martes, 30 de octubre de 2012

In medias res: imitando a Chuck Palahniuk(parte III)

Dame tu fe, abrázame.
Llevo repitiendo estas cuatro palabras hacia mis adentros desde hace días. Quizá hayan pasado ya semanas. Por suerte, han dejado de experimentar conmigo. Los tubos de mis brazos han sido apartados, y están dejando que mis heridas cicatricen. Por suerte, cada vez me adapto mejor a mis prótesis inferiores, y ahora puedo dar pasos desacompasados. Por todo se comienza, supongo. Mi ombligo ya no rezuma pus, y comienzo a no echar de menos mi órgano reproductivo. Quizá me esté acostumbrando.
Los sueros disminuyen.
Cada vez hacen menos uso de ellos. Sin embargo, nadie ha sido capaz de explicarme qué demonios está pasando en mi cabeza. No tengo cerebro, pero nadie me da una solución a por qué les entiendo, y a por qué puedo pensar, soñar, sentir… y no morir.
Caos.
Mi cabeza se acostumbra a este tipo de situaciones como el bibliotecario a que traigan los libros con retraso. Joder, no quiero volver a los estados de sueño, ya no los necesito. Quisiera poder levantarme un día y decirle al capullo del FBI: “¡Eh! ¡Déjame irme! ¡No quiero dormir más!” Pero no, por mucho que mi cuerpo sienta la necesidad de huir, siempre estaré anclado a esta habitación sin ventanas. Ahora sueño…

Despierto. Un restaurante… No, un centro comercial. ¡Aquí pasaba yo mis horas muertas cuando era adolescente! Pantalones vaqueros, camisa verde a rayas, peinado repipi y uñas de manicura perfectamente alineadas. Cartera en los bolsillos, junto a las llaves, y en la otra pernera, mi teléfono móvil. Y frente a mí… Ella.
Quiero salir de aquí.
Vaqueros azules cortados de forma meticulosa a la altura de las rodillas, blusa azul celeste con tirantes, a juego con su diadema y con sus pendientes. Ojos castaños, pelo castaño con mechones pelirrojos, y unas pecas preciosas. No hay duda.
Me habla, y no presto demasiada atención, tratando de recordar cómo he podido llegar a esa situación. Vino a buscarme a casa, habíamos quedado para ver una película. Pero yo no estaba en casa, recién salía de clase, así que vino a buscarme a la parada de bus. Al bajar, se me quedó mirando esperando algún tipo de recompensa que no pude llegar a materializar por un pensamiento superior. Primera cagada. Primera oportunidad perdida.
Quiero salir de aquí.
Mientras andamos, se agarra con sus dos manos a mi brazo, y me dice lo contenta que estaba de haber quedado conmigo. Me susurra que lleva toda la semana esperando este momento, y que le apetece ir al cine. Hagamos realidad su deseo.
Mientras recuerdo esto, soy incapaz de prestar atención a lo que me dice en la mesa de aquel restaurante. Soy capaz de asimilar palabras cortas: instituto, naturales, matrices… Quiero pensar que habla de lo duro que debe ser su curso, pero para mis adentros me repito que no me importa.

