miércoles, 3 de abril de 2013

Sin Nombre. Capítulo X


5 de agosto.
            La relativización del tiempo es un tema interesante para abordar en un debate dirigido. Podrías ver la opinión siempre sosegada y razonada de un físico, de un astrónomo o de un biólogo, contrastada con la opinión apasionada y siempre relativista de un historiador, un filósofo o un arqueólogo. Como todo en esta vida, tu concepción de las cosas depende del lado del que estés dispuesto a analizarlo. En cuanto al tiemp, mucho se ha escrito ya, y muchos escritores se han literalmente arrancado la cabellera con tal de aportar un nuevo punto de vista o un enfoque que trate de ahondar un poco más en ese complejo artificial creado por el hombre como lo es el tiempo. Y, sin embargo, siempre caeremos en el error, en ese error que el ser humano repite constantemente sin ninguna posibilidad de remediarlo. Ni aunque quisiéramos podríamos evitarlo. El ser humano, pierde tiempo por encima de sus posibilidades.     
            De media, el ser humano pasa un tercio de su vida durmiendo. Eso quiere decir que si vives 60 años, 20 has estado durmiendo. ¡20 años! En números, esta cifra es una auténtica locura, pero no es alarmista comparándolo con el tiempo que gastamos estudiando o trabajando. El ser humano creó ese complejo tan útil como es el tiempo, y resulta que ese complejo ha terminado por esclavizarnos. Resulta irónico…
            Allí en el búnker, nuestros seis personajes eran esclavos del tiempo. Contaban los días que les faltaban para salir de ahí, a pesar de que eran conscientes de que podrían haber perdido la cuenta de los días de cautiverio en un descuido. El tiempo, que tanto habían desperdiciado en tareas estúpidas que ahora no valían para nada, no iba a volver con ellos. Bucher contemplaba en su cabeza con cierta nostalgia los años de juventud que había invertido a su juicio en formación militar, en escalar posiciones, hasta convertirse en la figura más importante del ejército español. Carlos era la segunda persona con más edad allí dentro, pero no llegaba a la cuarentena, por lo que era consciente aún le quedaban muchas cosas por vivir. Su vida se había basado en una diligencia constante al trabajo, una predisposición inaudita a todo lo que representaba el deber y el hacer. Desde que su padre falleció, él quedó al cargo completo del negocio de ñapas, y nunca había fallado a un solo pedido. La tranquilidad que residía en su cabeza era que ni siquiera esa guerra le hizo fallar al pedido de Ramón. Claudia y Verónica habían llevado unas vidas practicamente parejas, al ser amigas desde que iban al colegio. Fueron juntas a secundarias, y las dos se conocían de una manera tan profunda, que Clausia era capaz de enumerar uno por uno los chicos con los que había estado Verónica, y esta las manías que tenía Claudia. Ramón recordaba vagamente momentos de antaño, pero no con demasiado cariño, ni con demasiada exactitud. Sólo recordaba aquel condenado libro que le había vuelto loco en profecias. Si aquel adivino francés levantara su cabeza y contemplara su obra, vería a millones de seres humanos asustados porque aquel astrólogo acertó con unas fechas determinadas. Y por otro lado estaba Laura, que con sus cinco años, no había vivido practicamente nada, y sus días se basaban en terminar con los folios que Ramón le daba para que dibujara. Tan sólo dos bolis bic, azul y rojo, para que esa niña se convirtiera en el Da Vinci del mañana.
            Lo cierto es que aquella niña tenía unas dotes increibles para el dibujo. Era capaz de dibujar cuatro variantes diferentes de gatos, con sus características diferenciantes. El siempre siniestro gato negro, tumbado sobre un tejado, como siempre había visto al gato de los vecinos, liken, caminar por los canalones hasta acomodarse sobre las tejas a echarse la siesta en las tardes de brisa veraniega. Dibujaba gatos asilvestrados, jugando con una pelota. Dibujaba gatos monteses, saltando para intentar alcanzar a un jilguero. Y todo, claro está, con las limitaciones que tiene una niña de 5 años, y con las limitaciones que suponen dos bolis bic y un plastidecor naranja.

