martes, 30 de octubre de 2012

In medias res: imitando a Chuck Palahniuk(parte III)

Dame tu fe, abrázame.
Llevo repitiendo estas cuatro palabras hacia mis adentros desde hace días. Quizá hayan pasado ya semanas. Por suerte, han dejado de experimentar conmigo. Los tubos de mis brazos han sido apartados, y están dejando que mis heridas cicatricen. Por suerte, cada vez me adapto mejor a mis prótesis inferiores, y ahora puedo dar pasos desacompasados. Por todo se comienza, supongo. Mi ombligo ya no rezuma pus, y comienzo a no echar de menos mi órgano reproductivo. Quizá me esté acostumbrando.
Los sueros disminuyen.
Cada vez hacen menos uso de ellos. Sin embargo, nadie ha sido capaz de explicarme qué demonios está pasando en mi cabeza. No tengo cerebro, pero nadie me da una solución a por qué les entiendo, y a por qué puedo pensar, soñar, sentir… y no morir.
Caos.
Mi cabeza se acostumbra a este tipo de situaciones como el bibliotecario a que traigan los libros con retraso. Joder, no quiero volver a los estados de sueño, ya no los necesito. Quisiera poder levantarme un día y decirle al capullo del FBI: “¡Eh! ¡Déjame irme! ¡No quiero dormir más!” Pero no, por mucho que mi cuerpo sienta la necesidad de huir, siempre estaré anclado a esta habitación sin ventanas. Ahora sueño…

Despierto. Un restaurante… No, un centro comercial. ¡Aquí pasaba yo mis horas muertas cuando era adolescente! Pantalones vaqueros, camisa verde a rayas, peinado repipi y uñas de manicura perfectamente alineadas. Cartera en los bolsillos, junto a las llaves, y en la otra pernera, mi teléfono móvil. Y frente a mí… Ella.
Quiero salir de aquí.
Vaqueros azules cortados de forma meticulosa a la altura de las rodillas, blusa azul celeste con tirantes, a juego con su diadema y con sus pendientes. Ojos castaños, pelo castaño con mechones pelirrojos, y unas pecas preciosas. No hay duda.
Me habla, y no presto demasiada atención, tratando de recordar cómo he podido llegar a esa situación. Vino a buscarme a casa, habíamos quedado para ver una película. Pero yo no estaba en casa, recién salía de clase, así que vino a buscarme a la parada de bus. Al bajar, se me quedó mirando esperando algún tipo de recompensa que no pude llegar a materializar por un pensamiento superior. Primera cagada. Primera oportunidad perdida.
Quiero salir de aquí.
Mientras andamos, se agarra con sus dos manos a mi brazo, y me dice lo contenta que estaba de haber quedado conmigo. Me susurra que lleva toda la semana esperando este momento, y que le apetece ir al cine. Hagamos realidad su deseo.
Mientras recuerdo esto, soy incapaz de prestar atención a lo que me dice en la mesa de aquel restaurante. Soy capaz de asimilar palabras cortas: instituto, naturales, matrices… Quiero pensar que habla de lo duro que debe ser su curso, pero para mis adentros me repito que no me importa.

Nos encontramos dentro del cine, viendo una de esas películas románticas anuladoras de todo rastro de personalidad feaciente. Contemplo impasible como Kate Hudson se pasea medio desnuda por la pantalla mientras Matt Damon lee uno de los titulares del New York Times. Mi mano tiembla. Nuestros dedos se entrecruzan timidamente y siento como mi corazón da un vuelco increible y vuelve a mi cavidad torácica. Me tiembla el cuerpo entero, y ella posa su cabeza en mi hombro.
La nada.
En mi cabeza se posa la nada. Permanezco inquieto como una lechuza en la noche, esperando el siguiente movimiento. Nuestras manos se entrecruzan esta vez con firmeza, y mis carrillos se vuelven colorados por momentos. Ella da un suspiro, e introduce en su boca otra palomita. Ahora Kate se encuentra en una agencia de abogados, resolviendo un caso de divorcio, y pasando del pobre Matt Damon que espera afuera empapado por la lluvia. Estoy cayendo en las garras de este subproducto de Hollywood. Pero ya no hay marcha atrás. Mi ética y mis principios se reducen a cero cuando oigo su aniñada risa. Al oir eso, los escritos de Hegel, Nietzche o Engels se vuelven mierda. Finalmente, nuestras miradas se entrecruzan, y el tiempo se para. Ya no importa la película. No importan esos intelectuales muertos. No importa el hecho de que esto sea un sueño inducido. No. Ahora, en este pequeño universo, sólo importamos ella y yo.
Un momento fugaz que se vuelve eterno. Y de repente, la nada.
Ella vuelve la vista a la película, y da un hondo suspiro. Segunda cagada. Segunda oportunidad perdida. Tan fácil que parece en la película, y lo complejo que se está volviendo en esta sala.
En mi cabeza resuena la famosa frase del escritor Alejandro Dumas: La vida es fascinante, sólo hay que mirarla a través de las gafas correctas. Y yo me he propuesto que, por muy corto que vaya a ser este sueño, voy a ser feliz.
La película acabó.

Y llego al estado inicial del sueño. Ella habla y parlotea y suelta palabras y dice cosas mientras recuerdo el recorrido hasta este preciso instante. Contemplo los fallos cometidos. Sopeso mis acciones y vuelvo a mirarla. Espera una respuesta, así que asiento y esbozo una tímida sonrisa. Estoy muy tenso y no sé por qué. Roberto Iniesta lo decía: “me mira, me droga, las fuerzas me abandonan”. Y es totalmente cierto. Nuestras manos vuelven a entrecruzarse y vuelve a jugar con su pelo. Sopla de forma sensual un mechón que queda colgando de su frente sin demasiado éxito. Yo me acerco, suelto una de mis manos y aparto el mechón muy despacio. Ella cierra los ojos, y, por fin, llega.
Ya no quiero salir de aquí.
Nuestras mejillas se vuelven del color de las manzanas golden, acojo sus hombros con mi brazo mientras noto como los pelos rubios y casi invisibles de su cuello se erizan con el contacto de mis labios. Poco a poco. Despacio. Y ahora, para dejarme llevar, cierro los ojos.

Abro los ojos.
Un hombre embutido en una bata me mira interesado. Por primera vez en mucho tiempo, no he soñado nada macabro, y está realmente sorprendido de mis progrsos. ¿Cómo cojones sabe lo que ha pasado? Me llama romántico. ¿Romántico yo? ¡Romántico el mamón que estudia historia, que tiene un blog en el que escribe historias que nadie lee! Ese sí que es el romántico, que nos aborda a todos con canciones y con poemas ridículos. Y luego tiene la poca decencia de presumir de filósofo materializando pensamientos estúpidos que podrían ser de un niño de 5 años. Ese es un romántico, no yo. Yo soy un enfermo, una persona con la cabeza más perturbada que jamás pisará esta habitación. Comete el error de soltarme.
Caos.
Mi cabeza se vuelve un caos. Intento volver la cabeza hacia atrás, pero está enganchada de forma férrea. Comienzo a asustarme y a patalear, haciendo que una de mis prótesis se descuelgue y comience a sangrar por el lugar donde antes estaba alojada una rodilla. Grito de dolor… o de placer, ya no los distingo. El hombre bateado toca con sus dedos mi herida, haciendo que un calambre recorra mi cuerpo. Después se lame los dedos. ¿Qué clase de enfermo es este tipo? Como si nada, se acerca a mi oido izquierdo, y me susurra al oido:
-Dame tu fe, abrázame.
Entro en parada cardio respiratoria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario