se esté negando ahora mismo ese sentimiento. Todas lo hacen. Lo que tú debes hacer es mostrarte inaccesible, hacerte el duro, para que ella se fije más en ti.
-¿Voy a lograr ese efecto haciendo todo lo contrario a lo que en teoría debo hacer? No tiene sentido…
-Amigo mío, qué poco entiendes de mujeres…
-Lo único que alcanzo a entender es que a cada minuto que paso sin ella muero un poco más por dentro…

El poeta revisaba su libro con la paciencia que un padre tiene al enseñar a su hijo. Su obra estaba comenzando a dar los primeros pasos, comenzaba a dar sus primeras palabras, y pronto abandonaría los pañales para comenzar a desenvolverse en el mundo de los libros publicados. El anciano sabía que debía cuidar el más mínimo detalle para poder publicarlo. Esta sería su obra cumbre. Esta sería la obra que le daría el reconocimiento que necesitaba. Tan sólo necesitaba unos poemas más…
Un joven labrador de campo que emigraba a la ciudad, y se encontraba con emociones nuevas, sentimientos nuevos, y enfrentamientos nuevos contra su propia cabeza. Si, ya se había escrito sobre esta temática, pero aquel poeta se guardaba un as bajo la manga: cuando la gente leyera la obra, no estarían leyendo a un personaje ficticio. Estarían leyendo la obra de su vida, la obra de su pasado. Una novela que le servía de autobiografía. Una obra que sería como el final de su propio cuento de hadas. El cuento de hadas que fue su primer amor.
Sólo de recordar, aquel poeta se entristecía y se ruborizaba a cada palabra que escribía sobre su idealizada querida. Cada recuerdo, emborronado por el paso del tiempo. Cada caricia, acicalada con palabras vacías que sonaban bien y con lágrimas que aún hoy seguían cayendo. No renunciaría a ello ni aunque cien soles cayeran sobre su ya demacrada espalda. Porque es un dolor que lleva sintiendo desde hace años, pero es un dolor al que se ha acostumbrado, y, más importante aún: es un dolor al que ama y respeta como una personificación de su propia idealización femenina.
El poeta respiraba de manera honda, impregnándose del olor a incienso que tenía en su escritorio. Esa vela se consumía poco a poco, al igual que su vida. Al igual que su juventud, que su alegría, que su vitalidad. Cerró los ojos aquel labrador, y repasó mentalmente el contenido que faltaba en su obra. Y, de repente, por la ventana, como el alba que pide permiso, la musa celeste, Inspiración, se asomó por los recodos de su imaginación. El poeta se apresuró a coger su pluma, y comenzó a escribir:

Lejos

Esta es mi vida, aquello que te entregué.
Todos los sentimientos que te regalé.
Y estos mis sueños, que envolví para hacerte feliz.
Y esta alegría, una careta con la que mentí.

Y ahora estoy aquí
Lejos de ti
Ese esfuerzo que no valoré
Tu estás allí
Pasando de mí
Ese muro que no escalé
Estamos aquí
Cerca del fin
Ignorancia de la inmadurez
Y ahora no sé que demonios hacer, ni aunque tu mirada me calme.

Y este es mi mundo, a medio construir.
Esta sonrisa, que nunca enseñé, ahora veré
Que mientras todos dormían la suerte
Yo labraba cada amanecer que esgrimí.

Y ahora estoy aquí
Lejos de ti
Ese esfuerzo que no valoré
Tu estás allí
Pasando de mí
Ese muro que no escalé
Estamos aquí
Cerca del fin
Ignorancia de la inmadurez
Y ahora no sé que demonios hacer, ni aunque tu mirada me calme.

Y ahora tengo miedo de no verte
Y me aterra que el viento se lleve
Los pocos recuerdos de mi mente
Y que aún no sea demasiado fuerte.

Y ahora estoy aquí
Lejos de ti
Ese esfuerzo que no valoré
Tu estás allí
Pasando de mí
Ese muro que no escalé
Estamos aquí
Cerca del fin
Ignorancia de la inmadurez
Y ahora no sé que demonios hacer, ni aunque tu mirada me calme.

            Otro triunfo de la mente del poeta. De forma breve, repasó los versos y los fue removiendo poco a poco, jugando con esta rica lengua que nos brindan. Tras ello, hizo la composición definitiva, y cerró su rimadero. Ya era suficiente por hoy, pensó. Y alzó la vista.
            Ahí estaba. Ahí estaba ese libro que se había encontrado en el bosque. Practicamente destruido, ilegible y maloliente. No había dado mucha importancia al hecho de que ese libro estuviera en el bosque perdido, pero lo cierto es que guardaba la esperanza de deshacerse de él sin darse cuenta. Y, sin embargo, ahí seguía, sobre el escritorio, como una losa que no puedes levantar, como una vergüenza que no te atreves a confesar, como ese secreto que jamás le contarías a nadie. Ese libro significaba para el poeta todo lo malo que existía, y no se explicaba por qué era así. Sólo sabía que en su mente ese libro era la personificación del mal, a sabiendas de que no había abierto el libro ni había visualizado su contenido. Nada.
            Lentamente lo fue cogiendo y lo acercó al atril donde colocaba sus novelas. Estaba decidido. Era el momento de hojear de una vez lo que contenía ese dichoso tratado. “La constitución de la anarquía”, rezaba en letras doradas. No existía el autor. No había fecha de edición. No había ISBN. Nada. Sólo una portada, una contraportada a modo de rosas marchitas y muchas, muchas hojas a medio descolgarse. La constitución de la anarquía, qué nombre más estúpido… ¿Se trataba de una constitución realmente? ¿Se trataba de un tratado en el que hablaba de los componentes necesarios para la anarquía? ¿Era un nombre metafórico acaso? No lo sabía, pero tenía claro que, si no leía con atención no lo averiguaría nunca.
            El poeta abrió definitivamente el libro, con decisión y con inquina. Lo que comenzó a leer no sería capaz de asimilarlo jamás. Realmente todas sus predicciones sobre ese libro comenzaban a hacerse realidad en su mente: aquel libro no era humano. Y lo que es peor: aquel libro no era algo que fuera capaz de entender por completo. A cada lectura extraía conclusiones nuevas. El poeta, cansado de leer el primer párrafo, lo leyó en alto, esperando que la musa celeste se apareciera de nuevo. Aquel párrafo decía lo siguiente:

miércoles, 10 de abril de 2013

In Medias Res 2: J'ai fait une promesse parte I


-Y mis sentimientos no se irán, seguirán ahí por siempre. Aunque no pueda expresarlos, es una realidad. Aunque no quiera expresarlos, siguen ahí dentro. Y por mucho que me avergüence al ver tu rostro, por mucho que mi voz se entrecorte a cada sílaba expulsada por mi garganta, por mucho que mis lágrimas caigan desacompasadas y descontroladas haciendo cursos por mis mejillas, sé que, en el fondo de mi corazón, siempre guardaré un sitio para ti. Porque te amo, porque te amé, y porque te seguiré amando hasta el ocaso de mis días. Y esto es así desde que vi por primera vez tu rostro pasar por delante de mí, desde que nos presentó tu amigo, desde que me olvidé de mis miedos. Y sé que por mucho que me lo proponga, jamás podré olvidarte, porque formas parte de mi historia, de la historia que cada día trato de hacer un pelín más grande. Tu recuerdo me ayuda a seguir adelante, tu recuerdo me da las fuerzas que muchas veces me faltan. Porque cada vez que sueño, cada vez que me quedo dormido, veo tu cara, veo tu sonrisa, y ansío tocarla con la yema de mis dedos. Y sé que, a pesar de todo lo que tenga que decirte, debo dejarte marchar, y tratar de pasar página. Pasaré la página de un libro que tiene las páginas pegadas por el agua de mis lágrimas. Sé que será difícil, pero… ¡Qué demonios! Lo intentaré, y lo conseguiré, aunque ello me cueste la vida. Porque si hay alguien que merezca ser feliz, esa eres tú. Así que me iré, por donde la esperanza dibuja calaveras apegada a la desidia y al abandono. Trataré de alejarme por caminos sombríos, y volver de vez en cuando, para verte feliz. Para ver a mi niña feliz. Sé feliz, ahora que yo no puedo.

El poeta finalizó así su primera obra no lírica, y comenzó a revisar ese último párrafo una y otra vez. Finalmente, encendió su pipa, y comenzó a reflexionar consigo mismo en su mecedora, a la entrada de su acogedora y a la vez humilde morada. Las vistas desde ese lugar eran espléndidas, dignas de la fotografía más hermosa que jamás podrías visualizar. La capilla sixtina se retorcería de envidia al ver la belleza que la naturaleza es capaz de mostrarnos a veces. Este mundo es hermoso, maravilloso, si eres capaz de abandonar tu mente y abstraerte dentro del complejo de la naturaleza. Los jilgueros se posaban en los brazos de la mecedora, y el anciano poeta desmenuzaba trozos de pan duro a sus pies, para que los animalitos comieran y le hicieran compañía. El apesadumbrado hombre mostraba su sonrisa ante tal escena, que tantas rimas le había inspirado, y que tantos quebraderos de cabeza le habían ahorrado. Acercó su minicadena, apoyada sobre la mesa de nogal, y la encendió, haciendo sonar una maravillosa canción a violines, piano y violonchelos. Mientras contemplaba a los jilgueros alimentarse, procedió a su metidación.
En esta ocasión debía elegir el nombre de su primera y probablemente última novela corta. Revisó mentalmente el argumento de su obra. Un joven, acostumbrado a los paseos por el campo y a la vida tranquila, decidió abandonar esa vida y adentrarse en el ajetreado mundo de la ciudad. Allí conoció a una hermosa chica, que cautivó su corazón desde el primer momento. Pero las cosas no siempre salen como quieres, y un malentendido acabó con todo ello. Él volvió al campo, y pasó semanas encerrado en su villa sin querer ver a nadie. Hasta que un día, ella le encontró, y le comentó que ahora salía con un nuevo chico. Él lo comprendió y dijo las palabras con las que abría este relato. El experimentado poeta debía dar un nombre a la obra, y comenzó a barajar nombres, y a jugar con el lenguaje que este precioso idioma nos brinda. Y, finalmente, lo encontró: “J’ai fait une promesse: Te hice una promesa”. Además, la novela iría acompañada con unos poemas a modo de broche final y a modo de ilustración de la historia. Pero no se sentía demasiado inspirado en ese momento como para abordar la ardua tarea de elaborar un poema del mismo calibre que la historia, por lo que decidió vagar por el bosque durante unos minutos, a modo de refrescar su alborotada cabeza de ideas y de estrofas.
La noche comenzaba a acomodarse en las lomas de las montañas. Poco a poco la luna iba desplazando a Lorenzo, con su ejército de estrellas y de oscuridad. El sueño de una vida pasajera comenzaba a cobrar sentido en la mente del poeta. Una vida efímera, pero vivida con toda la intensidad que los campos y los bosques permitían. Conforme atravesaba el camino, miles de recuerdos venían a su mente: la primera vez que besó y que fue besado, bajo la copa de un abedul; la primera vez que hizo el amor, bañado con su amada en el lago; los incontables paseos con su hija de la mano atravesando la acequia…
Ahora vivía solo en aquella humilde casa rodeada de árboles. Desde que su esposa falleció, aquel hogar se había quedado huérfano del calor familiar y de la melodía de sus risas. Tras algunos años, el poeta había aprendido a sobrellevar la pérdida de su amada, pero este suceso quedaría siempre reflejado en su obra. Desde ese suceso, sus versos se habían llenado de un aura de melancolía y tenebrismo dignos de Caravaggio. Por ello, decidió que igual era necesario abrirse a nuevos horizontes, o por lo menos aparcar, aunque de forma parcial, su principal labor. Así que decidió emprender la elaboración de una novela corta, para depurar su alma rota, y para, de paso, abrirse en el mercado juvenil que ansía con todo su espíritu leer a autores que expresen lo que ellos sienten.
Tras unos instantes, se acomodó al borde del lago, sentándose en una roca. Y, contemplando el agua cristalina, comenzó a ver los distintos peces moverse dentro del agua. Realmente aquel poeta era muy afortunado de tener al alcance de la mano todas aquellas escenas de pureza. Largas noches de sosiego había invertido contemplando estos paisajes, alegrías del alma, para el poeta que busca la palabra exacta.