            Aquel 5 de agosto Ramón se levantó decidido. No sabía a qué ni tenía la más remota idea de por qué tenía esa sensación, pero tenía algo muy claro en la mente, y eso era que, si esa gente quería seguir con vida allí dentro, tendrían que comenzar a sincerarse en ese preciso momento. Y, mientras repasaba en su cabeza lo que Verónica había dicho una semana atrás, reunió a las chicas con el maniatado general y con el amordazado Carlos, y comenzó a exponer sus temores. Ramón tenía miedo de que alguno de los allí presentes tuviera un arrebato de claustrofobia y acabara con los demás, lo que no le ayudaría a salir. Por otro lado era consciente de que Verónica le había dicho la verdad, aún con lo dolorosa que era. Por ello, se fiaba de ella y de su hermanita, pero no del resto. Y ello no excluía al salvador particular Carlos, ni a la amiga de Verónica, Claudia. Así que pidió sinceridad a la hora de volver a hablar, y así el se sinceraría al final.
            Verónica seguía muy enfadada con Ramón, pero se sentía sorprendida de que finalmente se hubiera decidido a reanudar las conversaciones una semana después. Su vecino nunca había sido muy sociable precisamente, por lo que su voto de silencio no le sorprendía precisamente. Lo que realmente sorprendía a la joven era que hubiera sido él el que hubiera tomado la iniciativa, dado que siempre había sido muy poco lanzado, y solía dejarse llevar por lo que ella o su mujer Helena le proponían. Tal era su grado de cierre a si mismo, que en el tiempo que llevaba siendo su vecina, nunca le vio con un solo amigo. Y ya le costaba a Helena sacar a su marido de la casa. Helena siempre sostuvo que él no era así, que todo cambió de golpe desde que volvieron de la luna de miel de Paris y le regaló un libro que había pertenecido a su mejor amigo, fallecido hace unos años. Cuando Verónica preguntaba por ese amigo, Helena se limitaba a decir: <<era un buen chico, pero nunca superó la pérdida de su novia, y acabó por autodestruirse con la droga.>> No tuvo ni entierro, por lo que sabe, porque no se encontró ni un solo rastro del cadáver de aquel amigo de Ramón. Y, aunque Ramón estaba muy apegado a ese chico, superó rapidamente la pérdida.
            En esta ocasión, la primera persona que hablaría sería Claudia. Ya estaban todos dispuestos en un círculo, con la mesita de salón en el centro, Carlos tumbado en el sofá, y el militar sentado en la silla en la que llevaba atado tanto tiempo. El general había comenzado a notar como sus músculos empezaban a entumecerse, pero no había dicho nada ni se había quejado por orgullo. Sabía que él era la persona más fuerte que había en aquel refugio, y tarde o temprano se lo haría saber al resto. Tan sólo tenía que esperar…
            Esa niña, esa niña era la clave de que todo comenzara a funcionar según sus planes. Primero intentaría crear un altercado entre Ramón y Carlos, para que se golpearan y las otras chicas trataran de separarles. Bucher entonces hablaría con la niña, y le pediría que le soltara para poder separar a los dos hombres. Y cuando estuviera suelto, cogería una de las armas que le habían quitado y dispararía en la sien a Carlos y a la niñata de Claudia. Y, cuando Ramón abriera la puerta, acabaría con el resto, iría a Galicia y se refugiaría con los estadounidenses allí colocados para no caer en manos de los coreanos que se abrían paso desde el levante. Aunque también existía la posibilidad de que ya hubieran llegado los comunistas a esa zona, porque aquello era un factor muy probable y que debía tener en cuenta. Y todo ello teniendo en cuenta que no les estuvieran esperando en las salidas para dispararles nada más asomar la cabeza.



