viernes, 23 de noviembre de 2012

In medias res: Imitando a Chuck Palahniuk(parte VI)

Ya no duermo.
Desde que vi aquella ciudad masacrada, desde que vi a todos esos cadáveres, desde que vi toda aquella destrucción provocada por el ser humano… ya no duermo. Me están sometiendo a terapia de choque, para expulsar toda la contaminación que entró a mi organismo al quitarme la máscara metálica. No estoy seguro de lo que me hacen, pero sé que nadie se atreve a tocar mi cara sin guantes. Estoy enfermo. Ya lo estaba, pero las enfermedades mentales se aceptan hasta cierto punto. Un ser humano puede masacrar toda una universidad con una escopeta recortada, pero al declarar enagenación mental, será la penita del jurado, y sólo irá a un manicomio. Un ser humano puede secuestrar un autobús lleno de niños y estrellarlo a una sinagoga, que sus vecinos se limitarán a decir: “no nos lo esperábamos, era un buen chico, siempre saludaba”…
Es curioso, ya hablo de seres humanos. Ya no me considero uno de ellos. Gracias a ellos, ahora soy un ente superior. Han creado a la mayor máquina de destrucción jamás vista por el hombre, y será esa máquina la que acabe con todos ellos. Los esclavizaré, y dominaré la raza humana. Ya no sueño. Y cuando tenga a todas esas masas de carne a mi merced, los exterminaré como hacen ellos cuando pisan a las hormigas. Sólo dejaré vivir a los más aptos, a los cuales convertiré en mis propias hormigas obreras. Tendré a los mejores doctores y especializados en ADN, y les obligaré a mutar seres humanos para crear seres perfectos como yo. Les obligaré a experimentar con sus propios familiares. Y al que se niegue, le destruiré el cráneo con mi propia mano.
Las cobayas serán mujeres, niños, pero jamás hombres. Los niños son volubles, y podré cambiar su voluntad a mi antojo. Podré convertirles en los soldados más preparados del mañana. Podré enfrentarles entre ellos para mi propio divertimento,  podré obligarles a atacar a sus propios padres. Con las mujeres no será diferente, simplemente necesitarán algo en qué creer. Así que inventaré la leyenda de un grupo de resistencia, y así tendrán a sus héroes. Sus falsos héroes. Como sus falsos dioses. En cuanto a los hombres, sus destinos serán muy diferentes. Crearé con sus mujeres especímenes de cuatro brazos y cuatro piernas, y ellos serán el gran aporte. Y les obligaré a mirar cómo mutamos a sus esposas e hijos, y les obligaré a mirar como el contacto de sangres no compatibles lleva al colapso a su querida esposa.
La Tierra podrá vivir perfectamente sin seres humanos, pero no podrá vivir sin hormigas. Un día la Madre Naturaleza se sublevará a la creación más inútil de la superficie. Yo seré simplemente el portavoz. Simplemente usaré como pretexto esta excusa. Pronto, muy pronto, podré volver a respirar aire puro. Pronto podré pasear por los viñedos de la Toscana, con una ardilla en mi hombro, y con un ciervo lamiéndome la prótesis metálica que tengo como mano. Crearé un edén, y después… lo esclavizaré.

Llevo sin ver al agente McDaniels semanas. Desde que estalló el Golpe de Estado en España, no he recibido noticias de él. Igor se mantiene alejado de mí. Sólo se acerca por las noches para susurrarme al oido: “Dame tu fe, abrázame”. Maldito ruso maníaco, pronto tendrás tu merecido: una preciosa y ardiente viga de metal incrustada en tu ojete. Me voy a cobrar tu sangre, por intentar comerme, maldito bastardo.
El lugar donde me tienen aislado es diferente al de la última vez. Es una sala acolchada, e insonorizada. Sólo se acercan a mí para suministrarme lo que ellos llaman curas, pero que sólo hacen retorcerme por dentro de dolor… o de placer. La persona a la que más veo es a Igor, lo cual es bastante triste teniendo en cuenta que será mi primera víctima. Sin embargo, aún sin tener sentimientos, aún sin necesitarlos, me encuentro… vacío. Quizá todo lo que creo pensar es una alucinación de mis bases de datos para doblegarme y convertirme en un autómata. Quizá todos mis sueños son alucinaciones creadas por ellos para prepararme para lo peor. No lo sé. Lo único que sé, es que ahí viene el doctor que me suministra el suero. Ahora sueño…

Abro los ojos.
Me encuentro en una sala a oscuras, sentado, con una sensación de tranquilidad instaurada en todo mi ser. A mi alrededor, la nada.
Nada.
Una pantalla se enciende delante de mí, y veo dos caras muy conocidas. ¡Son mis amigos Rodolfo y Daniel! ¡Qué alegría verles! Rodolfo, pelo castaño, ojos marrones, de compostura fuerte, una de las mejores personas que conocí jamás. Daniel, rubio, ojos azules, en un estado casi famélico, una persona que pasó por mi vida sin dejar huella. Bajo sus fotos, un informe de sus situaciones:

Rodolfo, enamoradizo empedernido, busca una chica que le haga feliz. Propenso a sufrir rupturas de corazón. Propenso a creer rapidamente en las 2º oportunidades. Propenso a la broma fácil y resultona. Propenso a la lectura y escritura caótica. Propenso a confiar en quién no debe.

