domingo, 1 de julio de 2012

Ántimo(parte 1)


3 de febrero de 1830. Tesalónica. 21:30 de la tarde.

La ciudad y la periferia era un tumulto constante. El ambiente de júbilo y de alegría que se respiraba en el ambiente recorría toda la zona hasta el puerto, y nadie estaba exento de tales celebraciones. No era para menos, pues 9 años después de la declaración de independencia griega del Imperio Otomano, por fin le era reconocida a Grecia la independencia. Todos estaban exultantes de alegría, y la noticia se extendía como la pólvora. Hasta en el monasterio de Vlatadon se respiraba un aire contenido de paz y de alegría.

Ántimo recientemente había alcanzado la categoría de arzobispo de la Iglesia Ortodoxa griega. Y realmente, esta era la mejor época que podía vivir, sin duda alguna. El pueblo iba a entregarse por completo a la causa, sin olvidar obviamente el pasado musulmán. A pesar de que había podido ejercer oficio sin ningún tipo de problemas, esto le aseguraba no tener que ocultarse más en caso de hacer algo contrario al islam. Era el séptimo con ese mismo nombre, y le esperaba una trayectoria llena de éxitos dentro de la rama ortodoxa griega. Pero aún así, había algo que no le cuadraba de todo esto. Muchas cosas estaban volviéndose turbias en Europa. España, la península itálica, la cuenca del Rhin… Mucho movimiento. Sí, Grecia había conseguido lo que tan ansiadamente buscaba, pero… ¿Y ahora qué?

Esa noche había decidido salirse un poco de sus labores de revisión en Tesalónica, y había decidido ir bosque a través para contemplar desde lejos las maravillosas vistas que la ciudad ofrecía. Ántimo era un hombre muy curioso, y muy docto en la ley ortodoxa. Siempre estaba ojeando manuscritos, o curioseando cualquier mapa. Por tanto, no era de extrañar que en un momento dado se le diera por desaparecido simplemente porque quería ver las vistas desde otro punto. Y lo que es mejor, siempre le gustaba ir sólo. Así que allí fue, a la aventura, con la única compañía de una vela y un libro, y la sóla presencia de la luna llena, sobre un cielo despejado y estrellado que daba al bosque una brisa tranquilizante. Las ramas de los árboles se movían haciendo las hojas sonar al compás de la brisa, haciendo un ritmo precioso que envolvía aquella magnífica atmósfera. Tras llegar a un claro, Ántimo decidió contemplar la ciudad.

Desde aquel lugar la ciudad lucía de una forma especial. Todo alrededor era la más pura oscuridad, mientras que la ciudad radiaba luz y felicidad. Ántimo podía contemplar en la plaza algunos niños jugar, algunas mujeres compartir alimentos con otros trabajadores, o algunos ancianos pasear mientras conversaban acerca de la gloriosa etapa que le tocaría vivir a sus hijos. “Magnífico”, pensaba Ántimo, mientras colocaba la vela en un lugar correcto para facilitar la lectura de su libro. Lo abrió y, tras ojea algunas páginas, se detuvo en la 201. En esa página pudo observar unas palabras escritas en cursiva, que realmente se salía de la monotonía del libro, tanto en su temática, como en la forma escrita del libro. Los versos decían así:

“Y ya no creo en nada,
Ni en esta soledad, ni en esta sensación
De vacío abandonada”.

Ántimo se esforzó en memorizar esos versos. De una forma u otra sabía que algo raro debía haber tras ellos. Trató de explicarse a sí mismo que hacía en un texto apócrifo unos versos de esa índole. Pero nada explicaba esa presencia. Durante varios minutos Ántimo siguió leyendo el libro, ojeándolo por encima, por si había algún otro verso que pudiera conectarse con los anteriores. Nada. Ántimo decidió entonces echar un último ojo a la ciudad antes de volverse al templo. Tomó una respiración honda y sin decir nada volvió, retrocediendo la senda que había seguido. Pero la vela se apagó.

Inebitablemente Ántimo acabó perdiéndose por el bosque. Trataba de mantener la calma mientras pensaba en alguna pista que le pudiera indicar el camino seguido con anterioridad. Pero las últimas noticias de personas desaparecidas por el bosque no le tranquilizaban demasiado. En la última semana habían desaparecido 3 personas, y en una región en la que nunca pasa nada… es extraño. Ántimo no hizo caso a esos pensamientos turbios y siguió buscando una forma de volver al templo, y caer en la cuenta de que cada paso probablemente le alejaba de su objetivo. Finalmente decidió que lo mejor era buscar un lugar donde pasar la noche y esperar a que la noche muriera.

A pesar del frío que hacía en esta región en febrero, Ántimo supo sobreponerse y se tapo con una rama caida, mientras utilizaba un brazo a modo de almohada. Y tras unos instantes, consiguió conciliar el sueño. El viento cada vez era más fuerte y finalmente la rama que tapaba a Ántimo voló, arañando la cara del arzobispo. Ahora sí que tenía un problemón. No sabía realmente si iba a morir o si alguien lo iba a encontrar. Por lo menos, contaba con la esperanza de que en el templo hubieran dado la alarma y le estuvieran buscando. Ántimo comenzó a correr ladera abajo asustado por el viento, que levantaba piedras. En uno de los aspavientos hacia atrás, tropezó, rodando hasta uno de los claros del bosque. Ántimo se mantuvo unos instantes en el suelo, descansando por la carrera que acababa de darse. Finalmente, decidió levantarse. No parecía herido, así que decidió continuar, esta vez sí, de forma más tranquila. Pero algo llamó su atención.

En medio del bosque, en un lugar practicamente inhabitable, se hallaba estacionada una estructura aparentemente de metal, con protuberancias delgadas que llegaban hasta donde la vista podía diferenciar, fundiéndose con la oscuridad de la noche. Gran parte de la estructura se hallaba sostenida sobre unas protuberancias finas que entraban en contacto con el suelo. Realmente ninguna apertura aparente facilitaba la inspección. Entonces… ¿Quién había hecho ese artilugio? Y lo que es peor… ¿Para qué? Ántimo se acerco despacio para contemplar de cerca la estructura, y pudo contemplar como en su superficie se reflejaba a modo de espejo los árboles de alrededor, así como las estrellas y la luna. El miedo comenzaba a apoderarse de Ántimo, que decidió posar su mano en la superficie, para verificar que aquello era real… Y vaya si lo era.

La estructura al entrar en contacto con Ántimo comenzó a emitir un sonido muy fuerte, a modo de bocina. Ántimo se alejó rapidamente y se escondió tras una piedra, mientras contemplaba lo que podía pasar. El sonido tras unos instantes cesó, y todo volvió a la calma. Ántimo confiaba en que alguien hubiera podido oir aquel sonido, y que alguien pudiera ir a por él, pero tras unos intantes… no pasó nada. Ántimo decidió entonces coger una piedra. La contempló lentamente y miró la estructura… Y tras santiguarse 7 veces, decidió lanzarla. El sonido volvió, ahora con más fuerza, mientras una luz radiaba de la zona superior de la estructura. Finalmente, de un lateral surgió una apertura, de la que comenzó a salir una luz cegadora y un humo blanquecino. Ántimo se acercó lentamente al lateral, y se posó en frente de la luz. No podía ver nada, y comenzaba a no ver lo que había alrededor. Finalmente, decidió apartarse. Ántimo se cayó al suelo y comenzó a alejarse gateando. Al darse la vuelta, pudo ver dos figuras antropomorfas. Ántimo estaba asustadísimo, no sabía de qué iba todo esto. Una de las figuras antropomorfas decidió adentrarse en la estructura, mientras la otra contemplaba fijamente a Ántimo. Ántimo decidió hablar con el ser.

-¿Ho…Hola?
No obtuvo respuesta.
-S…soy Ántimo, el arzobispo de la rama ortodoxa griega… ¿Q…quién eres tú?
-…
-Esc…Escucha…N-no tienes que responder s-si no quieres, pero déjame marcharme, te lo suplico…

El ser no respondió. Ántimo seguía mirando a la figura antropomorfa, que no le quitaba ojo. Finalmente decidió ponerse de pie.

-Dame tu fe…
-P…¿Perdón?
-Dame tu fe, abrázame.
-¿E…eres una de las personas desaparecidas?
-Dame tu fe, abrázame.
-Creo que d…debería irme. Siento las molestias…
-Dame tu fe, abrázame.
-Pero…
-¡¡¡DAME TU FE, ABRÁZAME!!!

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