Capítulo 5
El silencio…
El silencio que venía del exterior, el silencio que se
apoderaba del ambiente del búnker, el silencio que no remitía salvo por el tic
tac del reloj. El resonar del reloj. La luz que chisporrotea sin un ritmo
predefinido. El general tumbado, adormilado y paciente. El anfitrión, tumbado
en una cama, desmayado por el duro golpe en la cabeza. El ñapas, inmóvil,
visualizando la grieta que ha reparado, con miedo de que se abra. La niña,
dormida en una cama, junto a su hermana, asustada, sollozando en silencio. Y su
amiga, sentada al lado del ñapas, vigilando las armas apoyadas en la pared, y
vigilando al general.
La luz que chisporrotea.
Un olor cada vez más notable a humanidad. Por fin, el
general se digna a levantarse. Contempla a Carlos y a Claudia, y, lentamente,
comienza a andar alrededor de la mesita de café colocada al lado de los
sillones. Comienza a observar detenidamente el contenido de las estanterías, y,
con una paciencia inusitada, comienza su discurso.
-Supongo que aún os preguntaréis por qué he hecho todo esto.
O, por lo menos, querréis saber las razones que me han llevado a intentarlo.
-Lo que realmente me intriga – Dijo Carlos – Es cómo
demonios encontraste este lugar.
-Corrían los rumores cerca de aquí de que un loco había comenzado
hacía unos meses a hacerse un búnker en su jardín, para garantizarse la
supervivencia ante un posible bombardeo. Por lo que oí, su esposa le dejó, por
lo que se ve ni ella le aguantaba.
Bucher caminaba lentamente mientras saboreaba las palabras
en su boca.
-Por lo que se ve, ni tan siquiera su propia esposa fue
capaz de tragarse la demencia de vuestro amigo… Ramón era, ¿Cierto?
-Ni lo intentes. Te veo venir a kilómetros, fantoche.
Carlos se levantaba y se encaraba a Bucher, que no se
amilanaba ante el ñapas. El general, con unas botas de cuero realmente grandes,
esbozaba una sonrisa sarcástica ante Carlos, al cual le sacaba media cabeza.
Las ojeras de ambos parecían echar una carrera a ver cual llegaba antes al
suelo, y el sudor se reflejaba en manchas en la camiseta blanca de Carlos y en
la camiseta de hombreras del general.
-Este tío – decía Carlos – intenta ponernos en contra de
Ramón, y no lo va a conseguir.
-Nada más lejos de la realidad, - le cortaba Bucher – pero,
si se me permite la observación, no deja de resultar extraño el hecho de que
unos desconocidos entre nosotros hayamos depositado nuestra fe ciega en un
hombre del cual sabemos que hizo un búnker porque sí, guiándose sólo por su
instinto, debajo de su casa, y con una de las habitaciones del búnker cerrada
con un cerrojo. ¿Creías que no me había dado cuenta?
-No sé de qué estás hablando.
-Bien, te explicaré en qué consiste todo esto, si eres capaz
de apartar la vista de esa grieta.
Carlos se quedaba pretificado. Bucher se había dado cuenta
del fallo en la estructura del búnker. Ya no podría mantener el secreto el
problema, y ahora cundiría el pánico.
-¿Qué grieta? – Preguntó Claudia.
-Hacemos un trato – dijo Bucher, - mi información por tu
información. ¿Qué le pasa a esa grieta?
Carlos no tenía elección. Quería saber a qué se refería con
el cuarto secreto, y quería saber por qué Bucher había llevado a su propio pais
a la destrucción. Pero también quería proteger a las chicas de un problema que,
sin duda, estaría atormentándoles hasta la salida del búnker. Comenzó a caminar
mirando las paredes, con el miedo de que la explosión hubiera hecho más daños
en la estructura.
-Carlos, ¿Verdad? - Bucher rompió la tensión. – Todos
tenemos miedo. No te voy a engañar, yo también lo tengo. Y el hecho de que esa
grieta esté sobre nuestras cabezas – dijo señalando la grieta – no nos
tranquiliza. Mi información por la tuya, y te prometo que no intentaré nada
raro.
-Estoy dispuesto a decir todo lo que sé sobre esa grieta,
pero necesito que estén todos despiertos, incluido Ramón. Hasta que eso ocurra,
no diré nada. Todos tienen derecho a saberlo.