La noche se hizo notar finalmente en el horizonte, y las estrellas se instalaban por todo el firmamento. El ruido de los grillos era la única compañía que tenía nuestro poeta, siempre inmerso en sus pensamientos sin una voz que los calle. Un único pensamiento, que rondaba su mente hasta hacerla destruirse en mil añicos: “Que cuando duermo, sigo soñando contigo”. Después de tanto tiempo, aún era incapaz de aguantar sus lágrimas ante una pérdida tan dolorosa. La pérdida de un amor que había permanecido junto a él en los buenos y en los malos momentos. Tras unos instantes en los que dejó que las lágrimas revasaran sus globos oculares, decidió proseguir su marcha por el bosque, para seguir recordando grandes momentos en su ya anciana vida.
La luna y las estrellas eran la única iluminación que el poeta necesitaba para caminar entre los árboles y los matojos. A su alrededor, los conejos brincaban y jugaban entre ellos, los búhos detenían su caza para observarle pasar, y los ciervos detenían su marcha para dejarse acariciar por aquel poeta labriego. El anciano caballero de la barba mesada era realmente una parte más de todo aquel paisaje, pues los animales le asimilaban como uno más entre ellos. No le temían, no se sentían amenazados en su presencia y, aún mejor, habían llegado a quererle como a uno de los suyos. Quizá fue la brisa, quizá el cariño de aquellos seres, pero lo cierto era que aquel hombre se sentía reconfortado con todo ello. Quizá fue todo aquello lo que provocó que aquella musa de vestido azul y rizos dorados se acercara sigilosamente y se instalara en lo más profundo de su espíritu. Así que sacó la libreta que llevaba guardada en su bolsillo, su pluma, y procedió a escribir las palabras que emanaba su alborotada pero ordenada cabeza:

Me dicen
Me dicen que esta noche a las estrellas se las ve sin prisa
Me dicen que esta noche la luna mostrará su sonrisa
La sonrisa de esa niña que enamora y que te da la vida
La sonrisa de esa niña que te mira y que jamás te olvida…

Me dice Esperanza que te ha visto cerca de los ramales
Arrancando de ese vestido celeste todos los retales
Tumbada en la albahaca esperando a que llegue tu fiel amante
Floreciente lucecilla en tus ojos, que ahora están distantes.

Y en mis sueños apareces, me seduces, y me muerdes
Y rompes mis silencios, me dices que me quieres, será
Que no quieres estar sola y crees que la derrota no verás
Mientras juegues conmigo, seré tu esclavo, hasta que despierte.

Tras anotar estos versos, decidió que ya era hora de ir volviendo a su morada para entregarse al sueño profundo, así que desandó el camino que había llevado a cabo.
Tras unos instantes, se fijó en un halo que reflejaba la luz que la luna proyectaba sobre ese lugar. Así que el poeta se acercó lentamente pero sin pausa ninguna. Tranquilamente se posó a los pies de aquel reflejo leve, y se agachó no sin dificultad a recoger aquel objeto. Al tenerlo en sus manos, se extrañó. Se trataba de un libro, con una portada y contraportada completamente negras, y con unas letras bordadas en dorado, que daban el reflejo que había visualizado el poeta.
Quizás no fue el hecho de haber encontrado ese destrozado libro. Quizás no fue el hecho de haber decidido pasear en aquel momento por el robledal. Pero lo que estaba claro, tanto para ustedes como para mí, era que la etapa final de aquel poeta no sería la que tenía planeada, desde que se encontró con La Constitución de la Anarquía.