Nos encontramos dentro del cine, viendo una de esas películas románticas anuladoras de todo rastro de personalidad feaciente. Contemplo impasible como Kate Hudson se pasea medio desnuda por la pantalla mientras Matt Damon lee uno de los titulares del New York Times. Mi mano tiembla. Nuestros dedos se entrecruzan timidamente y siento como mi corazón da un vuelco increible y vuelve a mi cavidad torácica. Me tiembla el cuerpo entero, y ella posa su cabeza en mi hombro.
La nada.
En mi cabeza se posa la nada. Permanezco inquieto como una lechuza en la noche, esperando el siguiente movimiento. Nuestras manos se entrecruzan esta vez con firmeza, y mis carrillos se vuelven colorados por momentos. Ella da un suspiro, e introduce en su boca otra palomita. Ahora Kate se encuentra en una agencia de abogados, resolviendo un caso de divorcio, y pasando del pobre Matt Damon que espera afuera empapado por la lluvia. Estoy cayendo en las garras de este subproducto de Hollywood. Pero ya no hay marcha atrás. Mi ética y mis principios se reducen a cero cuando oigo su aniñada risa. Al oir eso, los escritos de Hegel, Nietzche o Engels se vuelven mierda. Finalmente, nuestras miradas se entrecruzan, y el tiempo se para. Ya no importa la película. No importan esos intelectuales muertos. No importa el hecho de que esto sea un sueño inducido. No. Ahora, en este pequeño universo, sólo importamos ella y yo.
Un momento fugaz que se vuelve eterno. Y de repente, la nada.
Ella vuelve la vista a la película, y da un hondo suspiro. Segunda cagada. Segunda oportunidad perdida. Tan fácil que parece en la película, y lo complejo que se está volviendo en esta sala.
En mi cabeza resuena la famosa frase del escritor Alejandro Dumas: La vida es fascinante, sólo hay que mirarla a través de las gafas correctas. Y yo me he propuesto que, por muy corto que vaya a ser este sueño, voy a ser feliz.
La película acabó.

Y llego al estado inicial del sueño. Ella habla y parlotea y suelta palabras y dice cosas mientras recuerdo el recorrido hasta este preciso instante. Contemplo los fallos cometidos. Sopeso mis acciones y vuelvo a mirarla. Espera una respuesta, así que asiento y esbozo una tímida sonrisa. Estoy muy tenso y no sé por qué. Roberto Iniesta lo decía: “me mira, me droga, las fuerzas me abandonan”. Y es totalmente cierto. Nuestras manos vuelven a entrecruzarse y vuelve a jugar con su pelo. Sopla de forma sensual un mechón que queda colgando de su frente sin demasiado éxito. Yo me acerco, suelto una de mis manos y aparto el mechón muy despacio. Ella cierra los ojos, y, por fin, llega.
Ya no quiero salir de aquí.
Nuestras mejillas se vuelven del color de las manzanas golden, acojo sus hombros con mi brazo mientras noto como los pelos rubios y casi invisibles de su cuello se erizan con el contacto de mis labios. Poco a poco. Despacio. Y ahora, para dejarme llevar, cierro los ojos.

Abro los ojos.
Un hombre embutido en una bata me mira interesado. Por primera vez en mucho tiempo, no he soñado nada macabro, y está realmente sorprendido de mis progrsos. ¿Cómo cojones sabe lo que ha pasado? Me llama romántico. ¿Romántico yo? ¡Romántico el mamón que estudia historia, que tiene un blog en el que escribe historias que nadie lee! Ese sí que es el romántico, que nos aborda a todos con canciones y con poemas ridículos. Y luego tiene la poca decencia de presumir de filósofo materializando pensamientos estúpidos que podrían ser de un niño de 5 años. Ese es un romántico, no yo. Yo soy un enfermo, una persona con la cabeza más perturbada que jamás pisará esta habitación. Comete el error de soltarme.
Caos.
Mi cabeza se vuelve un caos. Intento volver la cabeza hacia atrás, pero está enganchada de forma férrea. Comienzo a asustarme y a patalear, haciendo que una de mis prótesis se descuelgue y comience a sangrar por el lugar donde antes estaba alojada una rodilla. Grito de dolor… o de placer, ya no los distingo. El hombre bateado toca con sus dedos mi herida, haciendo que un calambre recorra mi cuerpo. Después se lame los dedos. ¿Qué clase de enfermo es este tipo? Como si nada, se acerca a mi oido izquierdo, y me susurra al oido:
-Dame tu fe, abrázame.
Entro en parada cardio respiratoria.

martes, 23 de octubre de 2012

In medias Res I: imitando a Chuck Palahniuk(parte II)



Imaginen por un momento vuestro cuerpo desnudo sometido a una temperatura extrema, 40 º bajo cero, por ejemplo. Cierren los ojos y respiren hondo. Imaginen ese frío. Frío. Frío. Sientan como se entumece cada músculo de su putrefacto cuerpo consumista, y sientan como comienzan a perder extremidades debido a la congelación hasta que mueren. Así me siento yo en esta puta mesa de quirófano. Así me siento yo cada maldito día de mi vida. Así me siento yo desde que esas ratas trajeadas me atraparon.

