-Dame tu fe, abrázame.
Una voz de ultratumba resonó en
toda la sala, mientras la leña que se encontraba en la chimenea volvía a
encenderse. El editor comenzó a acercarse al fuego, para calentarse, pero
Tobías se mantuvo en su lugar. Tobías comenzó a sonreir de forma sarcástica,
mientras los últimos rescoldos de la voz desaparecían. Alberto buscaba por
todos lados la voz, sin encontrar un objetivo aparente. Su rostro estaba
desencajado en una expresión de pánico digna del mejor cuadro de Zdzislaw Beksinski.
-Hoy los dos comprenderéis
vuestra misión.
La voz de ultratumba volvió a
resonar en toda la sala, mientras un ruido ensordecedor hacía crujir las vigas
de madera de la casa. Unas virutas comenzaban a caer del techo poco a poco,
mientras que los ceniceros y los jarrones terminaban por caer de las mesas.
-¿Mi misión? – Preguntó asustado
Alberto, que no se separaba de la chimenea.
-Alberto, el miedo que tienes
pronto se esfumará. Tan sólo tienes que creer.
-¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién
eres?
-En su momento fui un siervo fiel
de aquel al que vosotros llamáis Dios. Pero cuando salí de mi ceguera, era
demasiado tarde para enmendar nuestro error.
-¿Nuestro?
-La raza humana ha vivido
entregada a Dioses que siempre consideraron perfectos. Y no lo eran. El miedo a
que los sacerdotes lo perdieran todo cuando Ellos nos abandonaron provocó la
idolatría a seres falsos.
-¿Quiénes son ellos?
Tobías permanecía inmóvil,
escuchando atentamente lo que Ántimo tenía que decir. A él todo esto le
comenzaba a resultar extrañamente familiar.
-Para entender lo que os debo
decir debéis olvidar todas las teorías que os han enseñado. Debéis olvidar el creacionismo,
y debéis olvidar el evolucionismo. Del lugar de donde vienen la razón está un
nivel por encima de la ontología que hemos tratado durante todo este tiempo.
Hubo un tiempo en el que Ellos gobernaban la Tierra, convirtiéndonos en aquello
que siempre desearon ser. Su civilización acabó abocada a la destrucción por la
frivolidad y por la frialdad que mostraron… Y su planeta fue destruido.
-¿Su planeta? ¿Estás hablando de
extraterrestres?
-¿Todavía creéis que nosotros,
unos simples humanos, somos los únicos habitantes con uso de razón en todo el
universo? Ese es el gran problema de la raza humana, y por la cual será
destruida. Nuestro egoismo hedonista nos condenó a todos. En el momento en el
que osamos probar el fruto prohibido nuestra soberbia hacia nuestros padres se
convirtió en nuestra espada de Damocles. El momento en el que bajaron aquellos
soldados del caballo de madera, afloró en nosotros la necesidad del engaño y
del fraude. El momento en el que dimos más valor a lo material que a lo
espiritual condenamos a nuestros hijos. Ellos están defraudados por el
comportamiento de su creación. Y por ello acabarán con todo. El miedo que
sientes ahora se esfumará, pero antes debes comprender algo.
De la nada, el fuego de la
chimenea se elevó por el aire, y formó en el techo unos números:
21122012
Ántimo decidió en ese momento
colocarse delante de un espejo, del cual brotó su reflejo. Tan angustiado como
la última vez que vivió. Tan asustado como en aquel exorcismo. Tan demacrado
por las vejaciones. El iris de sus ojos era de un color gris mortecino del cual
no emanaba nada confiable. Las arrugas marcadas en su rostro, unidas a las
manchas que deja la senectud, hacían una imagen inquieta y grotesca. Sin duda,
algo importante tenía que mover a Ántimo para haber vuelto.
-Su mundo – Continuó Ántimo
mientras Alberto se acercaba al espejo – fue destruido de una forma cruel. Ni
siquiera ellos eran independientes a otros seres. Y su rebelión y traición provocó
todo esto. Su planeta fue destruido en mil pedazos, que aún hoy son
observables. Todo lo que tenían se esfumó, y sólo sobrevivieron unos cuentos.
Ellos no querían morir, por lo que probaron lo que aquí hemos llamado siempre
el elixir de la eterna juventud. Pero una vida sin sentimientos y sin amor es
una vida vacía, y por ello se arrepienten aún hoy en día de haber probado ese
elixir. Por ello depositaron a sus hijos en La Tierra, y les enseñaron a
valerse por sí mismos. Querían saber qué era lo que pasaba si se partía de
cero, si no había conciencia del pasado. Y afloraron los instintos animales.
-No lo entiendo. – Ántimo posó su
mirada en Alberto, cada vez más congestionada por el terror que le suponían
aquellas palabras. Se negaba a creer en todo aquello como una solución viable.
