domingo, 13 de enero de 2013

Sin Nombre. Capítulo VI


Un olor insoportable, emanado de los sobacos de todos los individuos. Unas garrafas de agua que se agotaban conforme pasaban los días, y un hombre amordazado a una silla.

Día 15 desde que la bomba estalló. Carlos estaba comenzando a sufrir migraña crónica debido a la presión de la situación. Cuando no dormía, el dolor de cabeza que sufría era tan grave que le entraban ganas de cortarse la yugular con unas tijeras y acabar con todo ese sufrimiento. Visto en cierto modo, eso aseguraría la supervivencia del grupo cuando se acabaran los víveres, pero recordó que, a pesar de que la sociedad en la que se crió probablemente ya no existía, el canibalismo seguiría estando mal visto allí dentro. Quizá el hecho de ver a las tres chicas desvalidas con el monstruo de Bucher era lo único que le mantenía con ganas de salir con vida de ese zulo, aún a pesar de que, conforme pasaban las horas, esa idea se desvanecía más y más rápido.
            Verónica no se despegaba del lado de Ramón practicamente en todo el día. Tenía miedo de que ese golpe le hubiera afectado lo suficiente como para no volver a despertarse. Pero algo le aterraba aún más, y era la posibilidad de que muriera. En su relación como vecinos habían creado un vínculo que se alejaba de la simple relación vecinal. Habían tenido sus discusiones típicas, pero siempre se resolvían, y solían ir juntos a exposiciones de arte. El hecho de ver a su amigo así le hacía mucho daño. Pero también le dañaba el pensamiento la idea de que, si él moría, los demás morirían encerrados en ese bunker. Laurita se pasaba las horas muertas jugando con Claudia con cualquier cosa que veían. Inventaban juegos, con sus propias normas, y las aplicaban para hacer sus juegos aún más grandes. Carlos miraba con ternura aquella estampa, pero también estaba preocupado por Verónica, que practicamente no probaba bocado, y por Bucher, que parecía disfrutar de la situación.
            En especial le preocupaba la forma con la que miraba a Laurita, en una mezcla entre ternura, comprensión, pero a la vez ira y venganza. Tenía miedo de que le hiciera algo a alguien, pero en especial a la niña de cinco años. Pasaban las horas, y el general seguía contemplando con la misma atención a esa niña. Dios sabe las locuras que estarían pasando por su cabeza.
            Tan pronto como tarde, Laurita comenzó a hacer preguntas, preguntas obvias que necesitaban una respuesta convincente en una cabeza que tenía todo el tiempo del mundo para maquinar la siguiente pregunta que dejara a su hermana en el atolladero. Y de forma prematura y precipitada, llegó.
-Vero, ¿Por qué te preocupas tanto por ese?
Verónica apartó brevemente la mirada de Ramón, para conceder una mirada de ternura a la niña, y la acarició el rostro mientras respondía.
-Quizá sea porque en el fondo es mi amigo, y me duele verle mal. Es una persona que me ha ayudado mucho, y creo que es justo que ahora yo me preocupe por él.
-¿Y cuando saldremos de aquí, hermanita?
-Creo que aún queda un poquito, pero no te preocupes, pronto saldremos de aquí.
Carlos apareció en la habitación con gesto tranquilo y calmado al ver la conversación entre las dos hermanas, mientras dejaba a Claudia vigilando a Bucher. Carlos agarró a Laurita y la sentó en su regazo mientras él se sentaba en la cama restante, al lado de Verónica. El carpintero ñapas miraba a la niña con dulzura, sabiendo que quizá esa niña era lo único que hacía que no se tiraran de los pelos entre ellos en aquel búnker.
-Te voy a contar una historia – dijo Carlos esperando la reacción de la niña.- Es una historia muy antigua, que me contó mi padre cuando tenía tu edad. ¿Quieres oirla?
-¡Si!
-Vale. Esta es una historia de un chico y una chica que viven muy cerquita. Imagínate unas casas hechas de barro ordenadas en una calle. Son unas personas muy muy pobres, así que no saben lo que es la televisión, ni la luz, ni la radio…
-¿Dónde viven?