Desde aquel día me tienen amarrado a una mesa de quirófano. Sin piernas, ni bazos. Sin cerebro, ni nada que se asemeje a un estómago. No duermo. No como. En los lugares donde se encontraban mis rodillas han colocado unas prótesis metálicas de lo más extrañas. En mis brazos hay dos tubos interconectados, supongo que para no perder más sangre de la cuenta. En el lugar donde antes tenía la polla, me han colocado una placa metálica. Me duele mucho. Hace unas horas de mi ombligo comenzó a salir una sustancia amarillenta parecida al pus y entré en parada cardiorrespiratoria. Sigo preguntándome cómo sin cerebro puedo formular esta serie de pensamientos cortos.

En ocasiones me inyectan sueros en el cuello, para que no me muera supongo. En ocasiones esos sueros me producen dolores indescriptibles. En ocasiones me producen placeres jamás vividos. Comienzo a preocuparme realmente del hecho de que en algún momento no llegue a distinguir entre el dolor o el placer. Pero eso no es lo peor. En ocasiones, esos sueros me indicen en un sueño profundo, del que no puedo despertar. Quizá no quiera despertar. Por muy macabro que sea el sueño, siempre es mejor que la realidad que me rodea. Mi realidad…

Despierto. Me encuentro tumbado, en un suelo arenisco, cerca de… Una plaza de toros. Me levanto, sacudo el polvo de mi chándal y comienzo a mover mis extremidades recién estrenadas. El poder de la mente, es capaz de asimilar tu realidad más cercana e incorporarla a experiencias anteriores. ¿He dicho mente?¿Olvidé recordar que me quitaron el puto cerebro? Vaya, ya estoy dentro de la plaza.

Desde dentro se ve todo muy… extraño, si, esa es la palabra. Una plaza de toros… cuadrada. Si me oyera cierto colega se pondría la máscara de MR.Crujidor y comenzaría a gritarle a cada anciano discapacitado al oido que probara las nuevas natillas. Si, cuadrada. Comienzo a pensar que tanto suero me está empezando a afectar, y que esto son meros delirios. La arena de la plaza está perfectamente dibujada, como si estuviera preparada para una corrida de Jesulín. Pero esta gente ha venido a los toros. Bueno… ¿Por qué no podemos combinar ambas?
Tubos.
La gente hace cola esperando su turno para la descarga.
Tubos.
En el otro extremo, en pendiente descendente, mujeres desnudas esperan la salida del ser de los efebos.
Tubos. Tubos, como mangas de pastelero, como los famosos guantes antiradiación que tienen en las centrales nucleares para apartar los residuos. Me imagino tocando el tubo, esa es la textua perfecta. El mejor deslizamiento para el ser. Para el ser de los humanos.
¡Oh!¡Querida postmodernidad arraigada en el pensamiento de estos individuos! ¡Oh, consumismo exacerbado que lleva a estos cabezas huecas a hacer cola(nunca mejor dicho) para tener una mínima alegría en sus insulsas vidas, vestidos con telas con cocodrilos o caballeros incrustados! ¡Oh, iluso de mí, por creerme el más hegeliano y renunciar a las posesiones materiales que por cultura nos son alienadas! Mi ser inconformista, auspiciado en el cuerpo de un simple mortal, condena la tauromaquia como el que más. Aunque no deja de ser gracioso el hecho de que el placer sexual se refugie dentro del templo de los conservadores. Dentro del templo de la sangre, de la violencia sin razón.
Tubos.
Finalmente, todo se reduce a tubos.
Como los tubos que conectan mis hombros.
El ser del primer extraño llega a la boca de la inconsciente.
Tubos.
Y, finalmente, reguljitan el final de nuestra pequeña muerte, para depositarlo en lo más profundo de su tráquea.