-¿Crees que Adán y Eva existieron
realmente? No estoy aquí para cuestionar eso, pero sé que ahí empezó todo. Y
todo debe acabar ahí. Ellos llegaron a un planeta que tenían pensado colonizar,
pero tras la destrucción del suyo, se vieron obligados a reemprender su
civilización en este. Y nosotros, egocéntricos, la llamamos La Tierra. Ilusos…
Tobías se levantó, finalmente, no
sin la ayuda del brazo de aquel rasgado sillón. Se acercó a Alberto, y se
agarró a su brazo, con firmeza, pero a la vez con debilidad. Alberto le agarró
del brazo con la otra mano, y le sirvió de punto de apoyo durante unos minutos,
que para él se hicieron eternos. Pero, poco a poco, la oscuridad de la
habitación comenzó a disiparse. De forma tenue, la luz iba entrando en la
habitación, conforme las ideas ganaban fuerza en su cabeza. Conforme los nuevos
conocimientos se iban asentando y ganando credibilidad en sus concepciones más
primitivas y arraigadas. Sólo en ese momento, cuando aceptara esa teoría como cierta,
la luz se iría. Al ver Ántimo a Tobías, su rostro fue sometido a un cambio
radical. Parecía rejuvenecer, tanto que las manchas y las arrugas de la edad
desaparecieron de inmediato. El pelo volvió a aflorar de la cabeza de aquél
arzobispo muerto hace mucho, y su boca esbozó una mueca que parecía una
sonrisa.
-Tobías, pensé que te quedarías
ahí toda la vida.
-Ganas no me faltaban, Ántimo,
ganas no me han faltado…
La voz de Ántimo seguía siendo
tan potente como antes, a pesar de ese cambio radical en el rostro. Algo no iba
bien.
Pero no iba a pararse ahora en
ello. Álberto quería muchas más respuestas de las que había recibido. De golpe
y porrazo, toda su existencia resultaba vana y falsa. Era reticente a aceptar
aquello como se lo contaba Ántimo, pero si dudaba de él, ¿Por qué no de todos
los teólogos, historiadores, filósofos, arqueólogos y políticos que había leido
durante tantas y tantas ediciones? Su pensamiento iba más allá: ¿Por qué no
tomar a sus propios padres como mentirosos? Si aquella teoría era cierta, toda
la humanidad había vivido engañada durante miles de años, y lo peor es que era
por culpa suya.
-Durante mucho tiempo, Ellos
convivieron con nosotros. Vieron el desarrollo de unos homínidos, y sin
intervenir de forma exagerada en ellos, comenzaron a mostrarles el camino. Les
enseñaron a ser bípedos, a hacer lascas, a manipular la madera, y la piedra.
Aquellos homínidos sólo eran animales, pero Ellos comenzaron a domesticarles,
para hacerles a su imagen y semejanza. Aquellos homínidos tardaron en aprender,
pero con el tiempo, su capacidad de comprensión y su agudeza se desarrollron de
forma más rápida. Ellos les mostraron el fuego, y aquello supuso una auténtica
revolución.
-Eso no puede ser. – Inquirió
Alberto, impaciente.
-¿Tienes pruebas de lo contrario?
-No hay restos de Ellos que
confirmen tu teoría. – Alberto esbozó una sonrisa triunfante, pensando que su
argumento era completamente irrefutable, pero no era así.
-Estás rodeado de ellos.
La cara de Alberto volvió a
cambiar a un tono que dejaba entrever la oscuridad y la confusión en la que se
encontraba. ¡Aquello era imposible!
-El homo Sapiens desciende del
homo erectus. Debería haber un eslabón en medio, que justificara el salto
cuantitativo entre una especie y otra. – Sugirió Tobías, a pesar de que conocía
muy bien la respuesta. Una respuesta que aterraría a cualquier prehistoriador.
-Y tampoco hay restos, ¿Verdad? –
El tono de Ántimo dejaba entrever el desafío al que estaba sometiendo a
Alberto.
-De ser así, ¿Eso justifica la
locura que estás defendiendo?
-Ellos usaron sus conocimientos
para convertirnos en lo que somos. Nos diferenciaron de los animales. Pero hubo
un error. Alguien nos dotó de algo que no debía.
-¿El qué?
-La razón y los sentimientos.
-No lo entiendo. ¡Ellos eran
fríos y neutros! ¡No querían convertirnos en algo como ellos, sino mejorarse
con otra especie!
-Y con ello nos volvieron a
condenar. Ningún ser humano debería pasar por el desengaño amoroso, o por el
dolor que supone perder a un ser querido. – Tobías lo dijo con la solemnidad
que le ofrecía su ya envejecido cuerpo. – Y sin embargo, lo sufrimos. Aquel que
lo hizo, nos dio la capacidad de ser felices, pero también nos dio la carga de
sufrir pena. Y nuestro cuerpo es débil, y nuestra mente está imperfecta, y
dormida.
-El ser humano tan sólo usa un 5%
de su capacidad derebral. – Dijo Ántimo. – Y el resto está dormido. Y está
dormido aposta. Es por ello que no me crees.