            -Vale, Claudia. – Dijo Ramón. – Verónica te conoce, pero el resto no. Podrías hablarnos un poco de ti para que te fuéramos conociendo…
            -Ya hablé de mí hace unas semanas, pero estabas KO. – Respondió Claudia con un tono que reflejaba la autodefensa. Yo soy Claudia, tengo 23 años y soy amiga de Verónica desde que teníamos la edad de Laura. Nos hemos visto crecer, hemos compartido amigas, ropa, libros… Si no somos hermanas, es por el apellido. – Claudia se reía mientras buscaba una mirada de complicidad con Verónica, que se limitaba a sonreir, mientras que Laura ponía una mueca cómica extendiendo con sus dedos índices los labios y sacando la lengua, mueca que fue imitada por Claudia antes de seguir. – Estudiaba fisioterapia y estaba a punto de acabar la carrera. Trabajaba en un bar como camarera para pagar el alquiler y la carrera, y no me iba mal del todo… Hasta que a ese capullo – dijo, señalando a Bucher – le dio por jugar a las comanditas y se cargó el poco orden que había en esta casa de locos a la que llamamos España.
            -¡Tú qué demonios sabes de nada de lo que hablas! ¡No eres más que una niñata estúpida con miedo! ¡Mientras tu veías tu primera polla, yo estaba defendiéndote de amenazas internacionales, así que ten un poco de respeto hacia tus mayores! – Dijo Bucher alterado.
            -Ahí hay dos cosas que están mal. En primer lugar, tú no me has defendido de nada. Simplemente ibas detrás de lo que Bush os ordenaba a ti y a Aznar, porque por ti mismo eres incapaz de hacer un juicio de valor. – Dijo Claudia, complacida ante el estado furioso de Bucher. – Y en segundo lugar, eso no pasó mientra yo veía mi primer pene, porque yo soy…
            En ese momento Claudia se quedó en silencio, pensativa. Realmente estaba comenzando a sopesar la posibilidad de que hubiera desperdiciado su adolescencia y ahora estuviera desperdiciando su juventud. Una lágrima brotó de su mejilla, mientras por su cabeza pasaban un cúmulo de sensaciones. Y ninguna era buena. Recordó aquella vez que aquel chico en secundaria, Alejandro, le pidió salir delante de todas sus amigas, y ella se limitó a reirse y a decir que eso no pasaría ni en el mejor de sus sueños. Semanas más tarde pudo ver a ese chico besándose con una de sus mejores amigas, y recordó aquella sensación de impotencia y de amargura, como si le hubieran quitado aquello que tanto había querido. Y eso que Alejandro nunca fue nada suyo, por lo que desde ese momento se prometió a si misma que jamás se enamoraría de nadie, y por ello evitaba hablar con los chicos, y pasaba los ratos que no estaba trabajando o en clase, estudiando.
            -Me das pena. – dijo Bucher con toda la alegría que podía albergar en su ya demacrado ser. Y mientras a Claudia se le caían unas lágrimas más que era incapaz de contener, Bucher añadió: - Y eso es porque nadie en tu vida te ha querido. Y nadie lo va a hacer, porque disfrutas riéndote de los demás, con tus bromas y con tu manía de decirle constantemente a la gente lo que hace mal, ya sea intencionado o no. Te conozco desde hace poco, pero en este corto periodo de tiempo te he calado de lleno, y sé que tipo de persona eres, y eres realmente repugnante.
            Ramón y Verónica parecían haberse puesto de acuerdo, y miraban de forma inquisitiva al general, que parecía disfrutar con la escena, hasta que asimiló que lo que acababa de hacer era contraproducente para su plan de huida.
-Te… Te pido disculpas si te he ofendido, que visto lo visto, queda claro. Todavía nos queda un poco de tiempo aquí encerrados, y tenemos que convivir, así que te pido disculpas. Los demás no tienen la culpa de nuestras discusiones. Me arrepiento, de verdad…
-Tú no te has arrepentido en tu vida de nada. – Decía Claudia mientras se restregaba los ojos con las manos, debido al escozor que le producían las lágrimas. Pero es no aliviaba ese escozor. Al contrario, no hacía más que agravarlo. La suciedad que se había incrustado en su cuerpo tras tantos días sin darse una ducha, inflamaba a cada paso los globos oculares, creándose así un inicio de conjuntivitis que no podía acabar bien. Y al ver que aquello no la aliviaba, lloró de forma aún más amarga y desconsolada, sólo aliviada por el abrazo de su amiga Verónica, que había abandonado su posición en el círculo. – Tú nunca te arrepentirás del daño que estás causando. Me acusas a mí de ser una persona repugnante. ¿Te has mirado alguna vez a un espejo? Tratas a los demás como si fueran tus subordinados, ¡Y eres el rey sin corona de un país destruido! Te crees valiente, sólo porque entraste con los comepollas de tu escolta, y acabaste con toda la clase política de este país. ¡Eres tú el que da auténtico asco!
-¿Crees que esto lo he hecho por gusto? ¿Niña, sabes cuanto ganaba en mi sitio, dirigiendo las prácticas de los cadetes? Era un sueldo muy digno, yo no necesitaba meterme en este verengenal. Pero, si no lo hubiera hecho yo, ¿Quién lo hubiera hecho? Esto no es tan simple como todos os pensáis. La prensa amarillista de la que estáis todos tan orgullosos, os ha vendido esta guerra como una guerra entre falangistas y comunistas. ¿Estamos locos? ¡En mi vida he tolerado que se me llamase falangista! ¿Os creéis que esto sigue siendo 1939? ¡Volved a la puta realidad! La realidad es que una crisis económica estaba a punto de colapsar la economía occidental, y que entonces todos esos paises de los que nos hemos aprovechado durante tanto tiempo, se sublevarían, y perderíamos el poder. ¡Esa es la auténtica realidad del conflicto! ¡No es una lucha de clases! ¡No es una guerra entre la izquierda y la derecha! Es algo mucho más simple que todo eso. ¡Son ellos, o nosotros! Y me negaba a que los islamistas acabaran con nuestras libertades. Y, en vez de ser alabado por el pueblo, estoy aquí, escuchando las lamentaciones de una desesperada que necesita que le metan un rabo con urgencia. Esa es tu realidad. Y mientras los demás tratamos de mantener la compostura y de no alarmar a la cría, tú nos vienes con tus pataletas quinceañeras y cargas contra mí como tu objeto de desesperación. ¡No te culpo, todos lo han hecho! ¡Carlos me ha pegado! ¡Ramón no se fía de mí! ¡Me habéis atado a esta silla! Dadme una tregua, por Dios…

Ramón simplemente miró hacia otro lado.
Sabía que tenía razón en cada palabra que el general había dicho. Es cierto: nadie allí se hacía a la idea de la magnitud del conflicto que se estaba desarrollando posiblemente sobre sus cabezas, y mientras arriba estaba muriendo gente inocente, ellos estaban lamentándose allí dentro como ancianos a los que les quitan la pastilla en la seguridad social. Falso compadecimiento. La realidad es que cuando salieran de ese zulo, nadie se preocuparía por nadie. Verónica, Laura y Claudia se irían por su lado. Bucher se iría a reclamar su trono a dondequiera que estuviera pensando. Él no tenía un plan real de supervivencia tras esto. No había reparado en que esos 40 días de radiación se terminarían. Y ahora la realidad se topaba ante él y le ponía en su sitio. Y Carlos…
Ramón se acercó con rapidez a Carlos, y de un tirón le quitó el esparadrapo. Con el esparadrapo, se quedaron adheridos algunos pelos de la descuidada barba que le había salido al manitas. Tras un grito controlado por Carlos, Ramón le incorporó en el sillón, echando casi a las dos muchachas, y comenzó a interrogarle.
-¿Quién coño eres y dónde está tu familia?
-¿Estoy obligado a responderte? Me has tenido días con la venda en la cara… ¡Tenía menos derechos que ese capullo!
-Estabas alterado, y debía mantener la calma.
-¡A la mierda con la calma! Me desmayaste y me ataste. ¡Como a un animal! La realidad es que mientras estabas desmayado, comatoso, catatónico, ¡Yo que sé! La realidad es que YO mantuve el orden, capullo. YO até a ese imbécil a la silla, YO organicé las provisiones para que duraran el máximo tiempo posible, y YO tuve la idea de poner los desechos en bolsas. ¿Qué has hecho tú mientras has tomado el mando? ¡Ah, si! Nada. No has hecho nada. Te has limitado a observar y a callar. No eres un puto hombre de hielo. ¡En algún momento estallarás! ¡Estoy seguro de ello! Intentas mantener la calma, porque sabes que de un momento a otro este puto búnker se nos puede venir sobre las cabezas.
-Este búnker no se va a venir abajo, tú lo arreglaste. Yo te pagué por ello dejándote estar aquí. – Dijo Ramón, intentando ocultar el miedo que se acababa de instalar tras lo último dicho por Carlos. - Responde: ¿Quién eres?
-¿Quieres tu respuesta? No vas a parar hasta conseguirla, ¿Verdad? Mi nombre es Carlos Sánchez Goitisolo, y trabajaba como autónomo en una compañía de arreglos domésticos y de decoración de interiores. ¿Contento?
-¿Te crees que con eso nos basta? Antes de que todo se desatara, dijiste que tenías una familia. ¿Por qué no te fuiste con ellos? ¡Di la verdad!
-¿Queréis saber la verdad? ¡No tengo familia! Me lo inventé todo, porque no soporto la idea de morir sólo. La gente no quiere que sus hijos se junten con gente solitaria. Mis amigos se fueron casando poco a poco, y después vinieron los niños. Pronto me dieron la espalda, y yo me quedé sólo. ¡Tan sólo el trabajo me aliviaba! Pero al terminar la jornada, llegaba a casa, con un sentimiento de vacío interior que no llenaba nada. La muert de mi padre sólo agravó las cosas. Mi madre había fallecido años antes, y no tenía hermanos. ¡Estaba sólo! Y entonces llegaste tú, Ramón, y me diste una oportunidad. – Carlos se esforzaba por no mostrarse débil, pero a cada palabra que soltaba le costaba más contenerse. Le costaba mostrar esa faceta que había ocultado durante tiempo, y más ante personas que aún le resultaban extrañas. – Tú tenías un búnker, y yo podía arreglártelo. Si, era muy difícil que esto resistiera. ¡Pero era una posibilidad! ¡Y sigue siendo una posibilidad! Nos quedan doce días para salir de aquí, trece quizás, pero esto puede resistir. ¡Puede resistir! Pero también puede que no resista. Y sólo yo sé como arreglar esto. Suéltame.
-¿Estás diciendo que nos has mentido a todos porque tenías miedo de que la gente se diera cuenta de lo patética que era tu vida? – Dijo Bucher mientras levantaba un lado del labio superior, señal inequívoca del asco que le producía oir aquellas palabras. – Muchacho, en la mili te habrían enderezado, y te habrían quitado esas tonterías de la cabeza.
-No la hice cuando me tocaba. Mi generación fue de las últimas que la hizo, y yo me libré por pies planos.



Laurita dibujaba en el suelo, ajena a lo que pasaba a su alrededor. Carlos trataba de ocultar su rostro, por la vergüenza que le producía todo lo que acababa de pasar. Intentaba ocultar su cara bajo un cojín, o replegándose sobre si mismo, para que no le vieran llorar. Ramón se dirigió entonces a Bucher, y volvió a preguntarle, a pesar del miedo que le daba la información que el militar podía manejar.
-Bucher… Hay algo que siempre me he preguntado. ¿Era necesario que colgaras a mi amigo Pablo del techo?
-Mató a dos de mis hombres. El muy gilipollas buscaba dinero para gastárselo en droga. El tío no sabía que había estallado una guerra, y se movía por la calle dando tumbos. En ese momento mi subordinado y yo inspeccionábamos las calles del pueblo, en busca de algún sitio seguro donde pasar la noche. Mis tropas instalaron el campamento en un campo de fútbol. Todo en el más absoluto silencio, para que los vecinos que quedaban en la zona no se percatasen de nuestra invasión. Los estúpidos periodistas vendieron la ocupación como que queríamos tomar el Valle de los Caidos, exhumar a Franco y exhibirlo en cada batalla que libráramos. Los muy ignorantes pensaban que haríamos con Franco la que hicieron con el Cid cuando entraron en Valencia. ¡Hay que ser estúpido! Y allí estaba tu amigo Pablo, hebrio  e incapaz de articular más de dos palabras seguidas. Un soldado mío se acercó para pararle y preguntarle… Y la respuesta que obtuvo fue una puñalada en el corazón. Otro de mis soldados le disparó, pero él estaba usando a mi soldado como escudo humano. Después se metió en un callejón, y finalmente entró en tu casa. Nos sorprendió que estuviera vacía, pero eso nos facilitaba el rastreo de aquel asesino. Subimos al piso de arriba, y le vimos esconderse en un armario… Allí era blanco fácil. 5 de mis hombres le apuntaro, y yo pedí que saliera y le perdonaría la vida. Él salió, y yo le coloqué una soga en el cuello. Colocamos la cuerda en una sala grande del primer piso, y le ahorcamos. Pero algo salió mal. Hicimos demasiado ruido, y vosotros os disteis cuenta. Así que cuando os sentimos, nos ocultamos entre los arbustos, para ver qué o quién hacía el ruido. Y, menuda sorpresa cuando, de entre el césped de tu jardín, se abría una puerta, y salíais Carlos y tú.