miércoles, 3 de abril de 2013

Sin Nombre. Capítulo X


5 de agosto.
            La relativización del tiempo es un tema interesante para abordar en un debate dirigido. Podrías ver la opinión siempre sosegada y razonada de un físico, de un astrónomo o de un biólogo, contrastada con la opinión apasionada y siempre relativista de un historiador, un filósofo o un arqueólogo. Como todo en esta vida, tu concepción de las cosas depende del lado del que estés dispuesto a analizarlo. En cuanto al tiemp, mucho se ha escrito ya, y muchos escritores se han literalmente arrancado la cabellera con tal de aportar un nuevo punto de vista o un enfoque que trate de ahondar un poco más en ese complejo artificial creado por el hombre como lo es el tiempo. Y, sin embargo, siempre caeremos en el error, en ese error que el ser humano repite constantemente sin ninguna posibilidad de remediarlo. Ni aunque quisiéramos podríamos evitarlo. El ser humano, pierde tiempo por encima de sus posibilidades.     
            De media, el ser humano pasa un tercio de su vida durmiendo. Eso quiere decir que si vives 60 años, 20 has estado durmiendo. ¡20 años! En números, esta cifra es una auténtica locura, pero no es alarmista comparándolo con el tiempo que gastamos estudiando o trabajando. El ser humano creó ese complejo tan útil como es el tiempo, y resulta que ese complejo ha terminado por esclavizarnos. Resulta irónico…
            Allí en el búnker, nuestros seis personajes eran esclavos del tiempo. Contaban los días que les faltaban para salir de ahí, a pesar de que eran conscientes de que podrían haber perdido la cuenta de los días de cautiverio en un descuido. El tiempo, que tanto habían desperdiciado en tareas estúpidas que ahora no valían para nada, no iba a volver con ellos. Bucher contemplaba en su cabeza con cierta nostalgia los años de juventud que había invertido a su juicio en formación militar, en escalar posiciones, hasta convertirse en la figura más importante del ejército español. Carlos era la segunda persona con más edad allí dentro, pero no llegaba a la cuarentena, por lo que era consciente aún le quedaban muchas cosas por vivir. Su vida se había basado en una diligencia constante al trabajo, una predisposición inaudita a todo lo que representaba el deber y el hacer. Desde que su padre falleció, él quedó al cargo completo del negocio de ñapas, y nunca había fallado a un solo pedido. La tranquilidad que residía en su cabeza era que ni siquiera esa guerra le hizo fallar al pedido de Ramón. Claudia y Verónica habían llevado unas vidas practicamente parejas, al ser amigas desde que iban al colegio. Fueron juntas a secundarias, y las dos se conocían de una manera tan profunda, que Clausia era capaz de enumerar uno por uno los chicos con los que había estado Verónica, y esta las manías que tenía Claudia. Ramón recordaba vagamente momentos de antaño, pero no con demasiado cariño, ni con demasiada exactitud. Sólo recordaba aquel condenado libro que le había vuelto loco en profecias. Si aquel adivino francés levantara su cabeza y contemplara su obra, vería a millones de seres humanos asustados porque aquel astrólogo acertó con unas fechas determinadas. Y por otro lado estaba Laura, que con sus cinco años, no había vivido practicamente nada, y sus días se basaban en terminar con los folios que Ramón le daba para que dibujara. Tan sólo dos bolis bic, azul y rojo, para que esa niña se convirtiera en el Da Vinci del mañana.
            Lo cierto es que aquella niña tenía unas dotes increibles para el dibujo. Era capaz de dibujar cuatro variantes diferentes de gatos, con sus características diferenciantes. El siempre siniestro gato negro, tumbado sobre un tejado, como siempre había visto al gato de los vecinos, liken, caminar por los canalones hasta acomodarse sobre las tejas a echarse la siesta en las tardes de brisa veraniega. Dibujaba gatos asilvestrados, jugando con una pelota. Dibujaba gatos monteses, saltando para intentar alcanzar a un jilguero. Y todo, claro está, con las limitaciones que tiene una niña de 5 años, y con las limitaciones que suponen dos bolis bic y un plastidecor naranja.

            Aquel 5 de agosto Ramón se levantó decidido. No sabía a qué ni tenía la más remota idea de por qué tenía esa sensación, pero tenía algo muy claro en la mente, y eso era que, si esa gente quería seguir con vida allí dentro, tendrían que comenzar a sincerarse en ese preciso momento. Y, mientras repasaba en su cabeza lo que Verónica había dicho una semana atrás, reunió a las chicas con el maniatado general y con el amordazado Carlos, y comenzó a exponer sus temores. Ramón tenía miedo de que alguno de los allí presentes tuviera un arrebato de claustrofobia y acabara con los demás, lo que no le ayudaría a salir. Por otro lado era consciente de que Verónica le había dicho la verdad, aún con lo dolorosa que era. Por ello, se fiaba de ella y de su hermanita, pero no del resto. Y ello no excluía al salvador particular Carlos, ni a la amiga de Verónica, Claudia. Así que pidió sinceridad a la hora de volver a hablar, y así el se sinceraría al final.
            Verónica seguía muy enfadada con Ramón, pero se sentía sorprendida de que finalmente se hubiera decidido a reanudar las conversaciones una semana después. Su vecino nunca había sido muy sociable precisamente, por lo que su voto de silencio no le sorprendía precisamente. Lo que realmente sorprendía a la joven era que hubiera sido él el que hubiera tomado la iniciativa, dado que siempre había sido muy poco lanzado, y solía dejarse llevar por lo que ella o su mujer Helena le proponían. Tal era su grado de cierre a si mismo, que en el tiempo que llevaba siendo su vecina, nunca le vio con un solo amigo. Y ya le costaba a Helena sacar a su marido de la casa. Helena siempre sostuvo que él no era así, que todo cambió de golpe desde que volvieron de la luna de miel de Paris y le regaló un libro que había pertenecido a su mejor amigo, fallecido hace unos años. Cuando Verónica preguntaba por ese amigo, Helena se limitaba a decir: <<era un buen chico, pero nunca superó la pérdida de su novia, y acabó por autodestruirse con la droga.>> No tuvo ni entierro, por lo que sabe, porque no se encontró ni un solo rastro del cadáver de aquel amigo de Ramón. Y, aunque Ramón estaba muy apegado a ese chico, superó rapidamente la pérdida.
            En esta ocasión, la primera persona que hablaría sería Claudia. Ya estaban todos dispuestos en un círculo, con la mesita de salón en el centro, Carlos tumbado en el sofá, y el militar sentado en la silla en la que llevaba atado tanto tiempo. El general había comenzado a notar como sus músculos empezaban a entumecerse, pero no había dicho nada ni se había quejado por orgullo. Sabía que él era la persona más fuerte que había en aquel refugio, y tarde o temprano se lo haría saber al resto. Tan sólo tenía que esperar…
            Esa niña, esa niña era la clave de que todo comenzara a funcionar según sus planes. Primero intentaría crear un altercado entre Ramón y Carlos, para que se golpearan y las otras chicas trataran de separarles. Bucher entonces hablaría con la niña, y le pediría que le soltara para poder separar a los dos hombres. Y cuando estuviera suelto, cogería una de las armas que le habían quitado y dispararía en la sien a Carlos y a la niñata de Claudia. Y, cuando Ramón abriera la puerta, acabaría con el resto, iría a Galicia y se refugiaría con los estadounidenses allí colocados para no caer en manos de los coreanos que se abrían paso desde el levante. Aunque también existía la posibilidad de que ya hubieran llegado los comunistas a esa zona, porque aquello era un factor muy probable y que debía tener en cuenta. Y todo ello teniendo en cuenta que no les estuvieran esperando en las salidas para dispararles nada más asomar la cabeza.