La oscuridad de la habitación
desapareció de golpe. Las persianas parecían no haberse bajado nunca, y de los
cristales volvió a aparecer la luz del sol del mediodía. Todo parecía en su
sitio. Los jarrones estaban igual que hace una hora, como si no se hubieran
caido. El fuego de la chimenea había desaparecido. Aquel sillón seguía tan
magullado como siempre. Y sobre la mesa se situaba La Constitución de la
Anarquía. Cuando Tobías y Alberto miraron al espejo, Ántimo ya no estaba. Pero
ellos notaban su presencia en la sala.
Con la ayuda de Alberto, Tobías
volvió a sentarse en ese sillón, mientras Alberto hizo lo propio en el sofá
contiguo, sin perder de vista aquel condenado libro. De pronto, aquel libro
dejo de darles tanto miedo.
-Ese libro es la prueba de todo
lo que os he dicho. – Ántimo volvía a hablar, pero esta vez, su voz no
inspiraba pavor, sino confianza y paz. – Represena todos los miedos que están
en vuestra mente. Cuando Ellos vinieron a por mí, liberaron mi mente, y pude
usar toda mi capacidad, al igual que Ellos. Por ello escribí este libro, porque
una vez fui humano, y porque conozco los miedos y las limitaciones de un solo
hombre. Ese libro es el miedo del humilde, y la fuerza del orgulloso. Aquel que
sea ambicioso, verá lo plasmado, verá sus miedos, y los usará en su beneficio.
Porque ese libro te dice cómo debes vencer a ese miedo. Por ello se llama La
Constitución de la Anarquía. Hace que liberes la mente de tus miedos, te vuelve
completamente libre. No entendáis por anarquía lo que os han enseñado, porque
la propia naturaleza del ser humano hace que eso sea imposible. Pensad que la
anarquía sólo puede residir en la mente, y en el corazón. Ese libro te hace
libre intelectualmente, y por eso da tanto miedo. Son tus miedos los que te
impulsan a vencerles, y con esa victoria te vuelves poderoso, y te hace caer en
la soberbia. El hombre no puede permitirse leer ese libro, porque significaría
el fin de la raza humana.
-Si… Imaginad a todos los hombres
con su soberbia y su orgullo siempre a la luz. Sería imposible la convivencia.
– Dijo Alberto, mientras abría una página al azar. Pero ahora, ese libro estaba
en blanco. Ya no había nada. - ¿Cómo puede ser esto?
-Porque ese libro nunca contuvo
nada. Sólo lo que tu mente quería que vieses. Por eso estamos aquí. Tobías lo
descubrió y vio en ello una amenaza. Tú pensaste igual. Y ahora no lo veis como
tal, sino como el siguiente paso de la evolución humana. El problema es que
nuestro uso de razón nos hace egocéntricos. Nos creemos más que nadie, y eso
hace que ese libro sea un arma en contra de los demás. Por ello, ese libro no
puede caer en manos inciertas.
-¿Entonces, por qué nos lo has
dado? – Preguntó Alberto, inocente como un niño.
-Porque vuestro fin está cerca,
sea como sea, y sólo así podréis intentar hacer algo por salvar al resto.
-¿Y si nos negamos?
-Negáos si os atrevéis, y Ellos
vendrán a por vosotros. Ellos ya están aquí, en La Tierra. Ellos me han traido
aquí. Estoy cumpliendo una misión, y ellos están cumpliendo otra ahora mismo.
Hay un hombre con el que están experimentando. Están haciendo cosas atroces con
él. Por ejemplo, han manipulado su mente, haciéndole totalmente dependiente a
una máquina. Pero además, han sustituido sus extremidades por armas. Él será el
arma de mañana, y Ellos estarán ahora mismo con él, para hacerle reaccionar.
-Pero si tienen su mente
manipulada, ¿Cómo van a hacerle entrar en razón?
-Ellos forman parte de la misión.
Tanto Tobías como Alberto se
miraron con el gesto más sorprendido que pudieron esbozar. Era una pregunta
obligada.
-¿Cómo pueden permitir dejar que
un hombre sufra de esa manera? – Tobías fue el que se atrevió.
-Todos necesitamos un mártir.
Vosotros asesinásteis al suyo hace 2000 años.
-¿Jesucristo era uno de Ellos? –
Gritó Alberto.
-En cierto modo. Si y no. Era el
siguiente paso en la evolución humana, pero no era uno de ellos. Pero da igual,
esa oportunidad la perdimos, ya está muerto. El caso es que ese hombre será
nuestra arma contra aquellos que le hacen daño. Es la Misión Sin Nombre. Y esta
conversación forma parte de ella.
-Nosotros custodiaremos el libro,
pero… ¿Qué ganamos con ello? – Alberto se arrepintió al instante de hacer la
pregunta.
-Es por esto por lo que estáis
condenados. Uno de vosotros morirá mañana. El otro será el líder de la
revolución que salvará al ser humano. Y se salvará por sus acciones. Nos tenéis
de vuestra parte.
-Ántimo necesita un cuerpo, y yo
me he ofrecido voluntario.
Tobías se echó a llorar.