No hay sólo hombres. Mujeres, ancianos, incluso niños. Todos tal y como el creador más patético imaginable nos soltó en este mundo hostil. ¡A la mierda la teología ontológica! ¡Cabrón! ¡Lo has bordado! ¡Has creado a un ser lo suficientemente estúpido como para encariñarse con una prenda de vestir, y lo suficientemente estúpido como para descargar su furia sobre un tubo! Espero que estés orgulloso de tu mojón.
Niñas.
Hay niñas, jugando con tubos. Hablan a través de él, se ríen de la voz que les produce la distorsión del tubo. Niñas jugando con un tubo. No ven lo que sus hermanas mayores hacen con esos tubos con los que ellas hablan y escuchan. Yo no arrimaría esa oreja. No pongas el culo ahí, el pedo no va a sonar de forma diferente. No creo que ese tubo sea para mear, o quizá si… Depende de la mente enferma de cada uno. Un bukkake de voces y de escatologías de niñas de 11 años. Niñas vestidas jugando con tubos. Alguna podría intuir lo que se les va a venir encima. Pronto, esos niños inocentes que están colados por las preciosas pecas de aquella pelirroja de la faldita a cuadros, las recubrirán con la alienación que su padre le obligó a transmitir a través de ese tubo que se usaba en otros tiempos para recoger residuos.
Niñas.
Y tubos.
Supongo que ya se avisó cuando murió aquella chavala por culpa del monster: las bebidas espesas pueden producir la muerte.

Una plaza de toros cuadrada.
Tubos.
Niñas, y tubos.
Y suena la campana. Una rendija se abre. Y sale un toro. Sale un toro…
Si, durante mi corta vida me he dedicado a condenar la tauromaquia, pero jamás dije nada sobre la antropomaquia. Mi mandíbula está a punto de desencajarse por la ironía que supone la justa venganza del toro. Brazos, piernas, cocodrilos manchados con la sangre de su portador. Pierdo la voz, de la fuerza de mi carcajada. Las mujeres adosadas a los tubos siguen impasibles, mientras los toros poco a poco destruyen todo rastro de vida humana en las colas. La máxima degradación del ser humano se plasma. La total decadencia de la sociedad queda visualizada en un halo de vísceras, esperma e ironía. Dulce ironía. Seguro que si ahora mismo conservara la polla estaría eyaculando de placer… o de dolor.

Despierto. Una comitiva de hijos de puta a mi alrededor quiere hablar conmigo. A uno lo conozco, me trajo hasta aquí y se encarga personalmente de administrarme los sueros del sueño. Si pudiera levantarme…
La mujer de 8 brazos. ¡Ahí está! ¡Detrás de ese perro! ¡Sálvame, por favor! No… no puede ser… No veo su cara… Lo único que me daba esperanza se difumina. Su cara es una puta incógnita. La esperanza me abandona de nuevo. Mi única salida se convierte en mi delirio. En el delirio de la mujer incógnita. Cuando me desangraba en aquel acantilado en mi sueño, era lo más feliz que he llegado a sentirme. Esa autorrealización al ver como mis amigos eran felices, y ese sentimiento de impotencia cuando todo se desmoronó. Todos están muertos ahora. No lo tengo seguro, pero lo sé. Algo me da esa certeza. Mi cerebro desapareció, pero mantengo ese recuerdo. Muertos…
Caos.
Mujer, en aquel acantilado me lo pediste. Yo te di lo único que me quedaba de pureza. Ahora te pido que me lo devuelvas.
Dame tu fe, abrázame.

domingo, 14 de octubre de 2012

In Medias Res I: imitando a Chuck Palahniuk



-Cierra los ojos y relájate. Siente cómo todo a tu alrededor se vuelve neutro, tranquilo, inerte. Piensa en algún momento bonito de tu vida, y visualízalo como si lo estuvieras reviviendo. Cuando cuente hasta diez, te sumirás en un sueño profundo, que nos ayudará a indagar más a fondo en tu problema. Diez… Nueve… Ocho… Siete… Respira hondo…seis…cinco… Siente como el vacío se sume en tu alrededor…tres…dos…uno…