            -Vale, Claudia. – Dijo Ramón. – Verónica te conoce, pero el resto no. Podrías hablarnos un poco de ti para que te fuéramos conociendo…
            -Ya hablé de mí hace unas semanas, pero estabas KO. – Respondió Claudia con un tono que reflejaba la autodefensa. Yo soy Claudia, tengo 23 años y soy amiga de Verónica desde que teníamos la edad de Laura. Nos hemos visto crecer, hemos compartido amigas, ropa, libros… Si no somos hermanas, es por el apellido. – Claudia se reía mientras buscaba una mirada de complicidad con Verónica, que se limitaba a sonreir, mientras que Laura ponía una mueca cómica extendiendo con sus dedos índices los labios y sacando la lengua, mueca que fue imitada por Claudia antes de seguir. – Estudiaba fisioterapia y estaba a punto de acabar la carrera. Trabajaba en un bar como camarera para pagar el alquiler y la carrera, y no me iba mal del todo… Hasta que a ese capullo – dijo, señalando a Bucher – le dio por jugar a las comanditas y se cargó el poco orden que había en esta casa de locos a la que llamamos España.
            -¡Tú qué demonios sabes de nada de lo que hablas! ¡No eres más que una niñata estúpida con miedo! ¡Mientras tu veías tu primera polla, yo estaba defendiéndote de amenazas internacionales, así que ten un poco de respeto hacia tus mayores! – Dijo Bucher alterado.
            -Ahí hay dos cosas que están mal. En primer lugar, tú no me has defendido de nada. Simplemente ibas detrás de lo que Bush os ordenaba a ti y a Aznar, porque por ti mismo eres incapaz de hacer un juicio de valor. – Dijo Claudia, complacida ante el estado furioso de Bucher. – Y en segundo lugar, eso no pasó mientra yo veía mi primer pene, porque yo soy…
            En ese momento Claudia se quedó en silencio, pensativa. Realmente estaba comenzando a sopesar la posibilidad de que hubiera desperdiciado su adolescencia y ahora estuviera desperdiciando su juventud. Una lágrima brotó de su mejilla, mientras por su cabeza pasaban un cúmulo de sensaciones. Y ninguna era buena. Recordó aquella vez que aquel chico en secundaria, Alejandro, le pidió salir delante de todas sus amigas, y ella se limitó a reirse y a decir que eso no pasaría ni en el mejor de sus sueños. Semanas más tarde pudo ver a ese chico besándose con una de sus mejores amigas, y recordó aquella sensación de impotencia y de amargura, como si le hubieran quitado aquello que tanto había querido. Y eso que Alejandro nunca fue nada suyo, por lo que desde ese momento se prometió a si misma que jamás se enamoraría de nadie, y por ello evitaba hablar con los chicos, y pasaba los ratos que no estaba trabajando o en clase, estudiando.
            -Me das pena. – dijo Bucher con toda la alegría que podía albergar en su ya demacrado ser. Y mientras a Claudia se le caían unas lágrimas más que era incapaz de contener, Bucher añadió: - Y eso es porque nadie en tu vida te ha querido. Y nadie lo va a hacer, porque disfrutas riéndote de los demás, con tus bromas y con tu manía de decirle constantemente a la gente lo que hace mal, ya sea intencionado o no. Te conozco desde hace poco, pero en este corto periodo de tiempo te he calado de lleno, y sé que tipo de persona eres, y eres realmente repugnante.
            Ramón y Verónica parecían haberse puesto de acuerdo, y miraban de forma inquisitiva al general, que parecía disfrutar con la escena, hasta que asimiló que lo que acababa de hacer era contraproducente para su plan de huida.
-Te… Te pido disculpas si te he ofendido, que visto lo visto, queda claro. Todavía nos queda un poco de tiempo aquí encerrados, y tenemos que convivir, así que te pido disculpas. Los demás no tienen la culpa de nuestras discusiones. Me arrepiento, de verdad…
-Tú no te has arrepentido en tu vida de nada. – Decía Claudia mientras se restregaba los ojos con las manos, debido al escozor que le producían las lágrimas. Pero es no aliviaba ese escozor. Al contrario, no hacía más que agravarlo. La suciedad que se había incrustado en su cuerpo tras tantos días sin darse una ducha, inflamaba a cada paso los globos oculares, creándose así un inicio de conjuntivitis que no podía acabar bien. Y al ver que aquello no la aliviaba, lloró de forma aún más amarga y desconsolada, sólo aliviada por el abrazo de su amiga Verónica, que había abandonado su posición en el círculo. – Tú nunca te arrepentirás del daño que estás causando. Me acusas a mí de ser una persona repugnante. ¿Te has mirado alguna vez a un espejo? Tratas a los demás como si fueran tus subordinados, ¡Y eres el rey sin corona de un país destruido! Te crees valiente, sólo porque entraste con los comepollas de tu escolta, y acabaste con toda la clase política de este país. ¡Eres tú el que da auténtico asco!
-¿Crees que esto lo he hecho por gusto? ¿Niña, sabes cuanto ganaba en mi sitio, dirigiendo las prácticas de los cadetes? Era un sueldo muy digno, yo no necesitaba meterme en este verengenal. Pero, si no lo hubiera hecho yo, ¿Quién lo hubiera hecho? Esto no es tan simple como todos os pensáis. La prensa amarillista de la que estáis todos tan orgullosos, os ha vendido esta guerra como una guerra entre falangistas y comunistas. ¿Estamos locos? ¡En mi vida he tolerado que se me llamase falangista! ¿Os creéis que esto sigue siendo 1939? ¡Volved a la puta realidad! La realidad es que una crisis económica estaba a punto de colapsar la economía occidental, y que entonces todos esos paises de los que nos hemos aprovechado durante tanto tiempo, se sublevarían, y perderíamos el poder. ¡Esa es la auténtica realidad del conflicto! ¡No es una lucha de clases! ¡No es una guerra entre la izquierda y la derecha! Es algo mucho más simple que todo eso. ¡Son ellos, o nosotros! Y me negaba a que los islamistas acabaran con nuestras libertades. Y, en vez de ser alabado por el pueblo, estoy aquí, escuchando las lamentaciones de una desesperada que necesita que le metan un rabo con urgencia. Esa es tu realidad. Y mientras los demás tratamos de mantener la compostura y de no alarmar a la cría, tú nos vienes con tus pataletas quinceañeras y cargas contra mí como tu objeto de desesperación. ¡No te culpo, todos lo han hecho! ¡Carlos me ha pegado! ¡Ramón no se fía de mí! ¡Me habéis atado a esta silla! Dadme una tregua, por Dios…

Ramón simplemente miró hacia otro lado.
Sabía que tenía razón en cada palabra que el general había dicho. Es cierto: nadie allí se hacía a la idea de la magnitud del conflicto que se estaba desarrollando posiblemente sobre sus cabezas, y mientras arriba estaba muriendo gente inocente, ellos estaban lamentándose allí dentro como ancianos a los que les quitan la pastilla en la seguridad social. Falso compadecimiento. La realidad es que cuando salieran de ese zulo, nadie se preocuparía por nadie. Verónica, Laura y Claudia se irían por su lado. Bucher se iría a reclamar su trono a dondequiera que estuviera pensando. Él no tenía un plan real de supervivencia tras esto. No había reparado en que esos 40 días de radiación se terminarían. Y ahora la realidad se topaba ante él y le ponía en su sitio. Y Carlos…
Ramón se acercó con rapidez a Carlos, y de un tirón le quitó el esparadrapo. Con el esparadrapo, se quedaron adheridos algunos pelos de la descuidada barba que le había salido al manitas. Tras un grito controlado por Carlos, Ramón le incorporó en el sillón, echando casi a las dos muchachas, y comenzó a interrogarle.
-¿Quién coño eres y dónde está tu familia?
-¿Estoy obligado a responderte? Me has tenido días con la venda en la cara… ¡Tenía menos derechos que ese capullo!
-Estabas alterado, y debía mantener la calma.
-¡A la mierda con la calma! Me desmayaste y me ataste. ¡Como a un animal! La realidad es que mientras estabas desmayado, comatoso, catatónico, ¡Yo que sé! La realidad es que YO mantuve el orden, capullo. YO até a ese imbécil a la silla, YO organicé las provisiones para que duraran el máximo tiempo posible, y YO tuve la idea de poner los desechos en bolsas. ¿Qué has hecho tú mientras has tomado el mando? ¡Ah, si! Nada. No has hecho nada. Te has limitado a observar y a callar. No eres un puto hombre de hielo. ¡En algún momento estallarás! ¡Estoy seguro de ello! Intentas mantener la calma, porque sabes que de un momento a otro este puto búnker se nos puede venir sobre las cabezas.
-Este búnker no se va a venir abajo, tú lo arreglaste. Yo te pagué por ello dejándote estar aquí. – Dijo Ramón, intentando ocultar el miedo que se acababa de instalar tras lo último dicho por Carlos. - Responde: ¿Quién eres?
-¿Quieres tu respuesta? No vas a parar hasta conseguirla, ¿Verdad? Mi nombre es Carlos Sánchez Goitisolo, y trabajaba como autónomo en una compañía de arreglos domésticos y de decoración de interiores. ¿Contento?
-¿Te crees que con eso nos basta? Antes de que todo se desatara, dijiste que tenías una familia. ¿Por qué no te fuiste con ellos? ¡Di la verdad!
-¿Queréis saber la verdad? ¡No tengo familia! Me lo inventé todo, porque no soporto la idea de morir sólo. La gente no quiere que sus hijos se junten con gente solitaria. Mis amigos se fueron casando poco a poco, y después vinieron los niños. Pronto me dieron la espalda, y yo me quedé sólo. ¡Tan sólo el trabajo me aliviaba! Pero al terminar la jornada, llegaba a casa, con un sentimiento de vacío interior que no llenaba nada. La muert de mi padre sólo agravó las cosas. Mi madre había fallecido años antes, y no tenía hermanos. ¡Estaba sólo! Y entonces llegaste tú, Ramón, y me diste una oportunidad. – Carlos se esforzaba por no mostrarse débil, pero a cada palabra que soltaba le costaba más contenerse. Le costaba mostrar esa faceta que había ocultado durante tiempo, y más ante personas que aún le resultaban extrañas. – Tú tenías un búnker, y yo podía arreglártelo. Si, era muy difícil que esto resistiera. ¡Pero era una posibilidad! ¡Y sigue siendo una posibilidad! Nos quedan doce días para salir de aquí, trece quizás, pero esto puede resistir. ¡Puede resistir! Pero también puede que no resista. Y sólo yo sé como arreglar esto. Suéltame.
-¿Estás diciendo que nos has mentido a todos porque tenías miedo de que la gente se diera cuenta de lo patética que era tu vida? – Dijo Bucher mientras levantaba un lado del labio superior, señal inequívoca del asco que le producía oir aquellas palabras. – Muchacho, en la mili te habrían enderezado, y te habrían quitado esas tonterías de la cabeza.
-No la hice cuando me tocaba. Mi generación fue de las últimas que la hizo, y yo me libré por pies planos.



Laurita dibujaba en el suelo, ajena a lo que pasaba a su alrededor. Carlos trataba de ocultar su rostro, por la vergüenza que le producía todo lo que acababa de pasar. Intentaba ocultar su cara bajo un cojín, o replegándose sobre si mismo, para que no le vieran llorar. Ramón se dirigió entonces a Bucher, y volvió a preguntarle, a pesar del miedo que le daba la información que el militar podía manejar.
-Bucher… Hay algo que siempre me he preguntado. ¿Era necesario que colgaras a mi amigo Pablo del techo?
-Mató a dos de mis hombres. El muy gilipollas buscaba dinero para gastárselo en droga. El tío no sabía que había estallado una guerra, y se movía por la calle dando tumbos. En ese momento mi subordinado y yo inspeccionábamos las calles del pueblo, en busca de algún sitio seguro donde pasar la noche. Mis tropas instalaron el campamento en un campo de fútbol. Todo en el más absoluto silencio, para que los vecinos que quedaban en la zona no se percatasen de nuestra invasión. Los estúpidos periodistas vendieron la ocupación como que queríamos tomar el Valle de los Caidos, exhumar a Franco y exhibirlo en cada batalla que libráramos. Los muy ignorantes pensaban que haríamos con Franco la que hicieron con el Cid cuando entraron en Valencia. ¡Hay que ser estúpido! Y allí estaba tu amigo Pablo, hebrio  e incapaz de articular más de dos palabras seguidas. Un soldado mío se acercó para pararle y preguntarle… Y la respuesta que obtuvo fue una puñalada en el corazón. Otro de mis soldados le disparó, pero él estaba usando a mi soldado como escudo humano. Después se metió en un callejón, y finalmente entró en tu casa. Nos sorprendió que estuviera vacía, pero eso nos facilitaba el rastreo de aquel asesino. Subimos al piso de arriba, y le vimos esconderse en un armario… Allí era blanco fácil. 5 de mis hombres le apuntaro, y yo pedí que saliera y le perdonaría la vida. Él salió, y yo le coloqué una soga en el cuello. Colocamos la cuerda en una sala grande del primer piso, y le ahorcamos. Pero algo salió mal. Hicimos demasiado ruido, y vosotros os disteis cuenta. Así que cuando os sentimos, nos ocultamos entre los arbustos, para ver qué o quién hacía el ruido. Y, menuda sorpresa cuando, de entre el césped de tu jardín, se abría una puerta, y salíais Carlos y tú.
Ramón no daba crédito a lo que oía. Sin embargo, seguía manteniendo ese temple que tanto le caracterizaba.
-Vistes el cuerpo de tu amigo. – Prosiguió el general – Y lejos de amedrentarte, fuiste a buscar al culpable. Y en ese momento… La niña. Me había olvidado por completo de la niña.
Los ojos de verónica se abrieron como si se tratara de la primera toma en blanco de un rollo de película. Un rollo de película es capaz de reproducir 24 fotogramas por segundo. ¿Te imaginas lo que puede ser en una película de duración media como El Club de la Lucha? ¿Sabes la cantidad de tiempo invertido en el resultado final de esa película? Brad Pitt, Edward Norton, David Fincher, Chuck Palahniuk… Todos han puesto su granito de arena, algunos en mayor medida de otros, y, sin embargo, ninguno de ellos hizo la reflexión del valioso tiempo que invertían en hacer esa adaptación del libro.
Pocos saben que el propio Palahniuk fue el encargado de los diálogos en la película. El excéntrico escritor no quería que esos chupasangres de Hollywood se cargaran su primera novela. En ese búnker, Bucher parecía pensar lo mismo: nadie se va a cargar mi película. Nadie se va a cargar mi historia. Cuando salga de aquí, vosotros seréis los malos, y entonces seré yo el que os dibuje pollas en la cara, u os deje maniatado días enteros pasando hambre. Entonces seré yo el que haga las preguntas.
Verónica se apartó rapidamente de Claudia, y, rápido como un rayo, la sonora bofetada de la mano de Verónica sobre la tez de Bucher sonó con una potencia que no recordaban desde el estruendo de la bomba. No se le asemejaba ni lo más mínimo, pero tras el estallido de la bomba, aquella bofetada había sido lo más fuerte que habían oido en todo este periodo. Bucher giró la cara a un lado por el impacto, y su cara esbozó una mueca de dolor mezclada con desprecio. Un desprecio que se había hecho cada vez mayor a cada vejación que le hacía alguno de los presentes. Ramón le había quitado las armas, Carlos le había maniatado, Claudia le había puesto de los nervios, y le había humillado pintándole falos en la cara, y ahora Verónica, la única que parecía normal, le aplanaba la cara con un tortazo y le provocaba una herida en el labio inferior. Bucher gesticuló una mueca que emitía una repulsión mayor que la anterior, y escupió justo al lado de las bolsas de desechos que se apilaban a sus espaldas. El escupitajo dejaba ver la saliva mezclada con la sangre de la herida. El general volvió a mirar a Verónica, sorprendida por la magnitud del golpe, y dijo:
