4 de febrero de 1830. Tesalónica. 4:00 de la noche.
-¡Ántimo! ¡¿Ántimo, dónde estás?!
-¡Padre, no encontramos nada!
-¡Sigan buscando! ¡Debe estar por aquí!
-¡Señor! ¡Lo hemos encontrado! ¡Aquí está!
El Padre Nikola bajó la colina con inusitada rapidez para lo
que se espera de un hombre de su edad. Tras unos pequeños tropiezos, llegó a la
colina donde había sucedido todo. Ántimo se encontraba tumbado en un lateral de
la colina, apoyado en una roca y con la cara ensangrentada. Al parecer se había
resistido. Pero allí no había nada más. Nada…
6 de febrero de 1830. Tesalónica. 12:00 de la tarde.
Ántimo se hallaba en una habitación medianamente grande,
adornada con imágenes santas como crucifijos. En el colchón en el que se
encontraba tumbado se podían observar algunos descolchones, así como varios
parásitos mordiéndolo. Cuando Ántimo despertó, la cabeza le daba mil vueltas.
No era capaz de asimilar lo que había pasado, ni tan siquiera si eso que había
ocurrido era real. Pero algo le decía dentro de síque lo que había presenciado
era totalmente real. Tras unos instantes, alguien llamó a su puerta. Era
Nikola.
-¿Cómo se encuentra, arzobispo?
-Me duele un poco la cabeza y estoy agotado, pero creo que
podré seguir en breves con mis oficios.
-No se preocupe por eso ahora. He venido para hacerle una
pregunta algo comprometida… ¿Qué pasó?
Ántimo comenzó a mostrarse intranquilo. Era imposible que
nadie hubiera visto aquella estructura en medio de la colina. No podía ser… ¡Él
había estado dentro de ella!
-Cuando me encontraron… ¿No vieron nada extraño?
-No… sólo le vimos a usted tumbado y agarrado a una roca…
No se podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo pudo
desaparecer esa impresionante estructura como si de la nada se tratase? Ántimo
comenzaba a enfadarse, pero debía mantener la compostura, porque no estaba
seguro de si se trataba de un sueño o no.
-Me… me caí. Iba observando el bosque cuando tropecé con una
roca y caí colina abajo. Intenté levantarme pero se puso a llover y todo se
convirtió en un barrizal. Además creo que me torcí el tobillo, aunque ahora no
me duele. Por otro lado… ¿Ha habido más desapariciones aparte de las ya
denunciadas?
-No, arzobispo. Parece que por fin cesaron las
desapariciones. Fue llegar usted y calmarse todo, es como una bendición del cie…
-Cierre la puerta.
Nikola observó extrañado a Ántimo, cuyo rostro sereno había
cambiado a uno mezclado entre desafiante y enfadado. Nikola cerró la puerta con
llave y se volvió a sentar.
-Usted dirá, arzobispo…
-Me gustaría hacer secreto de confesión.
-De acuerdo, pero se me hace rara esta situación, debería
ser al revés.
-Ave María purísima.
-Sin pecado concebida.
-Creo que he pecado. No he sido sincero con usted, pero…
pero tengo miedo a que no crea la verdad de los acontecimientos.
-Puede probar. Ahora sólo estamos usted, el Señor y yo.
-Bien… Ciertamente no sufrí una caida. Comenzó a llover y me
refugié como pude hasta que la lluvia cesó. No recuerdo muy bien cómo, pero
llegué a la apertura del bosque en la que me encontraron. Allí vi algo que
escandalizaría a todos los que lo oyeran.
-Continúe…
-En el centro del lugar había estacionada una estructura
aparentemente metálica, camuflada de una forma realmente sorprendente. La luz
de la luna dejaba verla aparentemente, pero sorprendentemente parecía invisible.
Yo pude ver reflejada mi cara en esa estructura. Tras tocarla comenzó a emitir
un sonido ensordecedor. ¿No lo oyeron?
-La verdad es que no, padre.
-¿Ni siquiera en segundo, que fue aún mayor?
-Lo siento, arzobispo. Se alejó mucho, y el viento no
ayudaba a las labores de búsqueda.
-No importa… el caso es que me refugié y vi cómo seres
antropomorfos salían de una apertura y me miraban fíjamente. Sólo decían una y
otra vez: “dame tu fe, abrázame”.
El silencio se hizo en la habitación. Ántimo estaba cada vez
más nervioso y Nikola comenzaba a dar muestras de pánico.
-Continúe…
-Tras acercarme a ellos, pude ver unos rostros que se me
hacían familiares, y no sé por qué. Un hombre cojo y con un yunque me observaba
fijamente desde lo alto de la estructura, a la cual me invitaron a subir. Una
mujer con un tono muy amable me invitó a observar lo que allí se efectuaba. Yo
me limité a asentir. Me parecía increible que esa gente pudiera hablar mi
idioma. Esa mujer me sentó a la fuerza en una silla, y saliendo de la espalda…
seis brazos más me ataron a la silla con unas correas de cuero. Del techo de la
estructura bajó una ventana, a través de la cual podía observar imágenes en
movimiento, pero también escuchar… Una voz me dijo: “has osado violar la calma
de nuestra nave. Como todos los seres humanos, serás condenado a la mayor de
las desgracias por tu insolencia y atrevimiento. Tu raza está condenada.”
El silencio volvió a hacerse en la sala. Ántimo se levantó
del colchón y comenzó a observar por la ventana.
-Me limité a pedir disculpas, pero rapidamente me clararon
que nuestra raza estaba condenada desde mucho antes de que usted y yo
naciéramos. Me hablaron de una fuerza mística lo gobierna todo a su antojo, y
que nosotros somos simples peones dentro del poderoso engranaje del universo.
Me dijeron que la pureza a la cual me tenía sujeto al ser arzobispo era
totalmente falsa, al igual que todo en lo que creí, al igual que todo lo que
viví. Me acusaron de adorar a un Dios que no existe.
Nikola se levantó de la silla con rapidez. Echó una mirada
de odio al arzobispo y sacó la llave de la puerta.
-Ya no tengo nada más que hablar con usted. ¡Está demente! ¿De
verdad cree que voy a creerme toda esa sarta de estupideces? Me siento
insultado. Haré que esto no haya pasado, se lo prometo, porque podría hundirle.
-Adelante, hágalo. Yo tengo la verdad de todo lo que ha
ocurrido. Acúseme de paganismo si quiere, pero debe saber que tanto usted como
yo hemos consagrado nuestra vida a un ídolo que no existe.
-Ha perdido la comunicación con Dios, y ahora su alma está
condenada.
-¡La mía y la de todos! No nos queda mucho tiempo, debemos
cambiar la mentalidad de la gente. Ayúdeme.
-Que Dios se apiade de su alma, porque en el mundo de los
humanos, va a sufrir todo el peso de la justicia.
Nikola se fue corriendo mientras desoía los gritos de
Ántimo. El arzobispo decidió en ese momento acudir a la parroquia y hacer su
último secreto de confesión a alguna alma piadosa. Se metió en el confesionario
y decidió esperar tranquilo.
-Ave María purísima.
-Sin pecado concebida. Cuéntame, hija.
-Dame tu fe, abrázame.
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