3 de febrero de 1830. Tesalónica. 21:30 de la tarde.
La ciudad y la periferia era un tumulto constante. El
ambiente de júbilo y de alegría que se respiraba en el ambiente recorría toda
la zona hasta el puerto, y nadie estaba exento de tales celebraciones. No era
para menos, pues 9 años después de la declaración de independencia griega del
Imperio Otomano, por fin le era reconocida a Grecia la independencia. Todos
estaban exultantes de alegría, y la noticia se extendía como la pólvora. Hasta
en el monasterio de Vlatadon se respiraba un aire contenido de paz y de
alegría.
Ántimo recientemente había alcanzado la categoría de
arzobispo de la Iglesia Ortodoxa griega. Y realmente, esta era la mejor época
que podía vivir, sin duda alguna. El pueblo iba a entregarse por completo a la
causa, sin olvidar obviamente el pasado musulmán. A pesar de que había podido
ejercer oficio sin ningún tipo de problemas, esto le aseguraba no tener que
ocultarse más en caso de hacer algo contrario al islam. Era el séptimo con ese
mismo nombre, y le esperaba una trayectoria llena de éxitos dentro de la rama ortodoxa
griega. Pero aún así, había algo que no le cuadraba de todo esto. Muchas cosas
estaban volviéndose turbias en Europa. España, la península itálica, la cuenca
del Rhin… Mucho movimiento. Sí, Grecia había conseguido lo que tan ansiadamente
buscaba, pero… ¿Y ahora qué?
Esa noche había decidido salirse un poco de sus labores de
revisión en Tesalónica, y había decidido ir bosque a través para contemplar
desde lejos las maravillosas vistas que la ciudad ofrecía. Ántimo era un hombre
muy curioso, y muy docto en la ley ortodoxa. Siempre estaba ojeando
manuscritos, o curioseando cualquier mapa. Por tanto, no era de extrañar que en
un momento dado se le diera por desaparecido simplemente porque quería ver las
vistas desde otro punto. Y lo que es mejor, siempre le gustaba ir sólo. Así que
allí fue, a la aventura, con la única compañía de una vela y un libro, y la
sóla presencia de la luna llena, sobre un cielo despejado y estrellado que daba
al bosque una brisa tranquilizante. Las ramas de los árboles se movían haciendo
las hojas sonar al compás de la brisa, haciendo un ritmo precioso que envolvía
aquella magnífica atmósfera. Tras llegar a un claro, Ántimo decidió contemplar
la ciudad.
Desde aquel lugar la ciudad lucía de una forma especial.
Todo alrededor era la más pura oscuridad, mientras que la ciudad radiaba luz y
felicidad. Ántimo podía contemplar en la plaza algunos niños jugar, algunas
mujeres compartir alimentos con otros trabajadores, o algunos ancianos pasear
mientras conversaban acerca de la gloriosa etapa que le tocaría vivir a sus
hijos. “Magnífico”, pensaba Ántimo, mientras colocaba la vela en un lugar
correcto para facilitar la lectura de su libro. Lo abrió y, tras ojea algunas
páginas, se detuvo en la 201. En esa página pudo observar unas palabras
escritas en cursiva, que realmente se salía de la monotonía del libro, tanto en
su temática, como en la forma escrita del libro. Los versos decían así:
“Y ya no creo en nada,
Ni en esta soledad, ni en esta sensación
De vacío abandonada”.
Ántimo se esforzó en memorizar esos versos. De una forma u
otra sabía que algo raro debía haber tras ellos. Trató de explicarse a sí mismo
que hacía en un texto apócrifo unos versos de esa índole. Pero nada explicaba
esa presencia. Durante varios minutos Ántimo siguió leyendo el libro, ojeándolo
por encima, por si había algún otro verso que pudiera conectarse con los
anteriores. Nada. Ántimo decidió entonces echar un último ojo a la ciudad antes
de volverse al templo. Tomó una respiración honda y sin decir nada volvió,
retrocediendo la senda que había seguido. Pero la vela se apagó.
Inebitablemente Ántimo acabó perdiéndose por el bosque.
Trataba de mantener la calma mientras pensaba en alguna pista que le pudiera
indicar el camino seguido con anterioridad. Pero las últimas noticias de
personas desaparecidas por el bosque no le tranquilizaban demasiado. En la
última semana habían desaparecido 3 personas, y en una región en la que nunca
pasa nada… es extraño. Ántimo no hizo caso a esos pensamientos turbios y siguió
buscando una forma de volver al templo, y caer en la cuenta de que cada paso
probablemente le alejaba de su objetivo. Finalmente decidió que lo mejor era
buscar un lugar donde pasar la noche y esperar a que la noche muriera.
A pesar del frío que hacía en esta región en febrero, Ántimo
supo sobreponerse y se tapo con una rama caida, mientras utilizaba un brazo a
modo de almohada. Y tras unos instantes, consiguió conciliar el sueño. El
viento cada vez era más fuerte y finalmente la rama que tapaba a Ántimo voló,
arañando la cara del arzobispo. Ahora sí que tenía un problemón. No sabía
realmente si iba a morir o si alguien lo iba a encontrar. Por lo menos, contaba
con la esperanza de que en el templo hubieran dado la alarma y le estuvieran
buscando. Ántimo comenzó a correr ladera abajo asustado por el viento, que
levantaba piedras. En uno de los aspavientos hacia atrás, tropezó, rodando
hasta uno de los claros del bosque. Ántimo se mantuvo unos instantes en el
suelo, descansando por la carrera que acababa de darse. Finalmente, decidió
levantarse. No parecía herido, así que decidió continuar, esta vez sí, de forma
más tranquila. Pero algo llamó su atención.
En medio del bosque, en un lugar practicamente inhabitable,
se hallaba estacionada una estructura aparentemente de metal, con
protuberancias delgadas que llegaban hasta donde la vista podía diferenciar,
fundiéndose con la oscuridad de la noche. Gran parte de la estructura se hallaba
sostenida sobre unas protuberancias finas que entraban en contacto con el
suelo. Realmente ninguna apertura aparente facilitaba la inspección. Entonces…
¿Quién había hecho ese artilugio? Y lo que es peor… ¿Para qué? Ántimo se acerco
despacio para contemplar de cerca la estructura, y pudo contemplar como en su
superficie se reflejaba a modo de espejo los árboles de alrededor, así como las
estrellas y la luna. El miedo comenzaba a apoderarse de Ántimo, que decidió
posar su mano en la superficie, para verificar que aquello era real… Y vaya si
lo era.
La estructura al entrar en contacto con Ántimo comenzó a
emitir un sonido muy fuerte, a modo de bocina. Ántimo se alejó rapidamente y se
escondió tras una piedra, mientras contemplaba lo que podía pasar. El sonido
tras unos instantes cesó, y todo volvió a la calma. Ántimo confiaba en que
alguien hubiera podido oir aquel sonido, y que alguien pudiera ir a por él,
pero tras unos intantes… no pasó nada. Ántimo decidió entonces coger una
piedra. La contempló lentamente y miró la estructura… Y tras santiguarse 7
veces, decidió lanzarla. El sonido volvió, ahora con más fuerza, mientras una
luz radiaba de la zona superior de la estructura. Finalmente, de un lateral
surgió una apertura, de la que comenzó a salir una luz cegadora y un humo
blanquecino. Ántimo se acercó lentamente al lateral, y se posó en frente de la
luz. No podía ver nada, y comenzaba a no ver lo que había alrededor.
Finalmente, decidió apartarse. Ántimo se cayó al suelo y comenzó a alejarse
gateando. Al darse la vuelta, pudo ver dos figuras antropomorfas. Ántimo estaba
asustadísimo, no sabía de qué iba todo esto. Una de las figuras antropomorfas
decidió adentrarse en la estructura, mientras la otra contemplaba fijamente a
Ántimo. Ántimo decidió hablar con el ser.
-¿Ho…Hola?
No obtuvo respuesta.
-S…soy Ántimo, el arzobispo de la rama ortodoxa griega…
¿Q…quién eres tú?
-…
-Esc…Escucha…N-no tienes que responder s-si no quieres, pero
déjame marcharme, te lo suplico…
El ser no respondió. Ántimo seguía mirando a la figura
antropomorfa, que no le quitaba ojo. Finalmente decidió ponerse de pie.
-Dame tu fe…
-P…¿Perdón?
-Dame tu fe, abrázame.
-¿E…eres una de las personas desaparecidas?
-Dame tu fe, abrázame.
-Creo que d…debería irme. Siento las molestias…
-Dame tu fe, abrázame.
-Pero…
-¡¡¡DAME TU FE, ABRÁZAME!!!
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