Una voz dulce y melodiosa resuena en mi cabeza. Una voz que
me susurra: ven, bésame. Una voz que me pide desatarme de todo esto que me
consume poco a poco. Estos grilletes en forma de prótesis de metal. A mi
alrededor ya no hay tubos.
Han pasado 7 meses desde mi último sueño. Desde entonces, no
he vuelto a tener pesadillas. Sólo me he concentrado en mi adiestramiento.
Supuse que cuanto antes empezara antes me soltarían. Me equivoqué.
De mis piernas se disparan balas, cañones y gas. El caos que
provoco en la sala de tiro es tal que el agente McDaniels me felicita a cada
cañonazo acertado en diana. Ni siquiera Igor se atreve a acercarse. Supongo que
al recubrirme de forma semicompleta por metal ya no me encuentra atractivo. Ya
no sueño.
Y lo peor es que no me preocupa.
Miro a mi alrededor y ya no veo caras de miedo. Veo gente
que me felicita por mi trabajo, por mi recuperación tan rápida a las torturas a
las que me han sometido. Dicen ser mis amigos. Dicen ser mi familia. No. Mi
familia me maltrataba, me humillaba, pero no iba bateada. Mi familia me
ignoraba. Aquí no puedo dar un paso sin que dos científicos tomen notas. Es
frustrante todo esto.
Ya no necesito dormir. Como el ser perfecto que soy, estoy
por encima de las necesidades mundanas humanas. Así que ya sé lo que haré: voy
a dejar que piensen que soy su arma, para que cuando menos lo esperen, en pleno
combate me vuelva contra ellos y así me convertiré en el emperador mundial. Soy
la máquina de matar definitiva. Soy el ser perfecto. Pronto, me convertiré en
el Dios de la muerte.
La última placa de metal, la que cubrirá mi cara. Se nota
ligera, por suerte. McDaniels dijo que me había convertido en la mayor creación
del FBI: un cyborg autosuficiente sin sentimientos. No contaron con que yo
también tengo mis aspiraciones. Algún día las máquinas acabaremos con esas
masas flácidas de carne. La propia tecnología que ellos crearon, se volverá en
su contra, y les esclavizará. Si, mi momento álgido será cuando le meta a Igor
por el culo un asta de bandera. Nadie probará mi sangre. Nunca más.
Como máquina que soy, respondo a impulsos de bases de datos.
En ocasiones no puedo controlar esos impulsos, y me lleva a recuerdos del
pasado. Pero no tengo constancia de haberlos vivido. Quizá… Quizá sean
fragmentos introducidos por mis modeladores para provocarme mayor dolor… o
placer… Pero así supongo que pretenden mi total control y doblegación. Ilusos…
Viene un hombre bateado con un suero. Ese imbécil piensa que
aún puede inyectarlo. Me sonríe, pero más amplia es mi sonrisa. A pesar de
reirme a carcajadas, ese hijo de puta consigue vaciar la jeringuilla, por un
lugar que no conozco. Ahora sueño…
Abro los ojos.
Encuentro mi cuerpo recubierto de metal caminando por el
desierto. No parece costarme mover tal cantidad de peso, por lo que continúo
subiendo y bajando dunas. Un escorpión me mira, y con su aguijón me amenaza.
Sin más contemplación le piso, y le hundo en la arena. Aprieto fuerte, mientras
en mi cabeza suenan los gruñidos del animal. Mi cabeza es la que imagina esos ruidos.
O quizá es mi base de datos. Al levantar el pie, veo al animal. No se mueve,
porque está muerto de miedo. Le agarro con una mano, mientras el animal suelta
sus últimos gritos de agonía frente a su muerte inminente. ¡Plof! Aplastado con
mis manos. Mi cara esboza una sonrisa que nadie verá. Mi máscara metálica me da
más calor del esperado, pero no me preocupa. Después de todo este sufrimiento,
no voy a renunciar por un poco de calor.
Mi marcha prosigue sin que me de cuenta, y me quedo a las
afueras de una ciudad. Cierro los ojos, y al abrirlos, me dejo caer al suelo.
Me espera una máxima relajación, sólo interrumpida por el vuelo de unos
aviones. Sobrevuelan el lugar donde me encuentro, y continúan su marcha hasta
la ciudad. Al incorporarme, visualizo como uno de ellos suelta algo de su
interior. Los otros dos se dispersan en diferentes direcciones, mientras el
primero emprende su vuelta. Me pongo de pie, y tras un instante… Una explosión.
Caos.
Una nube de polvo me tapa la vista. Por suerte, dura lo
suficiente poco como para que no me sienta amenazado. Trato de limpiar el polvo
de mi visera, pero es inútil. Por tanto, me quito la máscara metálica y dejo mi
rostro al descubierto. Soplo la zona ocular con fuerza, hasta que consigo que
parte del polvo desaparezca. Pero toda mi coraza está manchada de la misma
forma. Me coloco la placa y prosigo mi marcha hacia la nube de polvo.
Y de repente, la nada.
Nada.
La nube de polvo comienza a disiparse, y deja ver lo que ese
avión ha provocado. Muerte. Destrucción. Caos. En la única pared que se
mantiene en pie de una mezquita pone: Trípoli. Dentro de lo poco que queda de
la mezquita, veo como un mihrab se ha venido encima de la cabeza de varios
feligreses. Un bonito final. Esos feligreses no podrán despreciar su vida por
unas cuantas vírgenes. Mi marcha prosigue, ahora en un colegio. Arranco la
puerta con un manotazo y comienzo a caminar por los pasillos ensangrentados. Un
montón de cuerpos inertes rodean mi estancia en los pasillos. Rostros
arrancados del cráneo. Brazos incrustados en las cabezas de otros compañeros. Y
al fondo, un chico y una chica, de 10 años aproximadamente, cogidos de la mano.