David, ególatra alocado, busca un amigo que le encuentre una chica. Propenso a no apreciar lo que tiene. Propenso a ahogarse en un vaso de agua cuando la situación se pone adversa. Propenso a las bromas faltonas y de mal gusto. Propenso a la analfabetización de su ser. Propenso a confiar en quién no debe.

Una pregunta en la pantalla: ¿Quién merece vivir? Y ante mí, un pulsador con una R inscrita, y un pulsador con una D. Recapacitaré.
Rodolfo estuvo ahí siempre que lo necesité. Me escuchó, me aguantó y me aconsejó. Nunca puso una mala cara y, aunque se pasaba con sus bromas, rapidamente pedía disculpas. Daniel se desentendía de todo lo que pasaba a su alrededor, y engrandecía su dolor por encima del de los demás.
El ser humano se victimiza. Se autoconvence de que es la mayor víctima del universo. Ya pueden haberte despedido, dejado, o simplemente haberte hecho daño en un dedo con el pico de una mesa, porque nuestro daño siempre será mayor que el de los demás. Da igual que tu vecino tenga una enfermedad terminal, porque a ti se te ha acabado el tomate para los macarrones, y, obviamente, eso es mucho más importante que prestarle el hombro a tu vecino. Siempre usamos nuestras desgracias como una historia. La historia de nuestras vidas, la historia de nosotros mismos. Y nuestra historia debe ser mejor que la de nadie. Hubo un maestro que dijo: “hay historias que consumes, las haces grandes, las utilizas a tu antojo. Pero hay otras historias que te acaban consumiendo a ti”. La historia de nuestras vidas. La historia de nosotros mismos. Y ahora puedo consumir una de estas dos historias.
Rodolfo sufrió el desengaño del amor. No hubo rencor por su parte, sólo el típico en estos casos. Se esforzó por olvidar, y se esforzó por volver a sonreir. Se esforzó por no volver a ser el que era antes, y nos dio a todos una lección de cómo se deben hacer las cosas. Aún con todo lo que pasó, guarda mucho cariño a la persona que le hirió, y siempre se lo guardará. Tiene una cabeza envidiable, por su capacidad de razonamiento, y de síntesis, y de deducción. Por ello, consciente de que muchas cosas de las que hizo estuvieron mal, se arrepiente, y pide perdón. No se merece lo que le ha pasado.
Daniel sin embargo, se merece todas y cada una de las desgracias que le rodean. Yo le conseguí lo que más quiso. Ni tan siquiera lo hizo él. Yo le lancé a los brazos de aquella chica, y no me lo agradeció. No me da ninguna pena. Al igual que no me da pena el hecho de que se encierre en su cuarto a llorar. Jamás me he sentido tan vivo como en el momento que me dijo que no le vería más. Espero que llore lo que no ha llorado nunca, porque a mí no me va a joder. No le debo nada a ese desagradecido, y a mi me debe su momentánea felicidad.
Visto lo visto, debo decidir a quién debo matar. Y mi decisión está clara. Pese a lo que pueda parecer, mi elección de cara a la morgue es Rodolfo. ¿Sorprendidos? No deberíais. Un alma tan pura jamás debería sufrir el tipo de cosas que ha sufrido él. Un alma tan pura como él debe ser feliz, y Dios sabe que el ser humano es incapaz de ser feliz. Un alma tan pura me estará esperando en el cielo con los brazos abiertos, para ver el fin de los días. No, Daniel se merece caer en este mundo asolado por la avaricia y el rencor al prójimo. Por tanto, el que debe morir, será Rodolfo.
Pulso el que tiene una R, y Rodolfo, como por arte de magia, arde. Arde ante mis ojos. Aparto la vista para no mostrarme débil, mientras Daniel me agradece lo gran amigo que soy, sin saber que le he condenado.
Cierro los ojos.

Abro los ojos.
Igor me mira de forma interesada. Me levanto y le arrincono en una esquina de la habitación, y le agarro del cuello. Podría matarle en este preciso instante, acabar con su efímera existencia, y devolverle con su familia asesinada por los rusos. Pero… no lo haré. Ahora lo he comprendido. La muerte es un premio. La muerte es el premio para todos aquellos que no se merecen una vida tan insustancial como la terrenal. La muerte es lo mejor que te puede pasar. Pasar de ser una sustancia orgánica con defectos, a ser un ser omnipresente y perfecto. La muerte no es el final, sólo una transición. Es el regalo por todas las penurias que hemos de vivir. Igor no merece ver a su familia aún, así que le mantendré con vida… de momento.
Aparto la mirada de Igor y veo en otra esquina un yelmo. Un yelmo, y un hombre dado la vuelta. Es cojo, medio calvo y de complexión fuerte. Golpea con fiereza una lámina de metal colocada encima, y parece ausente a todo lo que le rodea. Me acerco a él con precaución, y al tocarle el hombro, dice: “¿Qué opinas de los volcanes? Dame tu fe, abrázame”.
El herrero desaparece.
Entro en parada cardiorespiratoria.

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