-Llevo 20 días con bolsas llenas de mierda detrás de mí, y si piensas que esto me provoca algún tipo de humillación mayor que las que me habéis hecho entre todos, os equivocáis. Y, para que te quede claro, nosotros no le hicimos nada a tu hermana.
-Es verdad, Vero… - Se limitó a decir Laurita, sin despegar la mirada del dibujo. La niña comenzaba a ver como algo normal y cotidiano los golpes y la violencia verbal. Su inocencia se apagaba.
-¿Y por qué te la llevaste? – Dijo Verónica entre lágrimas que volvían a asomarse de sus irritados ojos.
-Porque aquel capullo… Raúl, se llamaba. ¿No?
-Si…
-Raúl iba directo a por ella. Tú le viste caer, pero no viste cómo sacaba de su bolsillo un cuchillo. Mis soldados le abatieron rapidamente, porque pensábamos que suponía una amenaza para nosotros. Pero cuando encontramos a aquella niña en el coche, envuelta en lágrimas y ropa sucia, entendimos que no éramos nosotros el objetivo. Y, con lo que dijiste hace unos días, no hiciste más que refutar mi teoría. El chico que murió por una puñalada de Pablo, acabó con tu novio el maltratador, sin que le temblara el pulso. Así es la guerra. Unos mueren, otros matan. Nos la queríamos llevar a un lugar seguro, y por eso buscábamos un sitio donde establecer el campamento. Y llegó Pablo.
-Y entonces fue cuando vimos a Laurita mirando el cadáver de Pablo… - Dijo Carlos aliviado por haberse resuelto la gran duda.
Verónica le preguntó a Laura si aquello era cierto, y la niña se limitó a decir que si. Que se había escapado de los militares cuando llegó aquel chico malo porque quería buscar a su hermana, porque no quería que le pasara lo mismo que a Raúl. Verónica rompió a llorar con una intensidad desmesurada, como el golpe que le había dado antes al general. Se abrazó lo más fuerte que pudo a su hermana, y comenzó a darla besos por toda la cara y por el cuello, mientras no dejaba de llorar, y dejaba escapar gemidos de alivio entre cada palabra entrecortada que conseguía decir. Su hermana, que no terminaba de entender la situación, se limitaba a reirse y a agitar el papel en el que había dibujado. Claudia atrapó el papel y comenzó a verlo, y al verlo comenzó a llorar también. Pero no era un llanto lleno de amargura, como el que había tenido minutos atrás. No, este era un llanto lleno de alegría y de felicidad. Lleno de esperanzas, de ternura y de cariño. Una Claudia hecha añicos por el amor enseñó a Carlos el dibujo, y finalmente a todos.
Aquel dibujo era una utopía, pero una utopía cargada de crítica a los adultos y a su modo de ver la vida. En el centro estaba Laura, cogida de la mano de su hermana y de Carlos, y a su alrededor, Bucher, Claudia y Ramón. Todos tenían la cara sonriente, y Claudia llevaba en sus manos un ramo de flores. El general llevaba su uniforme impoluto, y Ramón tenía una tripa muy disimulada. La idealización de los adultos fue lo que les conmovió. Un cielo azul resplandeciente, con un sol que llevaba puestas unas gafas de sol, en la esquina superior derecha. Iluminaba el prado en el que se encontraban, lleno de flores y de una hierba roja. El río azul culminaba aquella obra maestra.
Laurita comenzó a explicar el dibujo: quería que los mayores dejaran de discutir, y quería que juntos formaran una nueva familia. Decía que echaba de menos a sus padres, y que Verónica sería su hermana, porque teniéndola a ella no necesitaba una madre. Y Carlos estaba a su lado porque había dicho que tenía una hija de su edad, y porque contaba muy bien los cuentos, y porque sabía que le gustaba a su hermana. Verónica se ruborizó al oir aquello, y se puso roja como un tomate. Claudia y Bucher comenzaron a reir de forma descontrolada, una escena muy bella. Dos personas completamente enfrentadas reían por un motivo común: la inocencia que parecía desaparecida, ahora estaba en los corazones de todos más a flor de piel que nunca. Y eso era hermoso.
Era hermoso ver como aquella niña se había olvidado de todos los problemas que había allí dentro y continuaba manteniendo la inocencia de una niña de 5 años. Era hermoso ver como el tiempo, que tanto se nos escapa de las manos siempre, se paraba en ese preciso instante para mostrarnos una estampa digna de una postal navideña. Por un momento, el hacha de guerra se enterró en lo más profundo de sus corazones, y se olvidaron de todo lo que les rodeaba, para disfrutar del momento.
Es curioso lo circular del tiempo en el ser humano. Naces, creces, te reproduces, y mueres. Formas una familia, y esperas que tu sucesor forme su familia, y así continuamente. Te levantas, trabajas, vuelves a casa, cenas y te duermes. La rutina del tiempo, un esclavo que nos esclavizó. Pero aún hay esperanzas de poder vencer a ese gigante. Aún podemos ganarle la batalla al único Dios del que tenemos la certeza absoluta de que existe. Seguiremos creyendo en las utopías.