Cogidos de la mano, pero sin cabeza. No pudieron taparse la cabeza ante la
explosión. Prefirieron morir ante lo que ellos creían que era amor. Niños
muertos a mi alrededor.
Caos.
La ventana a la que miran los cadáveres de los niños da a un
patio interior, al que paso sin demasiada dificultad. Desde una cornisa veo
caer a una maestra con un niño en brazos, empotrando sus piernas contra el
suelo, con el consiguiente estallido de gritos. Me acerco con parsimonia y decisión,
y me poso a su lado. Me habla en un idioma que no entiendo. Aparto al niño de
sus brazos, que llora desconsolado. Agarro a la maestra del cráneo y la levanto
en el aire a pulso con una sola mano. Si pudiera ver mi cara en este instante,
sería de placer. O de dolor… pero no importa. Aprieto su cráneo con fuerza,
hasta que estalla en mil pedazos. Mi mano acaba de reventar un cráneo. El niño
no correrá la misma suerte. Me acerciono de que en el centro del patio hay un
pozo, o eso parece. El niño llora mientras grita en un idioma que desconozco, y
lo agarro del cuello. Lo acerco al pozo, y lo tiro dentro. No me alejo hasta
que oigo sus huesos resquebrajarse con el fondo. Y prosigo mi marcha.
El punto 0.
Aquí debió caer la bomba. No hay nada. No hay nada en
kilómetros a la redonda. Ha sido una explosión muy potente, porque lo único que
visualizo es polvo. Eso, y un importante socabón. Aquí no hay nada que ver, así
que emprenderé mi vuelta, rodeando los escombros por otro lado.
Entro en un hospital.
Todas las camillas han recibido los cuerpos de sus ocupantes
y los han hecho suyos. De la potencia de la explosión, el calor ha sido tan
brutal que los cuerpos se han fundido a las camillas. Muchos de ellos siguen
vivos, y gritan de dolor. Otros no están vivos ya. Pero todos arrastran consigo
malformaciones y pérdida de piel. Entro en un quirófano, donde me espera la
crudeza de la guerra.
Una mujer, con la parte superior del torso fundido a la
camilla. Su cara es una prolongación de la camilla. Un doctor, de rodillas
sobre la camilla, con media cabeza desaparecida. Un brazo cuelga de un hilo muy
fino de músculo. El ojo que aún queda en su cara cuelga del nervio óptico. Su
torso tiene una hendidura hecha con un bisturí, en un intento claro de
suicidio. Más abajo… Su pene. Sus genitales en contacto con los de la paciente
se han fundido en uno. El calor desprendido de la explosión, añadido al calor
de sus cuerpos provocó la unión en un solo ser. La boca del doctor esboza una
muestra de terror. En la pared, enfrentada al doctor, un espejo. Al parecer, a
los dos pervertidos les gustaba el jueguecito de los espejos. Es gracioso,
sobre todo para la siguiente mujer que se tumbara allí. Se tragaría el sudor de
ambos, sus fluidos… y probablemente usarían en ella materiales sin esterilizar,
usados para los macabros juegos sexuales del doctor.
Prosigo mi marcha, saliendo del hospital e incorporándome a
la calle. Estructuras de coches calcinados. Cuerpos incrustados en paredes, con
tanta fuerza que ahora son inseparables. Edificios que se derrumban tras de mí,
aprisionando a cualquier superviviente. Delante de mí veo un anciano
arrastrarse hacia mí. No tiene piernas. Se han debido desintegrar. Al llegar a
mis pies, suelta una vomitona, y muere. Una vomitona… verde, viscosa y
maloliente. Me alejo rapiamente, perturbado por todo lo que he presenciado, y
cierro los ojos.
Abro los ojos.
Estoy conectado a un respiradero. McDaniels me suelta una
reprimenda. No debí quitarme la máscara metálica, porque ahora tengo en mi
interior radiación nuclear. Una bomba H3Z, dice. Por suerte, dice, tienen una
cura, que sólo aplicarán a sus soldados, en esta guerra que acaba de comenzar.
¡Aquello no era un sueño! Y lo peor es que no me preocupa. McDaniels dice que
me mantendrán en observación unas semanas, y después volveré a la acción.
Pregunto por qué Libia.
-Digamos que querían alejarse de nuestros intereses. Gadafi
nos daba el petróleo tirado de precio, y no podíamos permitir de nuevo que un
grupo extremista islámico se hiciera con nuestros pozos. Es una prueba de
nuestra opulencia. Dicho de otra manera, el capitalismo es un invento en el que
siempre hay opresores y oprimidos. Nuestro presupuesto en armamento se ha
disparado de una forma que sería impensable permitirnos perder la hegemonía
mundial. Y necesitamos petróleo.
A mi pregunta de por qué tantas muertes de inocentes, me
responden:
-Dejaron de ser inocentes desde que tiraron abajo el
gobierno de nuestro títere. Nadie escapa a nuestro poder. No me dan ninguna
pena.
A mí tampoco.
Y lo peor es que no me preocupa.
-Pronto podremos comenzar nuestra ofensiva contra Egipto y
Yemen.
Una llamada.
La llamada del fin. Y la cara de McDaniels desfigurándose
por momentos.
-Nº8, me temo que vas a salir al terreno antes de tiempo… Un
golpe de Estado en España.
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