-Es justo – dijo Bucher sentándose en uno de los sofás –
entonces esperemos. Mientras te explicaré cómo es este búnker por lo que he
podido observar. Nosotros estamos en la habitación central. Esa apertura de ahí
– dijo señalando al techo – es una de las salidas. Ramón la selló con un código
antes de que la bomba estallara. Sólo él tiene el código de la puerta, y si no
se despierta no podremos salir de aquí. Por desgracia, yo no soy médico, por lo
que no sé si en algún momento se llegará a despertar. Pero sé que las
provisiones no nos durarán más de una semana, y llevaremos aquí… 6 días a lo
sumo. Estamos almacenando nuestros deshechos en bolsas que estamos depositando
en esa esquina, tratando de tardar lo máximo posible entre deposición y
deposición, pero eso sí, tenemos la suficiente decencia de arrojar nuestras
meadas por el desagüe del grifo. Un grifo que, por cierto, no podemos usar,
porque probablemente el agua que entre de las tuberías esté contaminada. Así
que tenemos por un lado unos víveres que se agotan, un agua en garrafas que se
agota, bolsas de deshechos que aumentan y a una niña con sus necesidades, y a
un tío encamado sin saber si saldrá o no. – Bucher miraba a Claudia, que no le
quitaba ojo, con un gesto de repugnancia – Este es nuestro panorama, Carlos.
Carlos se sentaba en el suelo, cerca de las armas, sin
apartar ojo del general, que había optado por tumbarse mientras hablaba.
-En la habitación donde están los otros tres hay otra
salida. Está sellada con un código, pero no sé si es el mismo o no. Allí no hay
víveres, así que disponemos de lo qué tenemos aquí. Y por último, una
habitación cerrada, en la que no sabemos qué hay. Puede ser una 3º salida, que nos
lleve por un tunel lejos de aquí. Pero no lo sabemos, porque está cerrada. Así
que estas son nuestras alternativas, carlos. Podemos quedarnos de brazos
cruzados esperando a que el bello durmiente se despierte, o podemos – dijo mirando
a las armas – romper el cerrojo con una bala. Tú decides.
-Yo también estoy oyendo la conversación – dijo Claudia con
inquina – y creo que esto nos incumbe a todos. Es más, Verónica debe saber todo
esto.
-El día que me deje dar órdenes por una mujer – respondío con
furia contenida el general, - prometo que será el último día de mi vida.
El silencio volvió a hacerse en la sala. Claudia miraba a
Bucher de forma desafiante, al borde de la pérdida de autocontrol, mientras el
general parecía disfrutar con la escena. Sin que nos diésemos cuenta, se había
incorporado, y paseaba cerca de las estanterías con parsimonia.
-Te has pasado. No creo que sea justo tratarla así – dijo Carlos
enfadado – Además, tiene razón.
-La cuestión aquí es que tú y yo somos los únicos que
podemos tomar una decisión clara, sin dejarnos llevar por nuestros estrógenos y
nuestras pérdidas de orina.
Claudia se levantaba, y al grito de: “no pienso escuchar más
a este machista de mierda” se abalanzaba sobre Bucher con inusitada rapidez,
provocando que Carlos les separara a la fuerza. Levantó en volandas a Claudia
que movía las piernas intentando dar una patada a Bucher, que comenzaba a
reirse. Claudia gritaba que le soltara, mientras Carlos la intentaba hacer
entrar en razón. Bucher mientras se acercaba sigilosamente a las armas, hasta
que Carlos lo interceptaba con un placaje cuando estaba a punto de recuperar su
9MM. En el suelo, Bucher intentaba decir algo de nuevo, pero Carlos le dio un
puñetazo certero, que hizo que Bucher transformara sus intentos de diálogo en
insultos hacia Carlos.
-Rápido, - dijo Carlos – tráeme algo para sujetarle.
Claudia buscó por todos lados, hasta encontrar cinta de
embalar. Colocó una silla mientras Carlos maniataba no sin dificultad al
general. Después, le colocaba sobre la silla, y le ataba como si fuera a
embalar un regalo. Acto seguido, ataba sus piernas y, para acallar los insultos
y los improperios de Bucher, le amordazaba con tres tiras distintas, y le
propinaba otro puñetazo. Tras esto, se sentaba en el sofá, mientras Claudia
contemplaba complacida la escena. Comenzaba a caminar cerca de Bucher, moviendo
las caderas de forma acompasada y jugando con su pelo con una mano, lo que
hacía que Bucher se enfureciera aún más. Claudia se calmaba y comenzaba a
reirse, mientras Carlos se tapaba la cara con las manos, intentando
desconectar.
Pasaban las horas, y para ellos cada minuto se volvía una
eternidad. Todos deseaban caer en un profundo sueño para que las horas pasaran
de una forma más rápida. Por desgracia, no descansaban lo suficiente, lo que
hacía que los turnos de cama se volvieran cada vez más socorridos y
continuados, provocando solapamientos de turnos, y provocando que nunca coincidieran
a la vez los cinco supervivientes conscientes. El vivir constantemente con luz
artificial les hacía preguntarse cuanto tiempo quedaría para no poder
distinguir entre el sueño y la realidad, y de donde provenía la luz
suministrada. Sea como fuere, sólo una persona tenía la respuesta: Ramón el ser
inconsciente de la otra cama…
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