Ramón no daba crédito a lo que oía. Sin embargo, seguía manteniendo ese temple que tanto le caracterizaba.
-Vistes el cuerpo de tu amigo. – Prosiguió el general – Y lejos de amedrentarte, fuiste a buscar al culpable. Y en ese momento… La niña. Me había olvidado por completo de la niña.
Los ojos de verónica se abrieron como si se tratara de la primera toma en blanco de un rollo de película. Un rollo de película es capaz de reproducir 24 fotogramas por segundo. ¿Te imaginas lo que puede ser en una película de duración media como El Club de la Lucha? ¿Sabes la cantidad de tiempo invertido en el resultado final de esa película? Brad Pitt, Edward Norton, David Fincher, Chuck Palahniuk… Todos han puesto su granito de arena, algunos en mayor medida de otros, y, sin embargo, ninguno de ellos hizo la reflexión del valioso tiempo que invertían en hacer esa adaptación del libro.
Pocos saben que el propio Palahniuk fue el encargado de los diálogos en la película. El excéntrico escritor no quería que esos chupasangres de Hollywood se cargaran su primera novela. En ese búnker, Bucher parecía pensar lo mismo: nadie se va a cargar mi película. Nadie se va a cargar mi historia. Cuando salga de aquí, vosotros seréis los malos, y entonces seré yo el que os dibuje pollas en la cara, u os deje maniatado días enteros pasando hambre. Entonces seré yo el que haga las preguntas.
Verónica se apartó rapidamente de Claudia, y, rápido como un rayo, la sonora bofetada de la mano de Verónica sobre la tez de Bucher sonó con una potencia que no recordaban desde el estruendo de la bomba. No se le asemejaba ni lo más mínimo, pero tras el estallido de la bomba, aquella bofetada había sido lo más fuerte que habían oido en todo este periodo. Bucher giró la cara a un lado por el impacto, y su cara esbozó una mueca de dolor mezclada con desprecio. Un desprecio que se había hecho cada vez mayor a cada vejación que le hacía alguno de los presentes. Ramón le había quitado las armas, Carlos le había maniatado, Claudia le había puesto de los nervios, y le había humillado pintándole falos en la cara, y ahora Verónica, la única que parecía normal, le aplanaba la cara con un tortazo y le provocaba una herida en el labio inferior. Bucher gesticuló una mueca que emitía una repulsión mayor que la anterior, y escupió justo al lado de las bolsas de desechos que se apilaban a sus espaldas. El escupitajo dejaba ver la saliva mezclada con la sangre de la herida. El general volvió a mirar a Verónica, sorprendida por la magnitud del golpe, y dijo:
-Llevo 20 días con bolsas llenas de mierda detrás de mí, y si piensas que esto me provoca algún tipo de humillación mayor que las que me habéis hecho entre todos, os equivocáis. Y, para que te quede claro, nosotros no le hicimos nada a tu hermana.
-Es verdad, Vero… - Se limitó a decir Laurita, sin despegar la mirada del dibujo. La niña comenzaba a ver como algo normal y cotidiano los golpes y la violencia verbal. Su inocencia se apagaba.
-¿Y por qué te la llevaste? – Dijo Verónica entre lágrimas que volvían a asomarse de sus irritados ojos.
-Porque aquel capullo… Raúl, se llamaba. ¿No?