-Vivían en México, muy cerca de un lago. Ese lago tenía una ciudad enorme en el centro, en una islita, y se conectaba con tierra firme por tres caminos. Esa ciudad era la más importante en todos los alrededores, y todos los campesinos soñaban con poder visitarla al menos una vez. Corría el año 1520, y eran unos tiempos muy raros para esa población. Desde el mar inacabable, unos seres extraños habían llegado en unos barcos enormes y con muy ricas vestiduras iban quemando los poblados de sus amigos. Eran hombres muy crueles, y la gente pedía ayuda a la gran ciudad. Pero la gran ciudad nunca ayudaba, porque quería defender a sus ciudadanos en el caso de que los señores extraños llegaran a la ciudad.
-¿Y el chico y la chica?
-La chica era una chica que desde pequeñita había trabajado como esclava. Ella había nacido en la gran ciudad, pero sus padres la vendieron como esclava a una de las ciudades de las afueras. Esa ciudad no era de la cultura de la que ella provenía, por lo que se sentía muy sola. Sólo había una persona que la comprendía.
-¿El chico?
-Exacto. Desde jovencitos habían soñado con irse lejos. Él había prometido que cuando tuviera dinero, la liberaría comprándola, y después se casaría con ella. Muchas noches se quedaban juntos mirando las estrellas, mientras pensaban en si los dioses les ayudarían en sus sueños. Pero no siempre las cosas salen como quieres.
-¿Qué pasó?
-Aquellos hombres extraños llegaron a su poblado, y comenzaron a saquear sus casas y a matar a sus animales y a quemar sus bosques. El jefe llevaba una armadura de metal que relucía como la plata, y un caballo tan blanco como su rostro, manchado por la suciedad y el barro. Ese hombre buscaba un intérprete para ir a la gran ciudad. Quería invadirla y acabar con ella. Y la chica se ofreció voluntaria. Quería volver a la gran ciudad, ver de nuevo a su madre, y después matarla, por haberla abandonado. Quería venganza, y haría lo que fuera para conseguirlo. Así que se fue con ellos. El chico no lo entendió, y mientras por el día ayudaba a sus amigos a la reconstrucción del poblado, por la noche lloraba y lloraba porque la chica de la que estaba enamorado se había ido sin él. Así que un día, decidió ir a la gran ciudad y buscarla, y fugarse juntos hacia el norte, donde los aldeanos decían que sólo habían tribus que bailaban alrededor de las hogueras con coronas de plumas.
-¿Y el chico salvó a la chica del hombre malo?
-Realmente el hombre de la armadura no era un hombre malo. Solamente le había cegado el poder. Él no quería matar a nadie, y de hecho quería un intérprete para ahorrarse las guerras. Pero a lo que voy. El chico se colocó delante de la ciudad y vio como estaba todo destruido. La ciudad estaba ardiendo, y en las calles se desarrollaba el combate. Así que cogió una espada que encontró en el suelo y luchó de forma feroz contra los enemigos con armadura y contra los nativos. Sin distinguir unos de otros, fue abatiéndolos de uno en uno, buscando a su amada. Y cuando la encontró, tuvo que enfrentarse al jefe, al hombre malo. Lucharon durante mucho tiempo, con las llamas alrededor, pero finalmente…
-¿El chico salvó a la chica?
Carlos miró a Laurita, queestaba realmente entusiasmada con el cuento. Verónica miraba sonriente a Carlos, y a la vez expectante, por saber si le contaría la verdad o se inventaría el final.
-El chico… El chico… desarmó al hombre malo, que huyó por donde había venido con sus amigos. Y el chico se llevó a su amada y se fueron juntos al norte, donde las tribus danzantes les acogieron y les trataron como a iguales. Y colorín colorado…
-¡Este cuento se ha acabado!
-Ja, ja, qué monada. Bueno, ahora tienes que dormirte, y mañana te contaré otra historia, ¿De acuerdo?
-¡Si!
Laurita se tumbó en la cama y Verónica y Carlos se fueron a la otra habitación con Claudia y el general. Verónica no quitaba el ojo de Carlos, y mantenía una sonrisa que nunca se había visto allí dentro. Claudia continuaba su jueguecito de desquiciar a Bucher, agitando el culo a cada paso que daba, o posándose encima suya para susurrarle cosas al oido… Carlos mientras se sentaba en el suelo, observando la grieta, y alternando esa visión con las bolsas de desechos que se amontonaban en una esquina cercana a Bucher.
-Realmente ha sido una bonita historia.
Los cuatro adultos postraron su mirad en la puerta contigua a la otra sala, y, absortos por aquella visión, recitaron al unísono, salvo el general, el nombre que jamás pensaron que volverían a nombrar.
-¡¡Ramón!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario