-¿Dónde está?
-¡Buscadle! ¡Le quiero vivo! ¡Buscad a Ántimo!
-¡Padre, diácono, está en el confesionario! Y deberían verlo…
Nikola y el diácono se apresuraron desde lo alto del
campanario a toda velocidad. Tras bajar por las inseguras escaleras y esquivar
a unos cuantos feligreses, llegaron al confesionario.
-Dios mío… - Emitía de una forma tímida el diácono – Traed a
los doctores, debemos mantenerle con vida.
Ántimo se encontraba apoyado en una de las paredes del
confesionario, con la vista perdida en un punto inconcreto. Una de las muñecas
estaba rajada intentando cortar las venas, síntoma de que había intentado
suicidarse. Por la boca estaba expulsando una especie de espuma amarillenta, de
la que brotaban algunos insectos desconocidos. Además, tenía las ropas
rasgadas, y en el pecho tenía unas heridas con forma de números y letras:
21122012
Vosotros seréis los siguientes.
10 de febrero de 1830. Tesalónica.
-¿Ha despertado? – Preguntaba el diácono preocupado –
Debemos sacarle todo lo que sepa.
-No creo que sea buena idea presionarle a estas alturas.
Mencionó un capítulo bastante escabroso sobre su desaparición hace una semana.
-Si, pero no podemos juzgarle de paganismo viendo como está
en este estado… Puede que se equivoque en algunos puntos del relato, pero está
claro que alguien está yendo a por él… Además, desde que Ántimo ha sufrido este
ataque, se han producido dos nuevas desapariciones.
-¿Podría ser que aquello se lo hiciera él mismo?
-¿Estás hablando de que quizá esté poseido?
-El humano es débil, y su carne más. Tal vez deberíamos
practicarle un exorcismo.
-Nikola, - inquería el diácono – los exorcismos son aplicados
en casos muy extremos. Antes de tomar una decisión, quiero oir de sus propios
labios lo que ha ocurrido. Voy a entrar.
Nikola hizo una reverencia y se fue al claustro con unos
feligreses, mientras el diácono observaba la puerta, y notaba como se transformaba
poco a poco en una boca demoníaca. Una voz desde dentro le pedía entrar, entrar
al mundo condenado, al mundo impuro, al mundo de las tinieblas. Tras un
instante, el diácono reaccionó. Todo había vuelto a la realidad. Tras
santiguarse, decidió entrar. Allí, tumbado en un colchón, se encontraba Ántimo,
bastante debilitado. Al verle, se incorporó.
-Ántimo, soy el diácono Gregor, y he venido para entablar
una conversación contigo.
Ántimo le miraba fijamente, de forma vaga, pero la vista por
lo menos se concentraba en un punto, síntoma de mejoría.Ántimo bebió de una
copa que se encontraba en un lateral, y cerró los ojos durante unos instantes.
-Gregor, mira cómo estoy. Supongo que Nikola le habrá
mencionado la discución que tuvimos antes de mi ataque.
-Sí, me lo ha mencionado, si. Pero creo que te cortó. ¿Hay
algo más que tenga que contar de aquel episodio? Yo no me voy a ir.
-Tengo que contar lo más novelesco del asunto. Cierre la
puerta.
-No voy a cerrar la puerta, pero le aseguro que aquí no va a
entrar nadie. Estamos sólos tú y yo.
-¿Qué hay de Dios?
-Tú mismo lo dijiste, ¿No? Los dos hemos adorado a un Dios
falso… o eso es lo que tú dices.
-¿Se da cuenta de mi respeto hacia usted y del suyo hacia el
mío?
-Tienes… Tiene razón. Puede comenzar. Si no le importa voy a
tomar unas notas.
-Bien… quella gente me dijo que los seres humanos estaban
condenados, y que sólo nosotros podríamos salvarnos, si hacíamos lo correcto.
Esa gente decía que ya había estado en la Tierra antes, y que todas las
construcciones colosales efectuadas habían sido por ellos. Dijeron que ellos
nos dotaron de inteligencia, por un error tan humano como nosotros. Dijeron que
no podían permitir que el ser humano se convirtiera en un ser con tanto poder
como ellos.
-¿Le dijeron lo que teníamos que hacer?
-No… Tras ello, me guiaron por la nave, y vi algo espantoso.
Vi a los individuos que hasta aquel día habían desaparecido. Estaban separados,
una persona en cada sala. Todos se encontraban desnudos. En la primera sala vi
a una mujer de aproximadamente 20 años tumbada en el suelo de la sala,
intentando levantarse. Lo impactante de todo aquello es que estaba cubierta por
sangre, y no dejaba de gritar que prefería la muerte a seguir así. Al verme me
gritó que huyera lejos y salvara mi vida, y la mujer que me acompañaba la miró
a los ojos… y tras unos instantes la cabeza de la chica ensangrentada explotó.
Hice el ademán de huir pero esa mujer comenzó a correr por el techo como si de
una araña se tratase y se abalanzó sobre mí, sujetándome con sus ocho brazos.
Después me llevó a la 2º sala. Allí vi a un hombre de avanzada edad, cubierto
por unas ropas rasgadas que no dejaban nada a la imaginación. Su piel tenía un
tono morado, y de uno de los ojos brotaban gusanos. Efectivamente, estaba en un
estado avanzado de putrefacción.
Gregor no se inmutaba. Simplemente cortaba su postura para
secarse con un pañuelo de tela el sudor de su frente.
-Tras ello llegamos a una tercera sala, que estaba vacía. En
una pared se encontraban unos dibujos muy extraños. Un mono con la cola
enrollada era lo más destacado… eran figuras de palo, no había volumen ni
ningún atisbo de intentar mostrar la cara. Simplemente se mostraba la silueta
de las figuras. También había un ser humano con una cabeza muy grande, y un ave
muy extraña. Por otro lado había un reguero de sangre en la pared que conducía a una frase escrita
en latín: Alea iacta est… Finalmente, un hombre con un yunque me golpeó en el
pecho con el yunque y me lanzó fuera de la estructura. Yo casi no podía respirar,
y comencé a arrastrarme con mucha dificultad hasta que me desmayé por el dolor.
Recuerdo también que mientras estaba arriba me dieron una serie de números:
21122012. Podría ser algún tipo de código.
-Se ha fijado en su pecho supongo… son los mismos números.
-Vosotros seréis los siguientes… Estamos condenados. ¿Qué
podríamos hacer?
-¿Está seguro de que lo que le dijeron es real, y no es
muestra de su imaginación?
-Señor, a cada día que pasa se vuelve más real.
-¿Le dieron algún tipo de nombre?
-Sin nombre.
Gregor se levantó tras tomar las últimas notas, y se marchó
sin despedirse de Ántimo. Tras la puerta se encontraba Nikola.
-¿Y bien, diácono?
-Prepárelo todo para el exorcismo. Lo efectuaremos mañana.
Mande a alguien vigilar la sala las 24 horas del día. No podemos permitirnos
una fuga.
-Bien, eso haré. Por cierto, con Ántimo se encontró un
libro. Tras revisarlo detenidamente, encontré unos versos señalados en ese
texto apócrifo. Mírelo.
-Esto nos indica que el arzobispo ya había perdido la fe
antes de la famosa entrada a la estructura. Actúe con normalidad, y busque en
otros textos apócrifos la existencia de los mismos versos. Dese prisa.
Dentro de la sala Ántimo miraba a la pared sin ninguna
esperanza. Sabía que el diácono también le tomaba por loco, y eso le enfermaba.
Tras unos momentos, pudo ver en el suelo un azulejo roto. Tras un mínimo
esfuerzo, arrancó del suelo una parte y se rajó con ella el muslo. Tras unos
momentos, con la sangre comenzó a escribir en la pared:
“Y ya no creo en nada,
Ni en esta soledad, ni en esta sensación
De vacío abandonada”.
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