viernes, 2 de noviembre de 2012

Sin Nombre. Capítulo II



Unos minutos habían pasado tan sólo desde que Verónica había recuperado el sentido tras el aparatoso accidente de coche. Un duro golpe, del cual se habían recuperado, burlando a la muerte in extremis, a pesar de que siempre nos observa. Ramón y Carlos se mostraban preocupados por el estado de la joven, porque había algo que no terminaba de convencerles de todo. En especial Ramón era más escéptico. Pensaba que estaba metiendo en su refugio a un individuo desconocido al que le debía dinero y a una vecina que, a pesar de haber causado jaleo en ocasiones, se comportaba al fin y al cabo como una buena vecina. Pero aún así, había hablado de su hermana pequeña… ¿Cómo la había podido abandonar?¿Y si estaba muerta? Había muchas preguntas que a Ramón le inquietaban, y probablemente preguntar no sería una buena decisión. Quizá la niña había muerto en algún altercado desde el aeropuerto y a Verónica no le había quedado más remedio que huir. Para Carlos la situación no era tan diferente. Verónica le parecía una buena chica, pero… ¿Y Ramón?¿Quién en su sano juicio se hace un búnker en el jardín?¿Por qué deja entrar a desconocidos en el refugio?¿Y por qué tenía una habitación cerrada con candado? Muchas preguntas y pocas respuestas, pensaba él, que llegarían.

Al llegar a la casa de Verónica vieron un paisaje no menos desolador que el de alrededor. En el garaje se encontraba un coche atravesado de mala manera, impidiendo la entrada o salida de allí. Varias de las ventanas se encontraban rotas, y las flores que había en el jardín habían sido arrancadas y en otros casos pisoteadas. El porche de la casa tenía un descontrol que, sin embargo, era la tónica de alrededor. La mesa de madera estaba partida en dos, y las sillas habían volado por todo el jardín. La puerta estaba cerrada. Parecía que ya alguien había estado allí, buscando algo que parecía que no había encontrado. Verónica decidió hacer entrar a los otros dos en casa. Algo que llamó la atención de los tres era que la puerta no había sido forzada, por lo que alguien había abierto desde dentro en caso de robo.

- voy a mi habitación. Esperadme. – Dijo Verónica algo asustada.
- voy a la cocina a beber un poco de agua si no te importa. – Inquería Carlos.
- tranquilo, estás en tu casa.

Ramón se quedó en el vestíbulo contemplando las fotos. Le llamó la atención una en la que Verónica estaba con un antiguo novio en Paris. La estatua de la libertad, tan suntuosa y esbelta. Uno de otros tantos desafíos del ser humano a la deidad. Carlos volvió corriendo.

- Ramón, no te alarmes, pero hay un cadaver en la cocina.
-¡¿Qué?!
- Habla bajo, no alarmes a la chica.
- Quédate aquí, y no la dejes acercarse bajo ningún concepto a la cocina.

Ramón fue a la cocina, atravesando el comedor, repleto de fotos de las compañeras de piso, de distintos familiares; y vio el cadaver. Probablemente sería una de las amigas de Verónica, pero no lo sabía, porque estaba bocabajo. Ramón la dio la vuelta con un pie y contempló una pistola, y un disparo en la cabeza. Un disparo en la cabeza. Tantas veces que el cristianismo nos ha obligado a creer que el suicidio es una forma más de pecado, y sin embargo, una joven decide acabar con su vida por miedo a las represalias de la gente de fuera. La sociedad en decadencia. El caos de alrededor. Una sóla persona, una sóla persona había sido capaz de provocar esto. Y ahora estaba desaparecida.

Ramón se acercó a la pila y como si nada bebió un vaso de agua, mientras contemplaba el cadaver. Agarró la pistola y la puso el seguro, y la guardó en un bolsillo.
Comenzó a oir unos llantos interrumpidos, muy bajitos.
Ramón se agachó y miró debajo de la mesa. Había otra chica. Él la conocía, se trataba de Claudia, una de las chicas que vivía en la casa. Ramón intentó tranquilizarla diciendo que no la iba a hacer daño, y finalmente consiguó sacarla de debajo de la mesa.
-Dime… que ha pasado…
-Ella… ella…
-Habla bajo… Vero está arriba…
-Rosa vino con una pistola, después de lo del anuncio de la H3Z…
-Bien, sigue. Qué pasó después?
-Después nos dijo a Paula y a mi que nos suicidáramos con ella, y comenzamos a forcejear para quitarla la pistola… y… se disparó! No lo hicimos adrede, queríamos…
-Nos estamos volviendo locos por momentos. Esto es un caos. La gente está perdiendo la poca humanidad que le quedaba. Escúchame, yo te creo. Pero debemos mantener la calma. De momento lo único que puedes hacer es refugiarte en mi búnker, por si lanzan la bomba antes de lo previsto. Ven conmigo.

Ambos fueron al vestíbulo, y se juntaron con Carlos. Comenzaron a hablar en bajito, para que Verónica no les oyera. Finalmente Verónica bajó. Al ver a Claudia las dos se abrazaron y rompieron a llorar, mientras Carlos abría la puerta de la casa y salían. Al llegar al refugio Ramón introducía la clave de seguridad y dormían, ya dentro del cobertizo.
Ramón seguía sin poder dormir.
Se colocó la radio bajita y se sentó a escuchar en una mesa. Buscaba diales, pero ninguna cadena informaba, sólo mantenían su tono alarmista, y ponían canciones que en ese momento no le gustaría a nadie escuchar. España estaba en plena Guerra Civil, y Cadena 100 seguía emitiendo la misma basura de siempre, y Ramón no hacía más que pensar en lo que había visto. Esa chica tan joven… ¿qué debió pasar por su cabeza para intentar suicidarse? Ninguna razón justificaría el suicidio. Si, él acababa de matar a decenas de inocentes pasándolas por encima con una furgoneta, pero era su instinto de supervivencia el que lo había hecho, y, además, si no lo hacía él, lo haría la bomba. Por tanto, tenía la mente muy tranquila en ese aspecto. The Replacements, sonando. Left to the Dial, en un esfuerzo más de este pais por mostrar la cara más irónica en los momentos cumbre. Hace unas horas Ramón había matado a decenas de personas atropellándolas. Si la bomba no estallaba, estaba en un buen lío. Ni tan siquiera el búnker le garantizaba la supervivencia. Caos.
Eran las 4 de la madrugada, cuando Verónica se levantaba a por un poco de agua, y vio a Ramón escuchando la radio. Al verla, Ramón apagó el aparato de forma instantánea.

-Dicen algo en la radio?
-Nada… no dicen nada…
Silencio.
-Escucha, creo que debes saber que la persona que has visto al volante no era yo realmente…
-No te preocupes. Yo no habría hecho lo mismo, pero querías salvar tu vida. No era el momento de pensar. Pero la próxima vez, cuando haya que bajar una colina, hazlo con más delicadeza, je, je.
-Lo intentaré. Sabes… debemos estar contentos, vamos a sobrevivir. Alegra esa cara… si, hemos perdido conocidos, pero probablemente nosotros seamos los únicos en kilómetros que sigan viviendo tras la explosión.
-De qué hablabais antes? Os he visto cuchichear a Claudia, Carlos y tú en el vestíbulo antes.
-Mañana… mañana te lo diremos todo. Ahora vete a dormir.
-Sólo una cosa más… después de la explosión… ¿qué? ¿Qué vamos a hacer?
-Pues… en primer lugar mantener la calma, racionar las provisiones hasta que la radiactividad desaparezca. Y después… Después intentaremos hacer vida normal, o buscar a nuestros compañeros y amigos. Supongo que para vosotros una alternativa sería ir a Galicia, donde las tropas estadounidenses deben estar dando instrucciones a la población.
-Vida normal… ¿Sabes la de gente que va a morir?
-Si, y sé que esto no es justo, pero nosotros no hemos decidido esto. Sólo somos una pieza más en el engranaje de la sociedad más corrupta que haya existido en la faz de la Tierra. Sólo somos peones. Pero somos los peones que edificarán una nueva sociedad. Los peones sobre los que se levantará la sociedad del mañana. Y no permitiremos que nada de esto vuelva a ocurrir.

Verónica se iba a dormir. Nunca más volvería a ver a Ramón con los mismos ojos.

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