-Si…
-Raúl iba directo a por ella. Tú le viste caer, pero no viste cómo sacaba de su bolsillo un cuchillo. Mis soldados le abatieron rapidamente, porque pensábamos que suponía una amenaza para nosotros. Pero cuando encontramos a aquella niña en el coche, envuelta en lágrimas y ropa sucia, entendimos que no éramos nosotros el objetivo. Y, con lo que dijiste hace unos días, no hiciste más que refutar mi teoría. El chico que murió por una puñalada de Pablo, acabó con tu novio el maltratador, sin que le temblara el pulso. Así es la guerra. Unos mueren, otros matan. Nos la queríamos llevar a un lugar seguro, y por eso buscábamos un sitio donde establecer el campamento. Y llegó Pablo.
-Y entonces fue cuando vimos a Laurita mirando el cadáver de Pablo… - Dijo Carlos aliviado por haberse resuelto la gran duda.
Verónica le preguntó a Laura si aquello era cierto, y la niña se limitó a decir que si. Que se había escapado de los militares cuando llegó aquel chico malo porque quería buscar a su hermana, porque no quería que le pasara lo mismo que a Raúl. Verónica rompió a llorar con una intensidad desmesurada, como el golpe que le había dado antes al general. Se abrazó lo más fuerte que pudo a su hermana, y comenzó a darla besos por toda la cara y por el cuello, mientras no dejaba de llorar, y dejaba escapar gemidos de alivio entre cada palabra entrecortada que conseguía decir. Su hermana, que no terminaba de entender la situación, se limitaba a reirse y a agitar el papel en el que había dibujado. Claudia atrapó el papel y comenzó a verlo, y al verlo comenzó a llorar también. Pero no era un llanto lleno de amargura, como el que había tenido minutos atrás. No, este era un llanto lleno de alegría y de felicidad. Lleno de esperanzas, de ternura y de cariño. Una Claudia hecha añicos por el amor enseñó a Carlos el dibujo, y finalmente a todos.
Aquel dibujo era una utopía, pero una utopía cargada de crítica a los adultos y a su modo de ver la vida. En el centro estaba Laura, cogida de la mano de su hermana y de Carlos, y a su alrededor, Bucher, Claudia y Ramón. Todos tenían la cara sonriente, y Claudia llevaba en sus manos un ramo de flores. El general llevaba su uniforme impoluto, y Ramón tenía una tripa muy disimulada. La idealización de los adultos fue lo que les conmovió. Un cielo azul resplandeciente, con un sol que llevaba puestas unas gafas de sol, en la esquina superior derecha. Iluminaba el prado en el que se encontraban, lleno de flores y de una hierba roja. El río azul culminaba aquella obra maestra.
Laurita comenzó a explicar el dibujo: quería que los mayores dejaran de discutir, y quería que juntos formaran una nueva familia. Decía que echaba de menos a sus padres, y que Verónica sería su hermana, porque teniéndola a ella no necesitaba una madre. Y Carlos estaba a su lado porque había dicho que tenía una hija de su edad, y porque contaba muy bien los cuentos, y porque sabía que le gustaba a su hermana. Verónica se ruborizó al oir aquello, y se puso roja como un tomate. Claudia y Bucher comenzaron a reir de forma descontrolada, una escena muy bella. Dos personas completamente enfrentadas reían por un motivo común: la inocencia que parecía desaparecida, ahora estaba en los corazones de todos más a flor de piel que nunca. Y eso era hermoso.
Era hermoso ver como aquella niña se había olvidado de todos los problemas que había allí dentro y continuaba manteniendo la inocencia de una niña de 5 años. Era hermoso ver como el tiempo, que tanto se nos escapa de las manos siempre, se paraba en ese preciso instante para mostrarnos una estampa digna de una postal navideña. Por un momento, el hacha de guerra se enterró en lo más profundo de sus corazones, y se olvidaron de todo lo que les rodeaba, para disfrutar del momento.
Es curioso lo circular del tiempo en el ser humano. Naces, creces, te reproduces, y mueres. Formas una familia, y esperas que tu sucesor forme su familia, y así continuamente. Te levantas, trabajas, vuelves a casa, cenas y te duermes. La rutina del tiempo, un esclavo que nos esclavizó. Pero aún hay esperanzas de poder vencer a ese gigante. Aún podemos ganarle la batalla al único Dios del que tenemos la certeza absoluta de que existe. Seguiremos creyendo en las utopías.

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