Y allí estaba yo, tumbado en aquel diván inerte, con ese extraño que se hacía llamar hipnotizador, con un montón de papeluchos a los que mentaba como diplomas en las paredes, con una foto de dos niños y una mujer que quiero pensar, era su familia y aquel suelo enmoquetado. Y, tras sumergirme en ese dichoso sueño forzado, vuelvo a la realidad. Mi realidad.
El futuro.
En este mundo tengo 22 años. Soy una persona medianamente feliz. Tengo un curro estable, una familia que, a pesar de los altibajos, se mantiene unida; unos amigos que me respetan y que me adoran en su presencia… Y a pesar de todo, siempre he añorado algo. Eso. Siempre me ha perseguido, como una gran losa que se posa en mi espalda y oprime mi caja torácica hasta reventarla en mil pedazos. Me veo, como en tercera persona, al borde de un acantilado. La muerte, a mi espalda, agarrándome del hombro e incitándome a saltar. Y en el horizonte… la nada. Nada.
Sólo un puñado de estrellas.
La nada.
Y de repente, la luz.

Quizá me esté precipitando a los hechos, y deba comenzar desde un… in medias res. Todo comenzo hará unos meses. En mi entorno realmente iba todo genial. Todos mis amigos eran felices, unos en mayor o menor medida. Estudiaban lo que querían, eran felices con sus parejas y alguno hasta podía permitirse el lujo de presumir de un trabajo. Yo no me quejaba, iba detrás de una chica y hacía progresos. Hasta que me dio por soñar… esto. Y a partir de ahí todo fue en declive. Mis amigos perdieron sus empleos, sus novias, otros se distanciaron… Y yo, harto de ver la inmovilidad de mi ser frente a aquella muchacha que me tenía encandilado, decidí cortar por lo sano. Ese sueño…
Llevo 3 meses viniendo a este hipnotizador, y no veo ningún tipo de avance. Por suerte, uno de mis amigos del gimnasio es amigo suyo, y me lo deja gratis. Aún así, me supone un engorro levantarme cada mañana y perder 2 horas de mi vida en… esto. Mierda, no sé quién está más enfermo, si él por dedicarse a esta tomadura de pelo o yo por necesitar este tipo de gilipolleces. Pero no me enrollo.

Me encuentro en una fiesta, con una copa de Red Bull con JB en mi mano, mientras suena ese rap coreano tan famoso. A mi alrededor, mis amigos, rememorando frases de Padre de Familia con unos porros y un barril de Heineken en la barra. Uno de mis amigos comienza a hacernos fotos y a sacarle información a otro amigo mío, hasta que confiesa: se metió una zanahoria por el culo cuando tenía 13 años, y después tuvo el valor de comérsela. Esta escena la revivo noche tras noche.
Comienzo a tener miedo de irme a dormir.
Y entonces, ella. Aparece una mujer de espaldas en la otra punta de la barra y, mientras mis amigos me arengan, me acerco a ella. Morena, rubia, pelirroja… cada noche tiene un peinado y un color diferente. Pero al girarse… La incógnita. Su puta cara es un signo de interrogación. Dios, por qué me haces esto?
Caos.
Mi cabeza se vuelve una maraña de pensamientos. ¿Dónde estoy?¿Dónde está la chica incógnita?¿Por qué suena Disturbed en mi cabeza, cuando estaba en un local dubstep? Todo cambia. Tras un fondo blanco, me encuentro ahí, en el precipicio, con las manos ensangrentadas y la ropa rasgada. Arrodillado, y sollozando. A mi lado, una pistola. Los he matado. A todos. Incluida la chica incógnita.
Todos.
Caos.
Y llega la muerte. Me mira, con sus ojos saltones llenos de malicia y miedo. El miedo que yo siento. Mi reflejo. Me aterroriza ver en lo que el sueño me ha convertido, así que aparto la mirada y miro al horizonte. Las estrellas. Y de repente, la nada. Caigo al precipicio, con las piedras afiladas. Y mientras me desangro, veo a lo lejor una explosión, como de bomba atómica, mientras unos aviones me rocían napalm. Pero no me muero. Y veo a lo lejos una mujer de ocho brazos, que me susurra al oido: dame tu fe, abrázame.

Abro los ojos.
El hipnotizador no está. A cambio, dos hombres armados hasta los dientes me apuntan con subfusiles de asalto. Al parecer, mi sueño desentraña mucho más de lo que quiere parecer. Una 3º Guerra Mundial, provocada por mí. Por mi deseo irrefrenable de causar el mal ajeno. Dicen que me van a observar, y que experimentarán con mi mente.
Caos.
Me sumo en un sueño de narcóticos y esterilizantes, y al despertar, encuentro mi cuerpo tullido en la camilla de un quirófano. Mi pierna izquierda está a medio cortar, y mis brazos han desaparecido, por el contrario, tengo dos tubos interconectados. Genial. Ahora soy una puta rata de laboratorio. Espero que al menos me hagáis una última mamada, lameculos yankees.
Me hacen mirar a una luz… y vuelvo a nacer. Dios santo… No recuerdo nada… Han borrado mi memoria… No me puedo ni mover sin un irrefrenable dolor, y mi cabeza se encuentra… vacía. Ante mis ojos pasa… Un cerebro. Qué cojones está pasando? ¿Por qué no he muerto? Un oficial se empeña en hablarme, pero no le entiendo… Cosas de quitarme el puto crebro, ¡Gilipollas! Pero… Detrás suya… Una incógnita. Ahí está… Ahí está la mujer incógnita. Lo que me lleva a pensar si realmente estoy despierto o no.
Caos.
Supongo que este es el precio que debo pagar… Por confiar en la raza humana…
Sólo espero que esa mujer de 8 brazos me salve la vida.

martes, 9 de octubre de 2012

20 de diciembre

Había conseguido salir. Una vez más el instinto de supervivencia que en tantas ocasiones había obligado a aplicar a sus subordinados le hacía salir de aquel agujero infernal en el que tantas otras veces había recluido a gente por delitos mucho menores que el suyo. A su cuenta se aplicaban condenas por enaltecimiento del terrorismo callejero, la lideración de un ejército indisciplinado sin licencia de armas y sin ninguna experiencia en el manejo de estas, destrucción de moviliario emblemático, como el congreso, el asesinato de 280 hombres de la cámara y de por lo menos medio millar de civiles, amén de todas las muertes cuantificadas que se achacaban a su causa. No tenía otra alternativa. Era eso o…

Tras ojear algunos informes en las mesas de los despachos, decidió salir afuera, donde la gente muere sin una razón justificada. Sabía que él había provocado todo el caos de alrededor, pero en ningún momento se le ocurrió la hecatombe que había acontecido. Agarró su fusil, comprobó la munición y decidió salir por la grieta que la explosión había provocado. Era hora de afrontar cara a cara a sus propios demonios.

Las calles estaban vacías. Un silencio se había apoderado de todo Madrid, unicamente interrumpido por el sonido de los cascotes de los edicifios en ruinas chocando contra las aceras. Los coches estaban calcinados, los cadáveres descuartizados se repartían entre las ruinas mientras que las ratas y los buitres hacían el resto. Algunos llantos de niños eran rapidamente silenciados con plomo. La situación se le había ido de las manos a todos. Mirar al cielo suponía mirar una nube de cenizas permanente que no hacía el ademán de moverse, por lo que el aire estaba muy contaminado… Pero eso ya daba igual. Ni el frío típico de diciembre ni las dificultades respiratorias iban a suponerle un problema a la persona que destruyó medio planeta con sus acciones.

Tras recorrer varias calles con un ritmo apesadumbrado, llegó a la plaza del gran reloj, donde había ajusticiado a tantos insurgentes. Todavía se podían contemplar pilas de cadáveres ardiendo y algunos perros peleándose por el brazo de algún niño. La mítica torre del reloj estaba derruida en medio de la plaza, formando un socabón que permitía ver no sin dificultad las instalaciones del metro y de tren. El general contemplaba impávido todo a su alrededor, pero seguía buscando algo que no lograba encontrar.

Tanto Pasqual como Minerva se lo habían avisado. Parecía que todos eran conscientes de la situación menos él. Hasta Verónica se lo había llegado a reprochar en tantas ocasiones… La única mujer a la que había llegado a querer como suya le había abandonado a su suerte en un caos que él mismo había provocado. Nunca había mostrado un síntoma de afecto hacia él, siempre le había considerado una sanguijuela más dentro del cuerpo militar con ansias de gloria y de poder. No la faltaba razón. Quizá ahora, después de tantos años mostrándose fuerte frente a las adversidades, era el momento de derrumbarse y llorar como un niño, el niño que nunca pudo ser. Pero una vez más, nadie iba a estar ahí para consolarle.

Los gritos de desesperación y los llantos del general podían oirse lejos, entre las explosiones y los disparos. Los perros aullaban entre mordisco y mordisco, y los cuervos dejaban de picotear los ojos para contemplar al dirigente caido. Se hacía de noche, y el frío era cada vez más terrible. A través de sus rasgadas vestiduras se colaba el aire que le hacía estremecerse y temblar. Comenzó a asumir que había llegado su hora aquel 20 de diciembre. Se colocó de rodillas y comenzó a secarse las lágrimas mientras recitaba unos versos…

El Señor es mi pastor, nada me falta.
En prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo.
El silencio volvió a apoderarse de su entorno. Ya había hecho todo lo posible. Ya era hora de poner fin a todo esto. Soltó su subfusil y lo dejó a su lado. Sacó de su bolsillo la libreta que Laurita le había regalado y el bolígrafo que le había robado a aquella invidente, y escribió unas palabras.

“Nunca verás el cielo otra vez…
Mientras pienses que no hay cielo…
Nadie aleja lo que ya no ves…
Sal de aquí y emprende el vuelo…
Huye lejos…

Y nunca hallarás, un lugar en paz
Y nunca hallarás un lugar sin miedo
Sabes que el final ya te llegará
Y nunca hallarás un lugar sin fuego
Duerme…
Ahora echo de menos el tiempo
Que tiré por no verte sufrir
El triste pasado se hunde con tiento

Reconozco que en estas cuatro paredes
He olvidado mis principios más inverbes
Mientras me dejé caer entre tus redes…

Y no me deja respirar
La ansiedad de un mundo que se derrumba
De un mundo que me agota
Tal vez te alejaste a tiempo
Tal vez tu puñalada fue a tiempo

Reconozco que en estas cuatro paredes
He olvidado mis principios más inverbes
Mientras me dejé caer entre tus redes…
Ya no tengo a nadie, que me ordene
Sales afuera, donde la gente se muere
Ahí la gente no se mueve…

Ahora tarareas el himno de la mierda
El himno que provocó toda esta miseria
Puedo acabar con esto, pero querría
Demostrar que no quise la guerra…

Y que puedo acabar con ella.

Nunca verás el cielo otra vez…
Mientras pienses que no hay cielo…
Nadie aleja lo que ya no ves…
Sal de aquí y emprende el vuelo…
Huye lejos…

Aún a sabiendas de que estas palabras jamás serán leidas, guardo la esperanza de que mi auto ajusticiamiento ayude a demostrar que jamás quise llegar con mis actos a tales extremos de barbarie y destrucción. Olvidar todo lo efectuado y crear una nueva sociedad será difícil, pero confío en que los seres del mañana que poblen la Tierra vivan en armonía y paz. Mañana, cuando el mundo sea consumido por las llamas, habrá llegado el fin de la raza más inútil que la Madre Naturaleza pudo crear. Una raza que se autodestruye, una raza que se retroalimenta de miembros más débiles de su propia estirpe. Porque todo esto lo provocamos por las ansias de un poder ficticio, sin darnos cuenta de que en ningún momento fuimos dueños de nuestros actos, de que en ningún momento éramos conscientes de que estábamos siendo utilizados por aquellos a los que consiferamos siempre como superiores. Adoramos a falsos ídolos, para evadirnos de que lo que nos rodeaba era una cadena de infortunios planeados por la deidad para guiarnos por un camino que siempre consideramos el correcto. Ahora ya no me queda nada. Ahora ya no creo nada.”

El anticristo perece…